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Sergio Larraín, el monje de la fotografía de Tulahuén

Por: Rodrigo Miranda, escritor y periodista | Publicado: 24.06.2021
Sergio Larraín, el monje de la fotografía de Tulahuén |
En 2004 fui a entrevistar a Sergio Larraín (1931-2012). Una vez al mes bajaba de su refugio en la montaña y hacía clases de yoga en Ovalle. Viajé en bus al norte, pero Larraín rechazó cualquier pregunta. No le interesaba la prensa ni los periodistas, aunque antes de irse compartió su preocupación por el desastre medioambiental en el valle del Limarí.

Sergio Larraín, de 73 años, entra de impecable cabellera cana, pantalón y camisa blanca, mientras sus alumnos de meditación y yoga, diez mujeres y seis hombres, lo saludan en postura de loto en un gimnasio en las afueras de Ovalle. Son las ocho de la noche de un martes de agosto de 2004. Sabía que el fotógrafo rechazaba entrevistas y cualquier diálogo con periodistas, pero viajé igual en bus a Ovalle a su encuentro. Le aburría hablar de fotografía y, como era de esperar, se negó a contestar cualquier consulta, pero a cambio reflexionó sobre una de sus mayores preocupaciones: el deterioro de la naturaleza en el valle de Limarí

«La modernidad y la carretera han acercado a la gran capital, trayendo todo lo malo que la gente no conocía y están cambiando un mundo puro y sano. Por eso me he dedicado a rescatar el alma», dijo Larraín, entre grandes pausas. 

Luego prosiguió con un manifiesto con citas a San Juan de la Cruz, Buda y Lao Tse.

«Del hombre contemporáneo, me molesta la dependencia a los bienes materiales, en especial, la televisión, que es un gran elemento perturbador que transporta ideas para introducirlas en las mentes y conductas de las personas, concluyó

Larraín vivía en un pueblo a 33 kilómetros al interior de Ovalle, en la Cuarta Región, con un nombre muy adecuado para su filosofía de vida. Tulahuén significa hierba de montaña en mapudungún. Durante los años que residió en ese lugar fotografió rincones de su casa, alargadas sombras cayendo en alguna esquina y delicados detalles de la naturaleza, de plantas y hierbas cordilleranas que lo rodeaban. A las imágenes las llamó satori, concepto japonés sobre la iluminación que se obtiene a través de la meditación en el budismo zen.

Sus tomas contenían una poética única e irrepetible. Le llamaban la atención escenas que una persona común y corriente pasaría por alto, como los rostros de los niños de la calle en el Santiago de los años 50, uno de sus primeros grandes trabajos fotográficos con el que emocionó a la ruda agencia Magnum. Su sensibilidad también asombró al MoMA que en 1956 integró las imágenes del chileno a su colección.

Invitado por el propio Henri Cartier-Bresson, Larraín entró a los 28 años a Magnum y fue el primer latinoamericano en incorporarse. Su primera misión fue imposible: retratar a la mafia italiana.

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En Magnum se convirtió en un personaje de culto gracias a esas tomas del capo Giuseppe Genco Russo, a quien retrató mientras dormía en su casa en Sicilia en 1959. Se hizo amigo del mafioso y logró su confianza al contarle que era un simple turista que iba pasando. Al poco rato, llegó un guardaespaldas para que entregara el rollo. Por suerte, no le hicieron nada y pudo llevarse el material. Estas imágenes fueron publicadas en The New York Times, Life y Paris Match.

El fotógrafo chileno descubriría luego que ese encargo de Magnum fue una maniobra del Partido Comunista italiano con el objetivo de destapar el acercamiento de la mafia a la Democracia Cristiana para lograr un espacio en la política.

Larraín también recorrió Chile. Comenzó a fotografiar Valparaíso en los 50 para captar sus calles empinadas y escaleras estrechas desde ángulos inusitados. Ahí visitó el Paseo Bavestrello, donde tomó en 1952 una de sus más memorables fotos: su mágica toma de la escalera y las dos niñas idénticas que parecen un reflejo.

Pero no fue hasta 1963 cuando pasó más tiempo en el puerto, esta vez en compañía de Pablo Neruda. La dupla exploró los cerros, la bohemia y una decena de burdeles y cabarets, como la desaparecida Casa de los Siete Espejos, en calle Clave, cerca de la plaza Echaurren, en pleno Barrio Chino. 

En Magnum trabajó en forma estable durante diez años antes de dedicarse desde 1968 a la espiritualidad, la meditación y el yoga, primero con el grupo Arica del gurú Oscar Ichazo y, después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, en solitario en su sencillo refugio en Tulahuén. Su casa en Santiago fue allanada y los militares le robaron todos sus equipos.

En el norte, Sergio Larraín nunca abandonó la fotografía. Fue un rastreador de hierbas cordilleranas, de tramas poéticas, capaz de transformar cualquier escena en un satori, una imagen mística de gran belleza. Hoy, su búsqueda espiritual es recuperada por el documental El instante eterno, disponible en cinemark.cl, que valoriza la vida y obra del monje de Tulahuén.

 

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