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Crítica de artes| ¡Toda la carne a la parrilla! Descuerando la obra de Enrique Lihn

Por: Antonio Urrutia Luxoro, crítico cultural | Publicado: 07.10.2023
Crítica de artes| ¡Toda la carne a la parrilla! Descuerando la obra de Enrique Lihn Registro de sala Enrique Lihn | Fotografía de Francisca Razeto
El escritor Antonio Urrutia Luxoro reseña la exposición Enrique Lihn: Por fuerza mayor en exhibición en la Galería Gabriela Mistral. «Termina siendo una exposición insoportablemente elitista, ya que pareciera estar concebida exclusivamente para los entendidos en la producción de obra y vida del fallecido artista», expone.

Una de las faenas que requiere de mayor cuidado, experticia y paciencia en las artes culinarias criollas es el asado. No cualquiera tiene las dotes para hacerse cargo de la parrilla, considerando que el asado se trata de toda una experiencia. Un ritual donde los comensales se reúnen alrededor del fuego para degustar suculentas carnes a las brasas.

Desde la selección de los víveres, el encendido del carbón, hasta los puntos cocción de los cortes, se trata de una tarea que requiere de trabajo y atención permanente por parte del parrillero.

Hay reglas mínimas que deben respetarse para garantizar una experiencia gastronómica satisfactoria: los embutidos van primero, el pollo requiere de mayor tiempo, el cerdo debe ir bien cocido, el cálculo bien aproximado de cantidad de carne per cápita, etc.

El último aspecto es clave en el arte de la parrilla, ya que se corre el riesgo de que los invitados terminen arrebatados. El exceso del producto es perjudicial para la salud. Puede provocar obesidad, hipertensión, colesterol alto y gota.

No es necesario tirar toda la carne a la parrilla. Algo así ocurre con la exposición Enrique Lihn: Por fuerza mayor, inaugurada el 30 de agosto en Galería Gabriela Mistral.

La muestra documental alrededor de la obra del poeta y artista visual chileno, abarca su producción comprendida entre 1975 y 1988. Cuenta con la curaduría de un equipo compuesto por Ana María Risco, Vania Montgomery y Cristián “Mono” Silva, y fue previamente expuesta en el Centro Cultural Matta de la Embajada de Chile en Argentina.

La carne fue importada y luego deportada, corriendo el riesgo de ponerse añeja. Más encima, en el evento de inauguración se recibió a los asistentes con pan con pebre –no es una metáfora–, cuyos ingredientes fueron cortados groseramente, además de no amortiguar la cebolla.

Más allá de la chacota y las analogías culinarias, lo que predomina y resulta molesto en la exposición, es un exceso de material desperdigado a tontas y a locas alrededor de la sala. El equipo curatorial arroja una cantidad indigerible de piezas dispuestas por todos los rincones del espacio, como si se tratara de un montón de cachureos.

Pareciera que la operación consistió simplemente en situar los materiales de la misma manera que previamente se llevó a cabo en Buenos Aires, pasando por alto las características arquitectónicas de la Galería Gabriela Mistral.

Eso, junto a la inexistencia de información necesaria para contextualizar la producción visual, poética y audiovisual de Enrique Lihn, provoca que el recorrido de la exposición sea una experiencia tediosa, y sobre todo, incomprensible para quienes no conocen la vida y obra del poeta.

Al igual que la mayoría de las exposiciones que han estado en la cartelera de la galería, se trató de aprovechar el amplio ventanal de la muestra, visible para quienes transitan a diario por la calzada norte de la Alameda a la altura de Amunátegui.

Quizás, esa sea la mayor virtud del espacio expositivo, considerando la enorme afluencia de público que puede apreciar el ventanal sin tener que ingresar a la sala. Sería deseable que los elementos dispuestos allí tengan un atractivo visual suficiente, de tal modo que los peatones se interesen en lo que podrían ver al entrar a la galería.

Sin embargo, el equipo curatorial se farreó la oportunidad de captar potenciales visitas.

Se optó por instalar una pantalla para reproducir poemas de Lihn con un exceso de velocidad tal, que resulta imposible apreciar la literatura del autor con el debido tiempo. El acelerado compilado de poemas es además invisible en relación al contexto urbano que lo rodea, su aridez visual no es capaz de provocar la más mínima seducción.

Eso, considerando la riqueza de los estímulos visuales y sonoros que conforman el entorno inmediato de la galería; entre ellos, la Torre Entel, a todas luces más impresionante que el frontis de la galería, desapercibido en medio de los edificios aledaños.

Al ingresar a la exposición, el panorama general es tan agotador que dan ganas de arrancar de tanto exceso, desorden y aglomeración de cachivaches.

A primera vista, pareciera que la exposición demanda más tiempo que para ir al mall en temporada de liquidaciones. La primera sala de la galería alberga dieciséis piezas de diversa índole, entre objetos personales, dibujos, collage, fotografías, documentos y una película de 54 minutos.

Todo ese material fue ubicado en los lugares más recónditos del espacio – incluyendo el estrecho pasillo que da al baño–, sin criterios de jerarquía, orden o clasificación.

El equipo curatorial no fue capaz de esbozar un relato a partir de la selección de piezas. Como si ello no fuera suficiente, además se colocaron citas textuales a la obra del poeta en los muros, la recepción, los dinteles y también sobre la puerta de la bodega de limpieza.

En la segunda sala el cuerpo de obra de Enrique Lihn continúa adoleciendo las mismas pellejerías: exceso, falta de contexto y carencia narrativa. Al respecto, hay cuatro piezas en particular que producen esa sensación molesta, entre el hastío y la incomprensión.

Eso, debido a las torpes decisiones de montaje, junto a una selección injustificada y caprichosa de piezas, que ni siquiera se sostiene en la solemnidad soporífera del texto de sala. “Escribir con solemnidad es lo peor que puede haber”, según el cronista Roberto Merino.

En el muro de fondo de la sala, se agruparon 54 ampliaciones de las páginas de una historieta, organizadas en una retícula de dimensiones monumentales: desde el suelo hasta el techo, extendiéndose por toda la línea de horizonte.

En el entendido de que la historieta corresponde a un género intermedial –entre literatura y visualidad– donde la función narrativa es lo primordial, la decisión de monumentalizar dicha obra resulta desconsiderada e insolente, en la medida de que el conjunto de piezas es ilegible al campo visual del público.

Al medio de la sala el mal de Diógenes del equipo curatorial es aún más patológico. De manera obscena, algunos documentos personales de Enrique Lihn son colgados en un móvil suspendido desde el techo.

¿Qué quiso expresar el equipo curatorial al construir un juguete infantil con documentos de valor histórico? ¿Acaso no tuvieron la ocurrencia de gestionar una vitrina para resguardar su integridad? Pareciera que sencillamente se intentó hacer una “choreza” en el diseño de montaje.

En sintonía con ese disparate visual, se colocaron cuatro tambores de aceite alrededor del móvil, cuya pertinencia no resulta clara en la muestra ya impertinente por sí misma.

Quien no conoce la biografía de Lihn, perfectamente podría pensar que el artista era aficionado a la mecánica automotriz. Pese a ello, hay que reconocer que se trata de las únicas piezas con una función útil dentro de la exposición: en el evento inaugural sirvieron para posar copas, vasos y botellas de cerveza que dejaron los espectadores.

Ya finalizando el recorrido, a espaldas del ventanal con vista a la Alameda, se incluyó otro elemento de utilería: una silla de mimbre con un amplio y cómodo respaldo “similar a la utilizada por Enrique Lihn en su casa”, según consigna la escueta ficha técnica que se puede retirar en la recepción del recinto.

A estas alturas ya es chistoso, de una tierna ridiculez, que se hayan tenido que pegar el pique a Chimbarongo para poder dar cuenta del legado del artista reducido a saldos y rebajas amontonados en un chiquero.

Al respecto, cabe destacar que el proyecto expositivo cuenta con el apoyo de la fundación Enrique Lihn, dedicada a la difusión y resguardo de la obra del poeta. En virtud del flaco favor que la exposición le hace al legado de Lihn, este dato no es menor, considerando la declaración de principios disponible en la página web. Allí se señala que: “La Fundación Enrique Lihn busca difundir, preservar y acercar su obra poética, visual, teatral y crítica a públicos más amplios, especialmente a los jóvenes, fuera del ámbito académico o de quienes ya lo conocen”.

Pretendiendo un homenaje póstumo, Enrique Lihn: Por fuerza mayor termina siendo una exposición insoportablemente elitista, ya que pareciera estar concebida exclusivamente para los entendidos en la producción de obra y vida del fallecido artista. En lugar de trabajar en pos de democratizar el acceso al legado del autor y relevar su figura aún confinada a círculos académicos y especializados, el equipo curatorial se dedicó a payasear tirando toda la carne a la parrilla.

Dicha negligencia puede corroborarse al revisar el libro de visitas de la galería; entre otras críticas, uno de los indignados espectadores comentó sintéticamente: «Pésima curatoría, mala experiencia para la memoria del artista».

Enrique: ¡Sacúdete en tu cripta!

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