Letras

Hoy es el aniversario de un día cualquiera

Por: Edison Pérez | Publicado: 21.09.2022
Hoy es el aniversario de un día cualquiera Floridor Pérez | Imagen: https://pdn.uv.cl/
El título de esta reseña corresponde al nombre de una de las dos secciones de Para saber y cantar, el primer poemario de Floridor Pérez, pero otros de sus títulos son igual de irónicos o extraños (Invitación a la casa que no tengo), acaso el sello de su creación. De provincia, no provinciano, en sus palabras (no obstante vivió en Santiago prácticamente la mitad de su vida). Al poeta y profesor lo pilló la Flaca (Me da miedo acostarme con la Flaca) un día como hoy, 21 de septiembre, hace tres años (2019), día del regreso de la primavera.

Lecturas de este y otro tiempo

Niños y niñas pequeñas con tres o cuatro años de escuela, que han leído en la sala de clases, siguiendo el renglón con el dedo, entre sus primeros relatos a Charles Perrault y la bella del bosque durmiente, a Hans Christian Andersen y su patito-cisne, a los hermanos Wilhelm y Jacob Grimm y aquella doncella del Pie Chiquitito (en calle San Diego hubo una casa comercial con ese nombre), a Oscar Wilde y el mentado gigante que era en realidad el Ogro de Cornualles; y entre medio los Cuentos de Pedro Urdemales y años después La vuelta de Pedro Urdemales y los Cuentos de siempre para niños de hoy, compilados por Floridor Pérez. O esas vidas ejemplares a la manera de vida de santos: Cuando los grandes eran chicos. Infancia de personajes célebres.

Niños facheros y niñas pretenciosas en la flor de la pubertad que han conocido en lectura domiciliaria a autores chilenos como el corpulento Manuel Rojas y sentido con emoción el aroma tibio de su “Vaso de leche”, han viajado con Francisco Coloane junto a “El último grumete de la Baquedano” o vivido la angustia de “El registro” en la imaginación del enjuto Baldomero Lillo; también han leído entre medio los Cuentos chilenos y los Mitos y leyendas, reunidos en varios ejemplares por Floridor Pérez, por lo que el autor es más conocido entre los escolares que entre sus padres.

Poemas para niños también aclara en un subtítulo, acerca de sus poesías disque infantiles, que como Exupéry, cada vez que se leen añaden nuevas lecturas en las distintas etapas de la vida. Aunque adulto, en verdad desde siempre su poesía está referida a la infancia, a la lluvia del sur y a la casa paterna, lares añorados pareciera incluso durante el tiempo en que se les habita. En el poema Años después por ejemplo, una imagen graciosa: Una silla me dice tome asiento precede a otra nostálgica: […] tanto tiempo / hace que la escalera va y viene / por sus peldaños, que ya no recuerda / si está allí para subir o bajar, / o para que ruede hasta nosotros / el eco de los pasos de la infancia.

Muchos de los poemas de vocación escolar de Floridor Pérez son, además, piezas musicales, especialmente cuecas, como Los útiles escolares donde al final ¡Las niñas con mi estuche / juegan al luche!; o ese llamado La cueca larga del bosque nativo donde la araucaria, el alerce, el mañío, el boldo, el quillay, el chañar, el roble, el sagrado canelo, lingues y queules, olivillos y laureles, el ulmo, la palma, el coigüe, avellanos y cipreses (perdonen la extensión, quise mencionarlos a todos) se expresan cuando […] dice el raulí: / quiero que me hagan casas / no me hagan chip.  En una de sus seguidillas el poema instiga en tono pedagógico pero no por eso menos melódico: Paren la danza / de no sé quién: / ¡No hagan astillas / todo el edén! para refrendar en la cola o remate: ¡Que se trague la tierra / la moto-sierra! 

Si tú fueras la patria, un poema en ritmo de la sureña sirilla (Te recorriera —ay sí— / Te recorriera…) hace un correlato entre la mujer y la patria —amada y venerada cada una— que con música de Vicente Bianchi se iba a presentar ese año —eran tiempos de destierros y relegos—, unos dicen que en un concurso de televisión y otros en la mismísima competencia folclórica del Festival de Viña del Mar, pero el tino de la abuela Rina, su madre, lo censuró con más eficiencia que los propios milicos: “¡Polo, estás loco! ¿¡Quieres volver a la Quiriquina!?”. Y su alarma estaba puesta en que el recitado termina(ba) en una dedicatoria inocente pero incriminatoria: Pa’ los ausentes. Hoy parece exagerado, pero entonces esa aprensión de madre estaba justificada.

No solo en los libros de lectura de enseñanza básica deben buscarse sus lectores (los primeros, en la puerta pintada color pizarra de la escuela rural de Mortandad donde escribía sus poemas como material de lectura para esos niños hijos de campesinos); están también los alumnos de ese profesor-relegado llegado al Liceo de Combarbalá para abrirles los cerros pelados hacia otros horizontes, y más adelante durante un decenio en la Universidad Nacional Andrés Bello, y después en la Universidad Adolfo Ibáñez en las sedes de Viña del Mar y Santiago (hubo un paso por la UdeC y la PUC como escritor en residencia). “No estarán pensando ustedes —dirigiéndose al público en alguna conferencia— que yo he andado recorriendo las universidades con mi diploma de profesor normalista bajo el brazo buscando pega”—. Y reventaba en carcajadas la audiencia.

Ha dado a la academia y al gusto por leer sus libros Pablo Neruda esencial y Gabriela Mistral esencial, Francisco Coloane, biografía de una leyenda, Antología del poema breve en Chile, Antología del deporte y los juegos, entre otros de difícil detalle (sumaban diecinueve cuando perdí la cuenta). Su (re)versificación verso a verso del Poema de Mío Cid pensado para la enseñanza media es un trabajo tan interesante y minucioso que es usado más entre los estudiantes de literatura y objeto de tesis de pre y posgrado. Se le deben también algunos diccionarios escolares y la colección Apuntes de El Mercurio (fue editor de suplementos escolares y entiendo que el único autor de esos libritos); también realizó las Tareas escolares de Zig-Zag, ambos recursos salvavidas en tiempos en que los estudiantes de quinto básico en adelante entregábamos los trabajos de investigación en hojas cuadriculadas tamaño oficio que vendían con ese propósito en las librerías, por supuesto trabajos escritos a mano, primorosamente subrayados con rojo trazados con reglas de madera adornados de pegatinas alusivas al tema recortadas desde láminas Mundicrom.

Fotografía obtenida de Twitter

Ser lárico hoy, ¿un anacronismo?

Alguna vez volveré a recorrer la vía férrea con durmientes de roble que aún permanecen en el Lautaro de Jorge Teillier, el poeta amigo al que Floridor Pérez sobrevive veintitrés años. Recuerdo una noche cuando los trenes aún no eran fantasmas y en que siendo muy niño arribé saltando entre un durmiente sí y un durmiente no, a una casa desconocida de palos azulinos de viejos, tan alta por dentro, que anidaban palomas en las cerchas. No se me ocurre mejor imagen para hacer sentir la poesía lárica que describe un hecho o lugar real y cotidiano entonces y lo hace inminente en algún recodo del alma, en un tiempo sin tiempo. ¿Alguna vez volveré a recorrer la vía férrea con durmientes de roble que aún permanecen en el Lautaro de Jorge Teillier?, ya no afirmo sino que me pregunto, más de sesenta años después.

Explico algunas cosas

El título de esta reseña, Hoy es el aniversario de un día cualquiera, corresponde al nombre de una de las dos secciones de Para saber y cantar, el primer poemario de Floridor Pérez, pero otros de sus títulos son igual de irónicos o extraños (Invitación a la casa que no tengo), acaso el sello de su creación. De provincia, no provinciano, en sus palabras (no obstante vivió en Santiago prácticamente la mitad de su vida). Al poeta y profesor lo pilló la Flaca (Me da miedo acostarme con la Flaca) un día como hoy, 21 de septiembre, hace tres años (2019), día del regreso de la primavera.

Ahí están sus libros Con lágrimas en los anteOjOsMemorias de un condenado a amarte (con la A tachada), Obra completa-mente incompleta (donde completa y mente están separadas por un guion y un interlineado, entonces se lee Obra completa en la primera línea del título); en fin, muchos poemas con elipsis y elusiones y elisiones y otros tropos que van bordeando elípticos sentidos que detienen la lectura sorprendidos como en un mirador. No obstante, también habrá otros que algún buen amigo fue incapaz de reprocharle en su momento, que tampoco es este.

Los becarios del 2001 junto a sus maestros Floridor Pérez y Jaime Quezada.

Ciertos gustos personales

En el poema Canto a la derrota de Arturo Godoy, describe la pelea contra Joe Louis en 1940, y hasta tiene versión radiofónica dramatizada (Las cuatro radios del pueblo amanecerían prendidas esa noche) —obviando la lógica de la aseveración, que hayan amanecido prendidas esa noche— el final original fue modificado, termina actualmente: Porque aún tenemos Patria y los hombres no lloran / como El Viejo y su compadre Clodomiro / la noche en que perdió Arturo Godoy. El que no conoció al compadre Clodomiro Torres ni estuvo sentado a su mesa, ni miró la caleta y el horizonte de Queule desde su ventanal en la mitad de la montaña, frente al mar, no echará de menos su apellido y comprenderá el sentido más universalista que pretende su eliminación. Tiene lógica y no es mi poema sino el suyo, pero uno que recibió una paila de huevos fritos con pan amasado humeante de manos de su señora mapuche, lo acepta con tristeza.

Felizmente en In memoriam dedicado a un campesino de Mulchén muerto en el viaje en camión, ya prisioneros (¿por qué no te aguantaste ese viaje / en un camión cargados como sacos / y te tiraron muerto junto a mí, / con tu poncho de pobre, / como un carnero blanco degollado / ¿por qué tú, por la cresta —y no yo— / que ni me puedo el Diccionario / de la Real Academia en una mano?). El campesino sigue siendo de Mulchén en casi todas las versiones, porque los de Lonquén serán más conocidos, pero no tuvieron un camión que les permitiera sobrevivir respirando entre las rendijas de las tablas. 

Cartas de prisionero

Recorren mis libros como un campo minado / Saben que un poema puede ser explosivo / pero ignoran que el detonante es el lector // Bayonetean tu jardín cavan el huerto / pero sólo hallan raíces, semillas / que florecerán cuando se vayan (poema Allá no miento, de Cartas de prisionero). El poema describe abiertamente un allanamiento, ignoro como la traductora alemana de su obra haya solucionado el juego de palabras. Solo entiendo que Recorren mis libros en mi casa de él, y Ballonetean tu jardín cavan el huerto, es el jardín y el huerto de ella en nuestra casa suya. La fuerza y valentía que denota el poema no deja de revelar el ensañamiento y la indefensión de las familias en esos momentos primeros en que la brutalidad vino a entronizarse.

En Cartas de prisionero acaso por descuido o por dejar correr la lógica del sintagma, el título del libro agrega una S al nombre del formulario que le dio origen. En efecto, en el regimiento de Los Ángeles, en Ñuble, y acaso en todos los recintos militares del país, existía una hoja de papel roneo cortada a la mitad, recurso gestionado por la Cruz Roja Internacional, donde debajo del nombre del documento, Carta de prisionero, había un formulario identificatorio (nombre del prisionero, destinatario, fecha, cosas así) y unas cinco líneas demarcadas dejaban espacio para anotar el texto del mensaje, obviamente a la vista de quien quisiera leerlo. Este espacio, destinado a pedirle a los parientes calzoncillos largos de franela para soportar el frío o pasta de dientes y un cepillo o un cinturón con más orificios; o mejor aún, no pedir nada para no acongojar a la familia empobrecida, estos tortolitos de Natacha y Floridor lo usaron para juramentarse un amor de antología, para risión de los centinelas. Ese es el sentido de esa comunicación entre telegráfica y en clave que nos han legado, autor y coautora. Allí no hubo botín de guerra.

Alejandro Zambra en sus años mozos junto a Floridor Pérez

Pronósticos de septiembre 

Cartas de prisionero es un poemario inspirado en su permanencia forzada —la del poeta— primero en el Regimiento Reforzado Nº 17 “Los Ángeles” (el mismo de los crímenes de Antuco) y después en la isla Quiriquina, recibiendo en esta última los atentos cuidados de la Armada de Chile. Entre ellos, Pronósticos de septiembre es un poema que se desplaza en tres planos paralelos unidos como una galleta oblea (si se me permite la figura) pieza que está conformada por tres láminas. La del centro sería la realidad histórica que, como sabemos, no tiene que inmiscuirse en la obra literaria, pero le aporta el marco. Por eso los relatos de piratas ocurren más en alta mar que en tierra firme. La otra se refiere a la prisión propiamente tal y las vicisitudes que provoca, la más extrema de todas y que se dio penosamente en muchos casos (La partida inconclusa): la muerte. Si hay un amor hétero —como es o era lo típico hasta hace poco— muchas veces la mujer está presente en la ausencia, en la lejanía o el margen, desde donde ejerce en cualquier sentido una actuación determinante: Ofelia, Helena, Julieta, Penélope. Porcia, Judith, Acá indiscutiblemente es Natacha. No porque en la vida real la hayamos visto en la calle comprando el pan, en la obra —no es la misma— va a ocupar un lugar menos intenso que cualquiera de las mencionadas. Sin Natacha solo hay prisionero —liberto o no—, pero no obra, ni acaso salvación, porque lo que redime es la pareja, es la pareja la que burla a los encajonadores funerarios, la que hace realidad los pronósticos de septiembre. La tercera lámina de la trilogía es el juego metafórico esperanzador: la primavera. Primavera que sin embargo no ha llegado aún, en ese momento, ni en la calle, ni en el presidio, ni en el calendario. E incluso así el presagio: Por fin tras el pestilente bombardeo de los fumigadores / la Patria huele a flores de manzano.

Hoy, 21 de septiembre, mes un tanto insólito este año 2022, en que quisimos conmemorar al profesor, poeta, ciudadano y ser querido, Floridor Pérez nos ha recordado algo a nosotros: Yo profetizo el florecimiento del manzano

 

* El autor de esta reseña, profesor devenido corrector de textos y antiguo colaborador de El Desconcierto desde sus números impresos, es el primogénito del poeta.

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