Mi amor por la fotografía parte de pequeño con mi padre y una Canon AE1. Luego me regalaron una cámara Vivitar muy simple y con ella le tomaba registros a mi vida de niño. Más tarde me dediqué a observar a mi tío Adolfo Lübbert, que en ese tiempo hacía fotografía publicitaria. Ahí, mirando y jugando, aprendí del trabajo publicitario, de iluminación y algo de composición. Él me mostraba sus equipos que para mí eran verdaderas joyas del espacio exterior.
Entré a estudiar Periodismo y me metí de cabeza en el laboratorio de fotografía. Las clases teóricas las impartía José Luis Granese y el laboratorio estaba a cargo de Pedro Marinello, un verdadero lujo. Yo me tomé muy en serio esas clases. Pasaba tanto tiempo molestando a Pedro en el laboratorio que terminó por pasarme las llaves. Él fue para mí “mi profe”. Con mucha paciencia me enseñaba y corregía cada foto que ampliaba. En ese tiempo vivía en Paseo Bulnes y fotografiaba todo lo que me parecía interesante. Me llamaba la atención la arquitectura y cómo esta se relacionaba con la gente y sus desplazamientos. Cómo la luz era capaz de crear y ocultar realidades, cambiar las formas; en esa dinámica la fotografía se transformaba en una herramienta política.
No pude pasar al formato digital en la época de la transición. Todo era muy caro y poco a poco las tiendas análogas comenzaron desaparecer. Seguí tomando retratos y paisajes con enfoque político hasta que todo quedó obsoleto. Guardé la ampliadora y los equipos hasta que comenzó el estallido.
El estallido no solo cambió mi trabajo, me cambió la vida. Uno fotografía perspectivas de vida y a partir del estallido esas perspectivas se llenaron de mucha más vida, de política y de drama. Ya no fotografías personas con sus sentires e ideas, sino también símbolos de lo que (es) será la refundación de Chile: la verdadera independencia.
Para la elite de este país esto era simplemente una protesta carnavalesca, un desmadre juvenil sin profundidad teórica. Izquierda y derechas se acomodaron al statu quo de esta democracia pactada. En estos casos la rabia es un regalo y tomar la cámara un acto político. Cada fotógrafo que estuvo ahí, profesional o aficionado, ayudó a elaborar una narrativa visual de las demandas sociales. El visibilizar se volvió una necesidad. Contar lo que los medio oficiales no contaban y algunos ocultaban fue el principal móvil.
Comencé a tomar las imágenes motivado por la rabia y la impotencia frente a la injusticia y la ausencia de la verdad periodística. Hubo momentos hermosos en que pensaba “somos miles, vamos a cambiar al fin este modelo neoliberal”. Pero la represión fue implacable desde el primer día: mutilados, muertos, heridos. No respetaban nada. En ese momento nuestra presencia como gráficos se transformó en compromiso. Tuvimos que ponernos cascos, antiparras y máscaras de gas. A todos nos mojaron, gasearon y pegaron. Pero a algunos los mataron, sufrieron heridas de gravedad y la destrucción de sus equipos de trabajo. Hay una foto que tomé donde aparece un GOPE apuntando directamente a un manifestante de no más de 17 años. Creo que esa imagen resumen la indolencia y la falta de empatía de los agentes represores del Estado de Chile.
Hay una serie de fotos sobre las Fuerzas Especiales. Me dediqué a enfocar sus rostros a través de los cascos. Me impactó ver caras inertes despojadas de toda humanidad. Compatriotas uniformados dispuestos a matar a otros compatriotas. Los vi desfigurados, atrapados en su ignominia, vendidos al neoliberalismo. Esa falta de humanidad y de empatía produjo un gran impacto en mí. Ellos deberían estar aquí con nosotros luchando por cambiar este sistema, pero decidieron ser los perros guardianes de la elite una vez más.
La foto de la paca tomándose una selfie antes de reprimir es impactante. Para ellas esto es un video juego: deshumanizo al otro, lo llamo capucha y me retrato antes de salir a cazar. La del GOPE apuntando al capucha también es un foto que me remeció. Yo estaba a pocos metros y pensé que le iba a disparar a la cara. No sé si fue suerte o no, pero falló. La del capucha ayudando a bomberos también me gusta porque habla de la colaboración mutua que es lo que debería ser en esencia este país.
Creo que todos los fotógrafos que estuvimos ahí (y que vamos a seguir estando) sufrimos un cambio. Ninguno es el mismo fotógrafo y persona que era antes del 18-10. Cambió nuestra narrativa, cambiaron nuestros hábitos y con ello toda la vida. El desgaste emocional y físico fue acumulativo. Al llegar a casa y comenzar con el proceso de revelado aparece la angustia, la rabia, la impotencia. Es como volver vivir la misma escena dos veces.