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CRÍTICA| Virginia Woolf: La escritura clara, lúcida y desprovista de florituras o excesos

Por: Tomás Henríquez, escritor | Publicado: 26.01.2021
CRÍTICA| Virginia Woolf: La escritura clara, lúcida y desprovista de florituras o excesos Opt_Wolf |
La edición de Los artistas y la política cumple con ser una breve pero considerable introducción a la obra ensayística de Virginia Woolf.

Un nuevo sentido común

Quizás una de las ideas más célebres de la escritora inglesa Virginia Woolf es la que ensaya en su libro El cuarto propio (1929). Si una mujer quiere escribir ficción —dirá— debe tener dinero y contar con un lugar tranquilo para hacerlo. Intentaba de esta forma pavimentar el camino de la literatura no solo para las mujeres de su época sino también para las que vendrían. Su llamado se enfrentaba ante una historia de vacíos, omisiones y deliberado silenciamiento, pero también ante la sospecha y la constatación de que detrás de muchos autores anónimos o desconocidos, hubo una mujer que, para sortear la censura, debió hacerse pasar por un hombre. Y aunque no escatimó en elogios a las novelistas que la antecedieron (Jane Austen, Emily & Charlotte Brontë y George Eliot, entre otras), también sabía que estas no eran sino rebeldías inusuales de una época que poco o nada esperaba de ellas.

 

Dicho ensayo también ponía en evidencia cómo se producía literatura en la Inglaterra victoriana y durante aquellos primeros años del nuevo siglo. G. K. Chesterton, T. S. Eliot, Lytton Strachey, Aldous Huxley, et al.. Los escritores ingleses pudieron serlo, y de paso obtener reconocimiento, no solo por sus dotes —en algunos casos, indudables— sino ante todo por las condiciones materiales sobre las que ejercían su oficio. Pero todo terminó por derrumbarse, o al menos se puso en crisis a penas llegó la primera guerra mundial. Muchos se vieron obligados a ir al frente de batalla, otros cayeron en desgracia financiera, o simplemente debieron resignarse a ver cómo perdían sus privilegios. Así, se hizo evidente un problema hasta ese momento inadvertido: escribir era un lujo.

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Todo esto que hoy podría parecer obvio, hace cien años no lo era tanto. De hecho, muy pocos lo hablaban. La naturaleza del genio artístico o literario, necesariamente masculino, derivaba —cómo no— de la musa inspiradora de turno o de una iluminación, en muchos casos, divina. Cuestión que frente al fervor científico y materialista en boga parecía ridículo. O al menos un recurso desesperado por conservar una tradición ya decadente. Las mujeres, relegadas al interior doméstico, esclavas del lastre del amor romántico, la familia, la crianza y de una tradición tan milenaria como absurda, no podían ver en la escritura una posibilidad cierta de desarrollo, y quienes la ejercieran serían consideradas sino víctimas de un desvarío o locura, conspiradoras de una intriga de tanta terquedad como insensatez.

De reciente publicación en Chile, Los artistas y la política (Editorial Alquimia, 2020) es una recopilación de ensayos, conferencias y cartas donde Virginia Woolf se explaya con basta lucidez en torno a este y varios de los problemas que ronda su obra. Se trata de una selección de textos escritos entre 1916 y 1948, muchos de ellos reunidos solo de forma póstuma, y que aquí son precedidos por un prólogo de Ana María Álvarez, traductora de los mismos. Así, discute la conflictiva relación entre el escritor y su contexto, entre el artista y su corte, y por cierto, la exclusión de la mujer de los principales espacios de debate, y la responsabilidad que según la autora le cabe a los críticos a quienes supone no solo cómplices, sino peor aún, promotores de dicha omisión.

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Destaca el famoso ensayo “El arte de la biografía” en el que comenta el rol del biógrafo y los desafíos que enfrenta en un momento en el que solo las vidas ilustres eran dignas de ser contadas. A contrapelo de su tiempo, o quizá solo sumándose a una tendencia todavía poco popular, la autora aboga por darle valor a narrar la vida de individuos menores, vulgares o sin aparente mayor importancia. Porque narrar una vida, cualquiera sea, ante todo implica un gesto escritural propio: combina la intensidad de la poesía, el entusiasmo del teatro, con la peculiar virtud de la historia, sus posibilidad y sus límites, productos del desborde de la imaginación pero solo tolerables hasta donde la ley de la difamación lo permita. De igual forma, ahonda en la afición británica por la realeza, dogma sustituto de la religión, amparado por millones de fieles que hasta el día de hoy siguen dicho culebrón. Triste realidad, todavía palpable, pues pareciera no hay nada glamoroso de ser nosotros mismos.

 

Así, la edición de Los artistas y la política cumple con ser una breve pero considerable introducción a la obra ensayística de Virginia Woolf. Con una escritura clara, lúcida, desprovista de florituras o excesos, siempre llena de actualiad y templanza —para algunos una cualidad, para otros un defecto inglés—, sus textos saben mezclar la iracunda voracidad crítica del manifiesto, la fresca y rencorosa ironía de la diatriba, con la medida sensatez y sobriedad del ensayo para dar en el punto justo de un tiempo convulso. Y como todo clásico no pierde vigencia. De ahí que resulta tan productivo volver a revisar su obra. Porque es mucho más que un ícono feminista. Es sobre todo alguien que usó la escritura para imaginar y disputar un nuevo sentido común.

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Virginia Woolf

Los artistas y la política

Traducción, prólogo y notas de Ana María Álvarez

Editorial Alquimia, 2020

190 Páginas

$10.900

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