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Teatro entre la pandemia y los nuevos lenguajes virtuales: Reinventarse o morir

Por: Jorge Letelier, periodista y crítico teatral | Publicado: 04.12.2020
Teatro entre la pandemia y los nuevos lenguajes virtuales: Reinventarse o morir Reminiscencias |
En 10 meses de reclusión, la actividad teatral ha pasado del estatismo del Zoom a nuevas formas de construir relatos y experiencias virtuales. Una aventura incesante que demuestra las posibilidades de reinventarse frente a la adversidad.

Una de las extrañas sensaciones que nos deja este año de reclusión pandémica y la tímida y progresiva salida al mundo exterior, es la desnaturalización del tiempo. En efecto, tantos acontecimientos que ocurrieron mientras nuestra única ventana al mundo era la pantalla del notebook, nos hizo perder la percepción de los hechos transcurridos y parecen haber ocurrido en una especie de somnolencia. Los recordamos como en un sueño lejano del que estamos recién despertando.

Nuevos caminos frente a la adversidad

En esos días que parecían un loop eterno, como en una versión hogareña de El día de la marmota de la que no podíamos escapar, con nuestras emociones desperdigadas en miles de miedos particulares a todo lo que estaba afuera (no solo al virus sino que también la estupefacción ante un mundo que amenazaba con devorarnos), el teatro pasó en pocos meses de la parálisis inicial y la tímida y rústica apropiación del Zoom, a nuevos caminos que han permitido que la virtualidad escénica haya logrado un avance notorio. Así, pasamos de discutir sobre obras tipo sketch con actores sentados en una conferencia de Zoom, a imaginativos usos de proximidad virtual o a nuevos lenguajes documentales con el uso de archivos digitales.

Este camino ha sido vertiginoso y ha pasado frente a nuestros ojos en un ambiente de febril actividad por un lado (sin duda una explosión creativa marcada por un impulso de sobrevivencia), y por otro, una politización intensa en los temas y demandas ante una institucionalidad cultural inerte y sin respuestas ante la crisis del sector. Los discursos se tornaron caóticos, atropellados, repletos de consignas facilistas que romantizaron la actividad a punta de clichés (la idea de “resistencia” se repitió hasta el hartazgo), pero de fondo dejaba entrever la orfandad dramática del sector y la necesidad de proponer, a como diera lugar, exploraciones y respuestas tendientes a entender el nuevo escenario virtual.

En ese contexto, resulta llamativo que en los últimos meses se ha hecho mucho teatro, utilizando formatos antes caídos en desuso como el radioteatro, e insuflando nuevas posibilidades a las lecturas dramatizadas. Más allá de la insistencia de otorgarle una forzada épica a la actividad, prevalece el deseo de resolver cuestiones tan básicas como proponer nuevos caminos y reiventarse, como cientos de veces antes, frente a la adversidad.

Es interesante que desde el éxito de La familia (estrenada en julio en el Teatro Finis Terrae), el estatismo de la primera etapa del “teatro Zoom” dio paso a una idea de puesta en escena que, sin caer en una abierta audiovisualización, instaló posibilidades de un uso espacial menos conformista con el formato. Esa suerte de híbrido entre dos lenguajes que se retroalimentan, ha sido quizás el gran desafío de las últimas obras en pandemia: cómo construir una especificidad teatral desde la imagen mediatizada (definida por Jorge Dubatti como “tecnovivio”), que es la única forma actual de conectarse con la audiencia.

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Y aunque parezca contradictorio en su origen, este espacio teatral mediatizado (lo que antes llamábamos la escenografía y la puesta en escena) ha suplido de maneras interesantes la eliminación de la proximidad física del espectador (el convivio). En ese punto, es importante que a poco andar, la dependencia a la idea de conferencia por Zoom (el actor sentado frente al PC “actuando” el texto) cayó en rápida obsolescencia. Incluso obras aplaudidas en su momento hoy parecen antiguallas estáticas, como el caso de Mentes salvajes.

«Aliento»

En este punto, hay dos variantes marcadas: la obra que apuesta por audiovisualizar su puesta en escena abrazando el lenguaje del cine pero con poco conocimiento de su gramática básica, diluyendo las fronteras entre ambos lenguajes, como es el caso de Branko y Aliento. Son puestas en imagen de textos dramáticos en que lo audiovisual parece supeditado a las posibilidades del actor/actriz en escena, por ello se aprecian balbuceantes, casi como un registro de ensayo.

Un caso más radical es el que propone Mirando fijo algo que explota, obra de la compañía Geografía Teatral (que tuvo funciones en Matucana 100), que se define como obra audiovisual propiamente tal, donde se invita al espectador a jugar un rol activo en la posición de un personaje-metáfora que dialoga con los actores. Entre escenas en cámara fija muy simples en su ejecución y tomas de marchas, la obra juega con una textura cuasi documental en que los distintos monólogos van generando un clima interpelador pero tan despojado en su forma que se va diluyendo en sus ambiciones discursivas.

En un punto más alejado se ubica una obra como Oleaje, pieza que a través de cinco voces reconstruye la vida, militancia y asesinato de la militante del PC Marta Ugarte. Son textos de un rompecabezas poético que utiliza una edición experimental como de ensayo visual, alejándose del espacio y construyendo desde el movimiento de la cámara y la luz. Y si bien se definió como experimento escénico, es más bien todo lo contrario: una supresión de ese espacio escénico por explotar las bondades de la edición.

«Oleaje»

El problema de la imagen

Por otro lado, está el caso de montajes que intentan abrazar una idea de puesta en escena teatral en el uso del espacio con los recursos que provee la imagen virtual. Aquí hay puntos altos, como la interpelación directa al espectador que intenta La familia con el uso de distintos puntos de vista y el énfasis en el movimiento del actor, hasta el trabajo de continuidad espacial en base a efectos visuales muy simples que propone de manera inteligente La Taguada entre distintos ambientes. Dejando de lado las estériles discusiones sobre a qué lenguaje pertenecen ciertos recursos, prevalece una idea de hibridez cuya propia indefinición permite liberar las categorías otorgándole una peculiar singularidad en que las imágenes no desnaturalizan su origen teatral, sino que las refuerzan desde las herramientas del Zoom más que en una idea audiovisual propiamente tal.

El problema de la imagen no parece ser menor en este afán exploratorio de nuevos caminos. En tiempos prepandémicos, la imagen audiovisual aparecía en escena como apoyo, para enfatizar lo visto desde el detalle (el uso documental) o para redundar como mero reproductor técnico. Salvo las excepciones de Teatro Cinema y Colectivo Zoológico, las compañías que de manera más inspirada se apropiaron de la imagen visual como factor narrativo, ese uso que antes era de apoyo aún parece buscar su lugar y significado en esta etapa de teatro mediatizado.

La evolución de la pandemia permitió ir liberando las restricciones sanitarias y con ello, algunos teatros se han atrevido a hacer montajes desde su escenario para ser exhibidos vía streaming. Es el caso del Teatro Nescafé de las Artes, que ya ha estrenado dos montajes escritos este año, Los días que te amé y Un montón de brujas volando por el cielo. En esta última, escrita por Carla Zúñiga y dirigida por Manuel Morgado, se produjo un fenómeno interesante ya que su puesta en escena 100% teatral en sus recursos (escenografía, iluminación, movimientos de las actrices y en vivo), restituyó de manera importante la teatralidad original pero al ser transmitida por streaming puede verse como un espectáculo televisado.

«Un montón de brujas volando por el cielo»

¿Cómo lo resuelve, entonces? De forma sorpresiva, el montaje hace un recorrido aéreo por las butacas vacías vinculando perceptivamente una idea de vacío. También integra las puertas de entrada del teatro al espacio dramático e invierte la cuarta pared ausente propia del teatro revelando la mirada desde el escenario hacia el lugar del espectador ausente. Esa inversión sorpresiva de las convenciones escénicas nos propone un juego de espejos respecto a la naturaleza propia de la relación actor-público, puesto que ese vacío se convierte en parte de la puesta en escena (es usada como tal) empujando ese vínculo hacia la pantalla pero no como adaptación al nuevo lenguaje sino como reflexión de esa ausencia o relación ahora fantasmagórica.

La dictadura del Zoom

En una vereda opuesta, una de las sorpresas de esta temporada pandémica provino de una obra documental que resultó un hallazgo: Reminiscencia. Estrenada en el Teatro del Puente (tiene su última función este jueves 3). Una suerte de ensayo autobiográfico del actor y director Mauro “Malicho” Vaca, en que reflexiona sobre la posibilidad de cartografiar la memoria personal como metáfora de la ciudad y su propia historia. Exhibida en Teatro del Puente, propone desde el archivo personal del director (fotos, videos), una genealogía que es tanto arquitectónica como emocional, tomando a sus abuelos y su historia de amor y de lucha contra el olvido, como eje para reflexionar sobre los espacios de la ciudad y sus usos como escrituras de memoria.

El director/narrador de Reminiscencia expone sus archivos y registros de una forma que recuerda las herramientas de la compañía La Laura Palmer, pero en formato digital. Utiliza Google Earth como escenografía emotiva, y se pregunta cómo una ciudad construye nuevos significados colectivos, en especial luego del estallido del 18-O. Pero, lo más importante, es un montaje que parece encontrar su sentido en la organización de sus recursos virtuales (difícilmente el uso de su archivo personal pueda reflejarse mejor en escena que desde su computador personal), por lo que abre un camino de insospechadas posibilidades dramatúrgicas desde el online y la utilización de algo de uso tan común como los archivos o carpetas. De esta forma, las preguntas que genera se instalan no desde lo “virtual” o lo “escénico”, sino que en la forma en que la poética del texto encuentra su vehículo en esa exposición de material personal y de escenas domésticas.

Se termina el año y lo que parecía en marzo que sería la dictadura del Zoom, se ha abierto a un territorio de experimentación incesante desde el espacio virtual, la mediatización e incluso el sentido de las imágenes. Como un enorme tablero de ensayo y error, se han realizado aportes interesantes que demuestran que la actividad se reinventa a pesar de las adversidades.

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