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PERFIL| El último aliento de Lucia

Por: Josefina León, licenciada en Letras Hispánicas | Publicado: 23.08.2021
PERFIL| El último aliento de Lucia |
“Siempre estuve en los márgenes”, dijo Lucia Berlin en algunas entrevistas, pero no solo en los márgenes sociales, en la crudeza de los problemas económicos o el alcoholismo, sino también en los márgenes culturales. No fue sino hasta 10 años después de su muerte que Lucia Berlin fue “rescatada” por las editoriales, cuando se lanzó la antología «Manual para las mujeres de la limpieza» que resultó un best seller en Estados Unidos. 

A los 11 años Lucia Brown, mejor conocida como Lucia Berlin, llegó a Chile. De ojos claros e imponentes, y con su melena corta, esta pequeña nómade nacida en Alaska, en 1936, ya había pasado por varios pueblos de Estados Unidos, entre ellos Idaho, Kentucky y Montana, obligada por el trabajo de su padre en la industria minera. 

Al llegar a Santiago, las casas compartidas, los problemas económicos y las escuelas rurales que habían sido el escenario de sus primeros años tuvieron un leve cambio, aunque no por mucho. Entre sus clases en el colegio Santiago College y una agitada vida social, Lucia permaneció en la capital hasta sus quince años, conociendo el español en el Chile de la década del 50. 

No pasaría mucho tiempo hasta que se casara con quien sería el primero de tres maridos, con solo 17 años. A los 35 años ya tenía cuatro hijos y tres matrimonios fallidos, y así al menos lo definen varios retratos que han intentado valorizar a esta escritora que estuvo tanto tiempo en el silencio del canon literario. Digo en el canon porque su aliento literario no estaba en silencio, Lucia escribía. 

“Siempre estuve en los márgenes”, dijo en algunas entrevistas, pero no solo en los márgenes sociales, en la crudeza de los problemas económicos o el alcoholismo, sino también en los márgenes culturales, pues no fue sino hasta 10 años después de su muerte que fue “rescatada” por las editoriales cuando se lanzó la antología Manual para las mujeres de la limpieza, que resultó un best seller en Estados Unidos. 

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A un par de años de casarse por primera vez, en 1957, tuvo que hacerse cargo de su familia. Esto tras el abandono de Paul Suttman, en Alburquerque, con su primer hijo, Mark, y embarazada del segundo, Jeff. 

En una entrevista dada a la Revista Ñ de Clarín, en 2019, el cuarto hijo de la autora, David, cuenta que el primer matrimonio de su madre estuvo marcado por la violencia. “Mi madre estaba convencida de que se había casado con ella solo para no ir a la Guerra de Corea. Era muy controlador. Le decía que tenía que dormir boca abajo para corregir su nariz respingada”, declaró. 

Tras el fin de la relación, Lucia no tenía dinero, y en los meses y años siguientes pasó por múltiples trabajos; enfermera, recepcionista, profesora, costurera y trabajadora del hogar fueron solo algunos de ellos, y es que Berlin siempre se las arregló para dar de comer a sus hijos, cuando los padres brillaban por su ausencia. 

La escritura comenzó en esos años de abandono, según contaría a dos de sus estudiantes años después. “Estaba sola. Mi primer marido me había dejado, tenía nostalgia, mis padres me habían rechazado porque me había casado joven y luego divorciado. Escribí simplemente para ir a casa”, diría en sus propias palabras en 1996. 

¿Dónde has estado Lucia?

Esa es la pregunta que varios que han escrito de la hoy aclamada autora se hacen, pero ella siempre estuvo ahí, siempre buscando: su lugar, su espacio, su identidad. 

En Alburquerque, y luego de terminar su primera relación, conoció al poeta Ed Dorn, quien años después la invitaría a trabajar en la Universidad de Colorado en 1994, donde fue escritora visitante y profesora por seis años. También conoció a los músicos de jazz Race Newton y Buddy Berlin, quienes se convertirían en su segundo y tercer marido, respectivamente. 

Con Newton se casó en 1958, y de hecho firmó sus primeros cuentos como Lucia Newton. Un año después se mudaron a Nueva York. Ahí continuó escribiendo, señala su hijo Jeff en la misma entrevista a Revista Ñ, donde detalla que “mis primeros recuerdos son de mi hermano Mark y yo, montando triciclos, alrededor de nuestro loft en Greenwich Village, mientras mamá tipeaba en su Olympia”. 

A inicios de los 60 Berlin se había casado con el que fue su tercer marido, de quien tomó el apellido, y se mudaron a México. Con él tuvo a Dan y finalmente a David, entre idas y venidas a Nuevo México. El fin de la pareja llegó en 1967, cuando permanecían en este último lugar. Su cuarto hijo señala que “mamá se cansó de lidiar con las drogas de mi padre, él quería vivir en México y ella no”. Ya divorciada, su problema con el alcohol se agravó. “Fue muy dramático. Tenía novios que la maltrataban, que le robaban, que la golpeaban. Uno de ellos casi la mata, así que nos mudamos otra vez. Desde 1971 nos quedamos en California. Esos eran los tiempos más difíciles para la familia, porque estaba sola, no tenía nada de dinero y tomaba mucho”, resume David. 

Fue en ese periodo que Lucia se dedicó a múltiples trabajos, muchos de los cuales se ven retratados en su reconocido Manual. Y es que la escritura de la autora estuvo siempre marcada por la autoficción, hasta una de sus narradoras en aquel el texto lo dice: “exagero mucho, y a menudo mezclo la realidad con la ficción, pero de hecho nunca miento”. Los relatos de esta compilación de cuentos, además, llevan un tono que la acompañó durante toda su vida, una mezcla de crudeza y humor, que se hace tan cercano como si lo que se lee lo estuviera contando una amiga, una conocida.  

La batalla contra el alcoholismo se extendió por más de una década, pero Lucia no fue una escritora “maldita” como han querido decir algunos de sus contemporáneos, porque buscar llegar a casa no era para ella una maldición, sino una búsqueda como la que todos tenemos cuando se trata de encontrar nuestro lugar en el mundo. Y es por eso mismo que Berlin no cae en la autocompasión en su literatura, sino que se ríe un poco de lo que es la vida, con altos y bajos, con oscuridades y luces. 

Tampoco fue una escritora maldita por su alcoholismo. Si bien muchos de sus relatos hablan de episodios por su enfermedad, no es este el tono que marca sus excelentes creaciones, sino un trabajo meticuloso, vivencial y visceral, cargado de una indudable disciplina.  

Algunas de sus experiencias en vida fueron reunidas por sus hijos en Bienvenida a casa. Cartas y fragmentos de diarios que retratan sus primeros treinta años, y, de acuerdo a su hijo Jeff en el prólogo, el texto no es sino “una sucesión de recuerdos de los lugares donde se había sentido en casa”. 

El último aliento

Tras viajes entre Berkeley y Oakland, California, en 1994 su amigo Edward Dorn la llevó a la Universidad de Colorado, donde se convirtió en escritora visitante y luego profesora asociada, ya alejada de sus adicciones. 

Su constante carisma la hizo convertirse en una persona muy querida entre sus pares y alumnos, y más aún, en una excelente docente. Sin embargo, sus publicaciones aún no eran valoradas, y mientras estuvo viva, al menos en el mundo editorial, nunca lo fueron. “Ella era consciente de que tenía el respeto de muchos de sus compañeros y amigos escritores y estaba agradecida de que la publicaran, pero se sentía ignorada por el mundo editorial en general”, cuenta su hijo Jeff a la Revista Ñ

Los últimos años de Lucia en Boulder, Colorado, implicaron un singular atisbo de tranquilidad a la que no estaba acostumbrada. “Inundado de fisioterapeutas, atletas de alto rendimiento y veganos, era un lugar extraño en el que acabar para alguien como ella”, relató a El País la escritora estadounidense Elizabeth Geoghegan, con quien tuvo una cercanía especial hacia el fin de sus días. 

Con ella hablaba de todo, de libros, y también fumaba, aunque ya contara con un frágil sistema respiratorio que poco a poco la dejaba sin aliento, y es que en largas conversaciones en su cocina de una casa de madera en Dakota Ridge, disfrutaba de esa mitad que el cigarrillo le permitía antes de verse obligada a ponerse nuevamente el oxígeno, en un “atisbo de pánico”, cuenta Geoghegan. 

Tiempo después se mudaría a un parque de caravanas a las afueras de la ciudad, como un breve paso para finalmente llegar a vivir cerca de sus hijos y nietos en California, en 2001, donde pasó sus últimos días hasta morir en 2004 en Marina del Rey. Tal vez sus últimas palabras fueron “sin aliento”, como cerró en una de las cartas que le envió a Elizabeth cuando sus vidas se separaron, o tal vez no. Sea una u otra la respuesta, con el paso de los años, su voz ha vuelto a recuperar el aliento, como un aire poderoso que ha logrado remecer la experiencia de quienes se encuentran en el camino con los innumerables rincones de su obra. 

Este perfil fue producido en el Diplomado de Periodismo Cultural, Crítica y Edición de Libros del Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile

 

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