Letras

«Seguimos»: Recuerdos de Sergio Chejfec

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 06.04.2022
«Seguimos»: Recuerdos de Sergio Chejfec Sergio Chejfec. Foto: Paco Fernández |
El fin de semana recién pasado nos dejó el gran novelista Sergio Chejfec, escritor argentino radicado en Nueva York, ciudad donde formó a varias generaciones de escritoras y escritores en los cursos que daba en NYU. Aquí un homenaje de algunos de sus exestudiantes y amigos.

Vanessa Londoño (Bogotá, 1985)

El 19 de marzo de 2015, los estudiantes de la Maestría en Escritura Creativa de NYU recibimos el siguiente correo de Sergio Chejfec, con el asunto de “Aira César”:

“Queridos amigos

El lunes habrá una conversación pública con César Aira, en el Cervantes. Intenté, sin éxito, que se hiciera otra en NYU. Me consuela ofrecerles por lo menos el acceso gratuito. Como estudiantes de la maestría, sus nombres están en una lista, para que puedan pasar. Así que ya saben quienes puedan ir o estén interesados en ver y escuchar a ese gran escritor. Saludos, s”

Ese lunes, lxs estudiantes que no podíamos darnos el lujo de invertir 10 dólares en nada, vimos a Sergio y a César Aira hablar de la literatura del reposo, de los libros breves y de pocas páginas hechas por escritores expertos en marcharse; autores con una extrema debilidad por lo efímero, por lo justo. Escritores que en vez de crear materia querían sustraerla del vacío: ellos dos.

Enrique Winter (Santiago de Chile, 1982)

“Probá la Hoegaarden”, me dijo con la misma parsimonia con que había inaugurado el curso entre las primeras páginas de Austerlitz, Una idea genial y otras diez novelas que aún guardo en el computador. En la década siguiente corroboré que ese sosiego, más fácil de imitar modulando lentamente una voz grave que aprendiendo a pensar en digresiones infinitas como él, era su forma de respirar, de dar un paseo o de ofrecer la confianza. Al habla y por escrito, Sergio no ponía énfasis alguno, pero tampoco titubeaba así fuera el final de la noche. Solo se sonrojaba con sus propios comentarios sin filtro que parecían doblemente fermentados como la Hoegaarden. Es una cerveza dulce, hecha de trigo; turbia, sin embargo. Me la recomendó en el Peculier y yo debí preguntarle qué gracia le hallaba precisamente a ese bar entre tantas opciones neoyorquinas. Me respondió “no sé” de la manera graciosa con que luego demostraba que los argumentos se arreglan en el camino como las maletas –“valijas” habría dicho él– en el baúl del taxi que manejaba en Caracas. “¿Seguimos conversando afuera?”, proponía generosamente luego de los eventos de la maestría y por afuera se refería al Peculier. Sus bancas son continuas, tienen respaldo y rodean tres lados de la mesa. En el otro quedábamos algunos de pie, aprendiendo frente a las tapas de cerveza que adornan los muros y de espaldas a su bicicleta que veíamos reflejada en la ventana. Cuando hace menos de un mes me escribió con “la ilusión de verte” lo imaginé bajando de ella una vez más.

Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988)

De las clases de Sergio se decían muchas cosas: que era implacable, que era hermético, que era una especie de oráculo. Hablaba poco, pero siempre con palabras precisas, atinadas y honestas. Sus comentarios se me quedaban dando vueltas en la cabeza, los recuerdo todavía: decenas de comentarios que me hicieron pararme en otro lugar, darle la vuelta a las cosas, escribir y reescribir hacia o contra sus palabras. Recomendaba siempre el libro exacto, el que necesitabas para entender un tema o un recurso literario. Parecía haberlo leído todo. Era dulce, aunque podía ser de una ironía sutilísima y tremenda, nunca cruel. Si la tristeza es a veces la medida del cariño, fue hasta sentir la tristeza de su muerte que me di cuenta del enorme cariño que le tenía. Hace rato, mientras escribía un libro que no me sale, me pregunté lo que muchas veces me pregunto cuando escribo: ¿qué pensaría Sergio de todo esto?

Marcos Crotto (Buenos Aires, 1980)

Dar vueltas en el texto, buscar, que uno no sepa hacia dónde va no siempre quiere decir que se haya perdido; el camino es único y no se choca con otro; si te preguntan por el libro de un amigo hay que contestar: “todos los amigos escriben bien”; no hablar con voz fuerte, no enojarse; el vermú solo requiere de un hielo y acaso un gajo de limón; cada corte de carne y cada verdura del puchero tiene su momento para ingresar en el caldo que nunca tiene que andar nervioso, la papa entra última, si se desarma o queda muy fibrosa es una pena porque será la papa, por su capacidad de absorción de los demás sabores, la que marque el pulso de todo el resto. Son algunas de las cosas que aprendí de Sergio.

Fernanda Trías (Montevideo, 1976)

Sergio nos enseñaba que cada texto era un artefacto cuya estructura era inseparable de lo que contaba. Fondo y forma debían mantenerse en diálogo. Los cuentos de Modo linterna son un ejemplo de eso. No sé por qué será, pero los mejores siempre son los más generosos. Él encontraba tiempo para leerte, para responder correos y escuchar, podía escribir contraportadas, presentar libros, estar en los eventos y hasta en los partidos de fútbol. Salía con nosotros a tomar cerveza en el Peculiar, un bar cerca de la universidad. Siempre te hablaba como si fueras su igual, intelectual y humano. Tenías que hacer un esfuerzo por saber cuándo te hablaba en broma, porque no cambiaba la expresión ni el tono. Brillaba por su ironía, su agudeza y humildad. Sergio parecía no tener edad, porque estaba varios pasos adelante.

Leonardo González (Santiago, 1987)

“Te invito a comer frío”, me dijo por mail hace menos de tres meses. Nos encontramos en el arco del Washington Square Park. A Sergio le gustaba caminar, así que caminamos un poco hasta llegar a un café. Propuso que lo bebiéramos en la terraza, a pesar de los -12 grados C. No quería exponerse al COVID. Lo noté calmado. Venía llegando de Buenos Aires. Hablamos de la experiencia de viajar en pandemia. A mí me gustaba hacerle preguntas a Sergio. Era una de las cosas que más me gustaba, porque sus respuestas siempre me dejaban pensando. Le pregunté de la nada si cabía en él la idea de irse a vivir en Buenos Aires, ya que pronto podía jubilar. Me dijo que eso dependía mucho de la voluntad de Graciela. Luego nos quedamos en silencio y comentó: “¿Sabes adónde me iría a vivir? A Montevideo”, y la palabra Montevideo apareció como un camino posible. Argumentó que estaría cerca de sus familiares, en una ciudad relativamente pequeña, tranquila, bastante bonita y sin el caos que la capital de Argentina significaba. Recuerdo que definió ese caos como una sucesión de infortunios que la ciudad ofrecía. “Montevideo, entonces”, le dije cuando nos despedimos. “Y bueno”, me dijo, con su humor habitual. “Montevideo te digo hoy. Pero por ahí me pillas mañana y te digo otra cosa”. 

Elisa Clark (Santiago, 1973)

Hace unos años encontré por casualidad a Sergio en el barrio Lastarria de Santiago, donde yo vivía. Andaba con el ritmo lento del paseante y yo con la acelaración de la madre novata que multiplica sus manos y minutos. Intercambiamos algunas palabras y me invitó a la charla que daría esa tarde, a la que no logré llegar. Fue una grata sorpresa, hubiera querido tener más chispa para poder contarle cuánto me marcó su figura sin aspavientos; las pocas veces que habló de él en sus clases (y solo al ser consultado) contó una anécdota no desde el éxito como se acostumbra, sino desde el fracaso. Publiqué tardíamente, dijo, porque entregué mi novela a una editora que según ella leía una página al día. Al cabo de un año se dio cuenta que no lo habían leído y que tampoco le publicarían. Pasaron varios años antes de que lo lograra. Busqué esa novela, Lenta biografía. Me costó leer, pero a la vez no podía soltarla hasta saber cómo se las arreglaría para seguir esa narración de idas y venidas, de relatos inconclusos y de distintas versiones contadas por distintos personajes. Salía con éxito. Encontré ahí recursos: la repetición, la acelaración y desaceleración, el tiempo congelado, que luego me ayudarían a escribir la novela que rumiaba en ese entonces. Me faltó tiempo en la calle para abrazarlo y darle las gracias.

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