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Testimonios desde dentro de la Matrix

Por: Rodrigo Hidalgo | Publicado: 09.07.2020
Testimonios desde dentro de la Matrix |
Un día en su cotidiano viaje, Sebastián Dunnage descubrió que podía ponerse a escribir en su celular y fue traspasando algunas anécdotas hasta que pronto se dio cuenta que entre estación y estación había escrito un libro, bajo la implacable mirada del reloj como único testigo. Acorde a esto, el título, lejos de cualquier artilugio publicitario o forma de sagacidad mercadotécnica, da cuenta de ese origen casi burocrático y revela el modo casi de probeta en que fueron concebidos y escritos estos “Cuentos cronológicos”.

Sebastián Dunnage es un autor poco convencional. O quizás muy convencional. Quizás igual que muchos de nosotros se encuentra en la paradójica situación de salir ahora siempre bien cubierto con una mascarilla, luego de haber mirado con desconfianza toda la vida a cualquier encapuchado. Quizás es un escritor de esos que son cada vez más, que se autoedita sin complejos y que no tiene una vinculación o pertenencia a ningún circuito literario, que no estudió literatura en la Chile o en la Cato, ni hizo un diplomado en edición en la Alberto Hurtado o en la UDP, ni formó parte del taller de Pablo Simonetti, ni de Pía Barros, ni de la muni, ni de la Sech, ni de la Fundación Neruda, ni de Balmaceda Arte Joven. Es un hombre adulto, y aunque los haya hasta de 40 años, no califica como poeta joven. Acaso la única particularidad que se nos informa en el libro es que Sebastián, siendo chileno, vive o ha vivido años en Inglaterra. Igualmente, allá es alguien que va en metro de su casa al trabajo y del trabajo a la casa en una rutina inalterable, y un día en ese cotidiano viaje, descubrió que podía ponerse a escribir en su celular y fue traspasando algunas anécdotas hasta que de pronto se dio cuenta de que entre estación y estación había escrito un libro, bajo la implacable mirada del reloj como único testigo. Acorde a esto, el título del libro, lejos de cualquier artilugio publicitario o forma de sagacidad mercadotécnica, da cuenta de ese origen casi burocrático, y revela el modo casi de probeta en que fueron concebidos y escritos estos Cuentos cronológicos

Esa pertenencia al estatus del ciudadano común y corriente, esa atmósfera ordinaria, en el sentido de opuesto a lo extraordinario, sitúa de alguna manera a los protagonistas de los cuatro relatos como testigos anónimos de los sucesos, aunque lo son solo en apariencia. En el primer cuento, “La fosa”, el personaje se entrega al sabotaje de una actividad desde su posición de técnico invisible. Genera un pequeño caos y disfruta contemplando su obra. En el último relato, “Food Chain”, el esquema es similar, pero la envergadura del montaje es radicalmente distinta. Ya como un sonidista, afinador de los instrumentos de una orquesta; ya como técnico computacional en una agencia de brokers financieros, la intromisión de un error humano, voluntario o no, y desata consecuencias de diversa magnitud. Así vemos cómo se concibe y produce una interpretación del himno nacional que suena fuera de tono y empaña o desordena una ceremonia oficial, o bien cómo se provoca una crisis financiera global, haciendo que se desplomen irremediablemente las bolsas de comercio a un lado y otro del océano, como en una cámara lenta feroz y desesperante.

Es notable lo que sucede sin embargo entre medio de esos dos cuentos del inicio y fin. Pongamos pues entre paréntesis la sensación de estar ante personajes que son, como he dicho, especies de subversivos insospechados dentro de la Matrix. Los cuentos “Tábata” y “Conguillío” tienen otro tinte, otro color, otro movimiento. Creo que quizás intuitivamente, sin premeditación, el autor logra en este ordenamiento dejar al centro los relatos que nos llevan más bien a la psique de una generación que creció rodeada de referentes cinematográficos y televisivos, como estímulos que anunciaban la llegada de la nueva era digital mientras el planeta era devorado por la falta de conciencia ecológica. He ahí una palabra clave: conciencia. El deseo de abrir dentro de uno mismo las puertas de la percepción y la búsqueda de otros estados de conciencia, son los motores ocultos tanto en “Tábata” como en “Conguillío”. Y desde ahí es que quizá se vean en alguna medida identificadas no una sino incluso dos generaciones. Para no hacer más spoiler y dejar al lector con alguna interrogante, diré a título personal que los cuatro cuentos resultan coherentes en un registro casi ético o político para quienes siendo niños y jóvenes vimos con atenta emoción el surgimiento finisecular de un anti héroe encapuchado como lo fuera el emblemático Subcomandante Marcos en la selva lacandona de los años 90, del mismo modo que entrando al nuevo milenio azorados vimos llegar al enmascarado Anonymous en este hiper-contexto mediático y global, en apenas 25 años.

De este libro muy probablemente no dirá nadie más nada. No hay un sello editorial detrás, su autor apenas deja señales, no se lo puede hallar en librerías, y menos ahora que están cerradas. Pero en cambio, sí está disponible como libro digital y se lo puede escuchar como audiolibro en la plataforma bandcamp. Una delicatessen es que para el cuento “La fosa”, el autor contó con el apoyo del compositor chileno Juan Pablo Ábalo, quien hizo el arreglo musical para que suene la travesura del “Himno Transpuesto”, material producido en UK por Pablo Acuña. Además, Paulo Gallo, compositor chileno que trabaja en Berlín, transformó la partitura en música, usando samples. Un trabajo colaborativo del autor, en un gesto de dotar a la literatura de nuevos significados. Son cuatro cuentos que me he atrevido a leer a partir de la clave de lectura que es el epígrafe inicial, o dedicatoria. Y creo que esa dedicatoria no podía igualmente ser de otro modo, habiéndose editado y publicado el libro en noviembre del 2019: “A los caídos y los heridos de la nueva batalla de Chile”.

Salud por ello.

Sebastián Dunnage

Cuentos cronológicos

Autoedición

140 páginas

Precio de referencia: 2,66 euros en Amazon, disponible para kindle

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