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CRÍTICA| La extraña lucidez de Samuel Beckett

Por: Tomás Henríquez, escritor | Publicado: 18.12.2020
CRÍTICA| La extraña lucidez de Samuel Beckett |
La obra de Beckett está determinada por el s. XX: la guerra, la barbarie, la muerte de Dios y la falsedad de las ideologías. De ahí que se caracterice por desarmar aquella falacia que nos mantiene activos en la maquinaria del porvenir: la esperanza.

Un anciano que yace inmóvil en la penumbra de una habitación y que lentamente se va internando en la muerte como por efecto de un desdoblamiento o una deriva imaginaria tortuosa. De eso se trata Sobresaltos del narrador y dramaturgo irlandés Samuel Beckett (1906-1989). O al menos, así lo describe Bruno Cuneo, traductor y prologuista de la reciente edición publicada en Chile, a cargo de la editorial Saposcat. Se trata del retrato de un anciano, posible espejo de su propio autor, en aquel amargo momento cuando empieza a despedirse de la vida. O cuando lo que entiende por vida carece ya de sentido. Como sea, este brevísimo relato originalmente escrito entre 1983 y 1987, y publicado un año más tarde, es reeditado ahora en una edición bilingüe, que incluye dibujos de Natalia Babarovic.

Primero su contexto. La obra de Beckett está determinada por el S. XX: la guerra, la barbarie, la muerte de Dios y la falsedad de las ideologías. De ahí que se caracterice por desarmar aquella falacia que nos mantiene activos en la maquinaria del porvenir: la esperanza. Porque para muchos vivir entre las ruinas de lo que se creía progreso, derivó rápidamente en la plena conciencia del vacío. Ya no es posible esperar nada. O al menos resulta ridículo hacerlo cuando cualquier posibilidad de sentido fue cancelada. Así, cada ser humano, en su miseria y pequeñez, será el actor principal de una obra de teatro condenada a un final ya escrito. Una tragedia.

El joven Beckett, gran lector de clásicos, aparte de novelista se vuelve un famoso dramaturgo. Hacer teatro sería una forma de lidiar con esta farsa que es la vida. Porque desde que nacemos actuamos, fingimos. Nos inventamos proyectos, razones por las que vivir o morir. Pero todo es absurdo. Así, el autor utiliza la imagen del acto de esperar —un verbo hasta esa época prohibido para un arte que era ante todo acción y vitalidad— para resumir las contradicciones de su época.

El viejo Beckett, cansado de los aplausos, ya no escribía

No solo había ganado el Nobel sino que gozaba de una fama de amargo, de blasfemo y aguafiestas. Hasta que un amigo le pide un manuscrito y él no puede negarse. Así nace Sobresaltos, obra que bien pudo ser una pieza de teatro, pero que terminó siendo un breve relato. Un viaje con forma de monólogo, de fugaz pero delirante diatriba, deriva también de la propia conciencia de su autor. Gesto explicable, entre otras razones, por su admiración a James Joyce, héroe de la novela moderna, de la frase caudalosa y desmesurada, con quien comparte la azarosa coincidencia de ser doblemente compatriota: ambos nacieron en Irlanda, pero nacieron también en la tierra del pesimismo, la desesperanza y la fervorosa prédica anticlerical. 

Pero a diferencia de Joyce, Beckett intenta quitarle palabras al mundo. Convencido de que en ellas nada puede encontrar, prefiere el silencio. Se sustrae de la vida ante la desilusión que le provoca. De ahí la paradoja. Porque la suya parece una escritura que en tanto se escribe desea desaparecer. Pero no por carecer de ideas o estar aburrido de plantearlas. Su desidia obedece más a un abatimiento frente al mundo. Un hastío radical ante la promesa del futuro. ¿Qué se hace cuando ya no queda nada? Cuando la historia ya no es ni tragedia ni farsa, cuando el final parece tan cercano como nuestra insistencia por negarlo. ¿Vale la pena salvar algunos muebles antes que se queme la casa entera? ¿O será preferible reír, ironizar y ver cómo todo se quema de una buena vez, a la espera de extinguirnos pronto —como los dinosaurios—, ojalá bien rápido, y si es posible, sin dolor?

Los dibujos de Babarovic llenan de negro carbón las páginas del libro, como si hubieran sido hechos con los restos de un incendio. Y la traducción de Cuneo se esmera buscando la exactitud y precisión, esa que sabemos imposible. Sin embargo, deja ver las estrategias que utiliza su autor: reiteraciones, palabras compuestas y frases sin verbos. Recursos que nacen acaso buscando entender cómo opera el lenguaje ante un mundo complejo que carece ya de fuerzas ordenadoras que lo movilicen. Bajo esta premisa Samuel Beckett construyó personajes que, como decía Emil Cioran, han pasado del nacimiento a la agonía sin transición, sin existencia. Como el viejo protagonista de Sobresaltos, quien intenta hallar en el silencio algo de calma, acaso el único refugio útil ante tanta frivolidad y tontera. Pero hay algo más. Llamémoslo un sentir de época. De nuestra época. Porque no es extraño que este breve relato también pueda leerse como una alegoría sobre nuestra propia extinción. Y de ahí su actualidad. Cuestiones que hoy son de mediana sensatez para todo adolescente promedio, fueron para el viejo Beckett parte de la triste novedad de su época. Así, este volumen nos muestra cómo un escritor se adelanta a su tiempo. Consciente de esa extraña lucidez que a veces posee la senectud, es capaz de mostrarnos qué hay en el final.

Sobresaltos

Samuel Beckett

Traducción y prefacio de Bruno Cuneo

Editorial Saposcat, 2020

56 Páginas

$9.000

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