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ADELANTO| «Si hoy todas las mujeres en esta ciudad pudieran votar»: Mark Twain y la historia del sufragio femenino

Publicado: 16.04.2021

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Damas y caballeros:

Esta es una pequeña ayuda que puedo dar, pero es justo este tipo de ayuda que se puede dar desde el corazón a través de la boca. El reporte del Señor Meyer fue admirable, y he estado tan interesado en él como lo han estado ustedes. Porque tengo el doble de su edad y tengo tanta experiencia que cuando haga su petición de ayuda le diré: “No lo haga para hoy o para mañana, más bien colecte el dinero en el acto.”

Todos somos criaturas de impulso repentino. Tenemos que ser estimulados “al vapor”, por así decirlo. Hagan que escriban su voluntad ahora, o podría ser muy tarde en el futuro. Quince o veinte años atrás tuve una experiencia que nunca voy a olvidar. Fui a una iglesia que estaba repleta por una multitud sofocante y jadeante.

El misionero de nuestra ciudad –Hartford– hizo un llamado por ayuda. Habló de experiencias personales entre los pobres en los refugios y los balcones de los templos pidiendo dedicación y ayuda. Los pobres siempre son buenos con los pobres. Cuando una persona con sus millones dona cien mil dólares, hace un gran alboroto frente a todo el mundo, pero en realidad esa persona no extraña el dinero; es el donativo de la viuda que no hace ruido, el aporte sufriente, que consuma mejor el trabajo.

Recuerdo que en esa ocasión en la iglesia de Hartford se hizo una colecta. La petición me había agitado tanto que casi no podía esperar a que viniera hasta mí con el sombrero o la bandeja. Tenía cuatrocientos dólares en mi bolsillo, y estaba ansioso de ponerlos en la bandeja e incluso quería pedir prestado más.

Pero la bandeja se demoraba tanto en llegar hasta donde estaba, que el calor de la fiebre de la beneficencia fue bajando más y más; bajando a un ritmo de cien dólares por minuto.

La bandeja pasó demasiado tarde

Cuando finalmente llegó, mi entusiasmo había bajado tanto que conservé mis cuatrocientos dólares –y robé diez centavos de la bandeja–. Por lo tanto, como ustedes pueden ver, el momento a veces lleva a la delincuencia.

Muchas veces he pensado en eso y lo he lamentado, e invoco a todos a colaborar, mientras la fiebre aún esté en ustedes. Refiriéndose a la esfera de la mujer en la vida pública, puedo decir que siempre tiene la razón. Por veinticinco años he sido un hombre a favor de los derechos de la mujer. Siempre he creído, mucho antes de que mi madre muriera que, con su cabello gris e intelecto admirable, sabía de la importancia del voto.

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Me gustaría ver el momento cuando las mujeres participen en la creación de las leyes. Me gustaría ver ese latigazo, la papeleta electoral en sus manos. En cuanto al gobierno de esta ciudad, no quiero decir mucho, excepto que es una vergüenza; pero si voy a vivir veinticinco años más –y no hay una razón por qué no debería– creo que voy a llegar a ver a las mujeres sosteniendo una papeleta. Si las mujeres tuvieran el voto hoy en día, no existiría el deterioro que impera en esta ciudad.

Si hoy todas las mujeres en esta ciudad pudieran votar, elegirían el alcalde en la próxima elección, y se levantarían en su poder y cambiarían el deplorable estado de las cosas que ahora tenemos.

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