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CRÍTICA| Si en Chile se estrenó el engendro del neoliberalismo, ¿no podría ser aquí también donde primero se lo sepulte?  

Por: Julio Pinto Vallejos, historiador y académico. Premio Nacional de Historia 2016 | Publicado: 17.07.2020
En su reciente libro «Octubre chileno», el sociólogo Carlos Ruiz concluye que lo que se vive en estos días —momentáneamente interrumpido, habría que decirlo, por las restricciones de la crisis sanitaria, que en todo caso no ha hecho sino hacer más patentes las falencias sociales y humanas del modelo— es ni más ni menos que “la crisis política y social más profunda de las últimas décadas”.  Se dibujaría así un escenario que, rompiendo la inconmovible “facticidad” del último medio siglo, podría dar lugar a un “tiempo de constitución social”, de debate generalizado y con altos grados de viabilidad transformadora.

No es la primera vez que Carlos Ruiz Encina nos comparte un diagnóstico del Chile neoliberal. Ya lo hizo el 2014, junto a Giorgio Boccardo, en Los chilenos bajo el neoliberalismo; el 2015 en De nuevo la sociedad; y el 2019, esta vez a escala continental, en La política en el neoliberalismo: Experiencias latinoamericanas. La diferencia es que ahora la radiografía se elabora en un momento de masivo y profundo cuestionamiento de ese modelo, con toda la claridad que las situaciones de crisis arrojan en cuanto a identificar los cimientos, las limitaciones y las contradicciones propias de un régimen de convivencia colectiva.  Tal vez por eso, esta vez Ruiz no se limita a subrayar nuevamente los juicios ya argumentados, sino que se anima a imaginar inéditos escenarios alternativos, y a señalar las nuevas actorías que podrían llevarnos en esa dirección. Sin ánimo de incurrir en pronósticos prematuros, podría decirse que este nuevo libro marca un punto de inflexión, reclamado más de alguna vez, y no solo respecto de Carlos Ruiz, entre el momento de la crítica y el momento de la propuesta.

Lo que Ruiz denomina el “octubre chileno” viene siendo una revuelta generalizada en contra del “neoliberalismo avanzado” que ha marcado nuestras últimas décadas, y de la “oligarquía del gran abuso” a la que sindica como su principal conductora y beneficiaria.  Recuperando claves de sentido que ya habían aparecido en sus escritos anteriores, enumera entre sus principales detonantes los malestares generados por la “mercantilización de la vida cotidiana”, la pulverización de las formas colectivas de convivencia, la “producción política de la desigualdad”, y como una agobiante síntesis de todo lo anterior, la pérdida de soberanía sobre las propias vidas. Dicho de otra forma, habríamos asistido desde el 18 de octubre a “un monumental rechazo a la miseria cultural y moral que impone el neoliberalismo y su oferta de felicidad atada al consumo”, sepultando de manera irrebatible las ilusiones de embobamiento, conformismo o pasividad (el “oasis” del Presidente Piñera) con las que durante tantos años se arroparon los partidarios de ese Chile “de exportación”.  En su lugar, lo que se expresó masivamente en las calles habría sido “un colosal clamor de dignidad”, un combate a fondo entre “la mercancía” y “la humanidad”.

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En sintonía con esa entusiasta lectura, Carlos Ruiz concluye que lo que se vive en estos días —momentáneamente interrumpido, habría que decirlo, por las restricciones de la crisis sanitaria, que en todo caso no ha hecho sino hacer más patentes las falencias sociales y humanas del modelo— es ni más ni menos que “la crisis política y social más profunda de las últimas décadas”.  Se dibujaría así un escenario que, rompiendo la inconmovible “facticidad” del último medio siglo, podría dar lugar a un “tiempo de constitución social”, de debate generalizado y con altos grados de viabilidad transformadora, sobre las características del país en que vivimos, y las que debería tener el país en que nos gustaría recalar. El ejercicio constituyente en curso sería solo la expresión más institucionalizada de un proceso que se echó a andar en las bases sociales desde el mismo 18 de octubre (asambleas locales, cabildos territoriales, etc.), y cuyos principales protagonistas, en opinión de Ruiz, son esa “juventud chilena” a la cual dedica sus esperanzas y su libro. Son ellas y ellos quienes abrieron la puerta para recuperar la capacidad de soñar, y de pensar en un futuro distinto.  Son la avanzada de lo que denomina, en una de las ideas-fuerza que atraviesan su argumentación, un “nuevo pueblo”.

En todas sus obras anteriores, Ruiz ha insistido una y otra vez sobre la urgencia de asumir que la sociedad y el mundo en que vivimos han cambiado radicalmente en relación al contexto que enmarcó nuestras anteriores experiencias (o al menos proyecciones) de cambio estructural.  Es tal la “severidad de la transformación capitalista acaecida” bajo sello neoliberal, que ninguna fórmula de superación de esos esquemas y de rehumanización de la vida puede darle la espalda a la profundidad de esos cambios, y a la novedad del marco en que nos movemos. Esto supone reconocer que las “viejas bases sociales de sustentación” de los proyectos emancipadores ya no resultan viables, por cuanto los actores sociales y políticos que los encarnaron han sido radicalmente desarticulados. Es por eso que el “nuevo pueblo” que se pone de manifiesto (nunca mejor dicho…) a partir de octubre debe dar forma a una “nueva izquierda” capacitada para asumir esas nuevas coordenadas, y para levantar propuestas consistentes con las mismas.

La heterodoxia (¿o radicalidad?) del llamado de Ruiz queda plasmada en dos ideas que atraviesan la sección más “propositiva” del libro, y que se perciben bastante lejanas de lo que podríamos denominar nuestra cultura izquierdista tradicional (aunque podrían asimilarse parcialmente a una cierta matriz anarquista que también forma parte del imaginario político del “nuevo pueblo”). La primera es la que invita a tomar distancia del Estado como instrumento primordial de transformación política, a evitar la tentación de “reificarlo” como objetivo estratégico, para poner la mira más bien en las actorías surgidas desde la propia sociedad.  Solo así, asegura, podrá comenzar a repararse la profunda brecha que hoy existe entre la política y la sociedad, y que tanto dificulta la eclosión de transformaciones de verdad. La segunda es la necesidad de conciliar la recuperación de los lazos colectivos con la afirmación de esa autonomía individual que con tanta fuerza se expresa en algunas de las actuales demandas, un esfuerzo de “recuperación y expansión del ideario de libertad en las luchas por la igualdad”. Esa reconquista de la soberanía sobre las propias vidas es la que, al chocar contra el “imperialismo de la mercancía” imperante, dará lugar al “nuevo humanismo” que Ruiz invoca como principio articulador de esa “nueva izquierda”.

En suma, para Carlos Ruiz la actual coyuntura ofrece una ventana de oportunidad que no debe desaprovecharse, menos cuando ya habría tomado cuerpo el sujeto histórico (el “nuevo pueblo”) capacitado para asumir la tarea. Estamos, dice él, en un “tiempo preludio”, en la posible antesala de un gran cambio que podría llegar a ser una suerte de espejo del instaurado tras el golpe militar de 1973. En sus propias y esperanzadas palabras, “si en Chile se estrenó el engendro del neoliberalismo”, ¿no podría ser “aquí también donde primero se lo sepulte”?  

¿Expectativas desmedidas?  Nadie puede saberlo. Como lo sostiene explícitamente Ruiz, y como lo propone el conjunto del libro, “la edificación de otra sociedad no está escrita”. Planteárselo e intentarlo, él mismo lo dice, “es derecho de todos”. Esa es la estimulante e histórica tarea a la que nos convoca esta necesaria reflexión.  

Octubre chileno. La irrupción de un nuevo pueblo

Carlos Ruiz Encina

Taurus

120 páginas 

Precio de referencia $9.990

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