Tipos Móviles

Premiar a una mujer: algunas reflexiones sobre el Premio Nacional de Literatura

Por: Pablo Faúndez Morán, doctor en Literatura, autor del libro «El Premio Nacional de Literatura en Chile: de la Construcción de una Importancia» (próximo a ser publicado por la Editorial Universitaria de Valparaíso) | Publicado: 19.08.2020
Premiar a una mujer: algunas reflexiones sobre el Premio Nacional de Literatura @museodeladignidad. Arte por: Fab Ciraolo |
Durante las próximas semanas debería celebrarse la entrega número cincuenta y cinco del Premio Nacional de Literatura. El así llamado “ambiente literario” ya ha empezado a especular en torno a algunos nombres y, no habiendo este año una figura descollante como lo fue Diamela Eltit el 2018, el póker parece estar abierto. Sin embargo, una situación inusual, aunque no inédita, está permeando por estos días la naturaleza de la discusión: las contendoras que aparecen como más seguras ganadoras son casi todas mujeres, con Elvira Hernández y Carmen Berenguer a la cabeza.

Si hubiera una casa de apuestas donde ir a jugarse algunos pesitos en nombre de la literatura, estas dos poetas serían probablemente las que menos pagarían. Decimos que esta situación no es del todo inédita, pues María Luisa Bombal fue en el 74, el 76 y el 78 una candidata mucho más fuerte que los tres varones que terminaron quedándose con la distinción; también Gabriela Mistral fue –entre 1942, año de la primera entrega, y 1951, cuando finalmente recibe el premio– una figura que le hacía sobradamente el peso a Pablo Neruda, Eduardo Barrios, Pedro Prado, y todos los otros escritores que lo obtuvieron antes que ella. Bombal, alcohólica y peleadora, era una carta improbable para jurados liderados por militares, mientras que los deliberadores del sencillo premio nacional en la década del 40 se sonrojaban de solo imaginar su modesto diploma al lado de la espléndida medalla del Nobel sueco.

Este año 2020 las poetas mencionadas llegan con argumentos suficientes a satisfacer los infalibles méritos “estrictamente literarios”, majaderamente invocados por quienes década tras década han querido refrendar o refutar premiaciones –pregúntenle sino a Isabel Allende–. Elvira Hernández y Carmen Berenguer pueden dar buena cuenta de trayectorias, de participaciones de sus obras y personas en episodios y momentos de una vida literaria local, al tiempo que sus libros circulan dentro de debates académicos y públicos sobre la poesía del país. Sin embargo, el antecedente más sólido respaldando y empujando sus nominaciones es la fuerza de la contingencia, que permea hoy todos los espacios del debate público. Y es que ya no parece admisible hablar del premio nacional literario sin hablar de la campante masculinidad que desborda su nómina. 

[Te puede interesar]: Elvira Hernández: La bandera como mordaza

©Alexis Díaz Belmar

La demanda por diversificar el canon literario expresado en un premio que se quiere “nacional” se inscribe y dialoga con un movimiento amplio y diverso, local e internacional. En lo que respecta a Chile, se ha plasmado en un nutrido intercambio en los medios de prensa y las redes sociales acerca de la urgencia por premiar a una mujer, y cuenta también con un afluente importante en las movilizaciones sociales que vieron a Gabriela Mistral convertirse en uno de sus iconos: su imagen de pañoleta verde al cuello, sosteniendo la bandera chilena teñida de negro y con el “Nou sommes rockers sudamerican” grabado en su torso figura en cientos de reportajes gráficos sobre el 18 de octubre y el estallido social chileno. 

En un plano internacional, si atendemos al comportamiento de algunas de las más prestigiosas distinciones literarias, observamos, primero, que acusan el mismo exceso de testosterona entre sus condecorados y, segundo, que se han abocado en los últimos años a un franco proceso de nivelación –que tomará todavía algunas décadas en completarse–. Veamos algunos ejemplos. De 116 ganadores del Premio Nobel, 15 son mujeres; de 115 novelas premiadas en Francia con el Goncourt, solo 12 fueron escritas por mujeres; de 68 entregas del Georg Büchner Preis, el más importante en lengua alemana, solo 10 son mujeres. De manera que cada uno de estos tan reputados galardones, al igual que nuestro viejo premio estatal de literatura, han dejado pasar décadas enteras sin reconocer a mujer alguna. En los últimos años, luego, se observa que dicha (in)frecuencia empieza a ser intervenida: de los últimos 16 nobeles, 6 son mujeres; desde el año 1996, el Goncourt premió en total a 5 mujeres, casi la mitad de todas las premiadas en su historia; el Büchner, por su parte, desde 1996 ha recaído en 7 mujeres. 

[Te puede interesar]: Carmen Berenguer: “Es muy masculina la presencia de poetas en Chile”

Habrá quien argüirá frente a esta situación que no es sino meramente reflejo del hecho de que los hombres escriben mejor o de que hay más escritores hombres. Eso es un gesto reaccionario puro, pues no hace sino insistir en los criterios que han propiciado esta situación, y la gravedad de dicho gesto radica en que desconoce la posibilidad de que cambie. Pues argumentar así es creer que, de hecho, la academia sueca y los jurados franceses y alemanes son instancias de valoración pura del arte y la literatura, que elaboran sus veredictos a partir de cotejos imparciales y absolutos donde se toman decisiones perfectas en nombre de la destreza compositiva, de la riqueza intertextual, del rescate de la tradición, o de cualquier otro atributo propio de una obra literaria. El escándalo de acoso sexual que sacudió a la academia sueca el año 2018 y que llevó a postergar la entrega del Nobel es prueba suficiente de que esto no es así. 

Afirmar que la calidad es un atributo intrínseco y reconocible que los premios literarios alrededor del mundo son capaces de identificar y distinguir, es negar no solo la dimensión histórica y política de dichos premios, sino también de la literatura misma en cuanto práctica y discurso que se desenvuelve en sociedades humanas. Sociedades que pueden ser misóginas, racistas, clasistas, pero también susceptibles de ser transformadas. Si volvemos ahora a Chile y efectivamente pasa que se designa a una poeta como nueva ganadora, tendremos que de seis premiaciones celebradas desde el 2010, tres han recaído sobre mujeres, es decir, la mitad; y aquí una constatación asombrosa: ¡todas bajo la presidencia de Sebastián Piñera Echeñique! 

Nadie que no se llame Jacqueline van Rysselberghe o Camila Flores tendría un sentido tan fino de la ironía como para sostener que esto es el fiel reflejo de una consciencia y una política justicieras de integración de las mujeres postergadas a todos los ámbitos de la vida social. No. No tiene nada que ver con eso. Esta situación es más bien el fiel reflejo de la desconexión entre el gobierno actual y el mundo de la cultura, y que tiene al premio nacional viviendo una lejana vida paralela. Por supuesto, que con esto no queremos afirmar que no existe en Chile poeta o artista alguna que haya votado por Piñera. Se trata, más bien, de destacar la ausencia del arte y la literatura como componentes importantes del modelo de sociedad propugnado por este gobierno, reacio a comprender el mundo de la cultura como algo más que un negocio o como el depósito de una añeja identidad nacional; de destacar la completa ausencia de una valoración de voces y registros divergentes, de potencial crítico y de invitación a la reflexión –que, queremos creer, es uno de los roles del arte–. No sería extraño así que una administración que ha gobernado a espaldas o más bien contra la ciudadanía aboliese o declarase desierto el premio; esto, sin embargo, les traería un problema que no necesitan. Es de esperar, entonces, que todo se cumpla como un mero trámite, sin mucho bombo ni platillo, y la pregunta que queda abierta es qué pasará del otro lado, del lado de la literatura premiada: ¿en nombre de qué recibirá la o el poeta designado el galardón entregado por el Estado este año 2020?

Déjanos tus comentarios
La sección de comentarios está abierta a la reflexión y el intercambio de opiniones las cuales no representan precisamente la línea editorial del diario ElDesconcierto.cl.