Letras

Crítica literaria| Cuando mirar pájaros se transforma en un gesto emancipador

Por: María José Barros C., doctora en Literatura. | Publicado: 02.11.2023
Crítica literaria| Cuando mirar pájaros se transforma en un gesto emancipador El observador de pájaros de Adolfo Estrella | Cedida
La doctora en Literatura, María José Barros C. reseña El Observador de Pájaros, libro de cuentos del sociólogo Adolfo Estrella publicado por Ocho Libros. «A través de una prosa limpia, ágil y bien cuidada, Estrella nos sumerge en una catástrofe social, ecológica, política y humana de la que todos estamos siendo actores y testigo», afirma María José Barros C. en el texto.

Cuando se me invitó a presentar El observador de pájaros de Adolfo Estrella dije inmediatamente que sí. Aunque no conocía al autor ni tampoco había leído su texto, el título se relacionaba directamente con lo que estaba escribiendo en ese momento: un ensayo sobre la presencia de las aves en los cuentos y las crónicas del escritor chileno Manuel Rojas, un observador de pájaros por excelencia, al igual que el naturalista Guillermo Enrique Hudson, uno de sus autores de cabecera. Se trataba de una feliz coincidencia.

De alguna manera, en los últimos años me he ido aproximando a estos animales. Recuerdo que, durante los primeros meses de confinamiento, cuando mi hijo Manuel tenía solo dos años, una rara nos visitaba todas las mañanas en la ventana de mi pieza. Al igual que este pajarito de pecho rojo, chercanes y jilgueros comenzaron a aparecer con mayor frecuencia en el pasaje donde vivimos. Los animales estaban retornando a los territorios de los que habían sido expulsados por la acelerada expansión urbana y nos recordaban, como bien señala Jean-Christophe Bailly, que “nosotros asistimos al mundo con ellos, al mismo tiempo que ellos”. Pienso que el libro de Adolfo Estrella nos habla precisamente de esto, de ese tejido multiespecies al que pertenecemos, muchas veces sin ser conscientes de ello, y que hoy se encuentra bajo amenaza.

A partir de una serie de relatos minuciosamente entrelazados, Adolfo Estrella nos sitúa en un escenario distópico fácilmente reconocible para quienes estamos aquí. Cortes de luz y de agua, olas de calor, mascarillas, suelos erosionados, camiones aljibe, activistas ambientales perseguidos, políticos aliados de grupos empresariales, dictaduras cívico-militares, monocultivos de pinos y eucaliptos, revueltas populares, el retorno del fascismo. Algo huele a podrido en este Chile de la postdictadura que Adolfo Estrella nos invita a repensar desde los imaginarios postapocalípticos de la ciencia ficción más reciente (pienso en escritores como Cormac McCarthy o Ursula K. Le Guin y en las exitosas series Black Mirror, Years and Years o The Last of Us), pero siempre desde una mirada situada en lo local: en nuestro paisaje, nuestra flora y fauna, nuestra democracia, nuestras luchas, nuestros desparecidos, nuestra clase política, nuestro experimento neoliberal, nuestra sequía, nuestra historia.

A través de una prosa limpia, ágil y bien cuidada, Estrella nos sumerge en una catástrofe social, ecológica, política y humana de la que todos estamos siendo actores y testigos. Porque lo cierto es que estas narraciones no solo elucubran acerca de un futuro posible o hipotético, sino sobre nuestro presente más inmediato. Es lo que C., personaje de “Despedidas”, llama las des-topías, relatos “que emergen cuando ya no hay otro lugar donde situar la posibilidad de la supervivencia. Son narraciones acerca de personajes que están viviendo aquí y ahora los restos del único mundo existente”.

Pero en El observador de pájaros no todo es destrucción, aunque a ratos lo parece. En medio de las ruinas se dejan ver algunos restos de vida que se asoman y resisten entre las grietas:  un patio con un túnel de hiedras y jazmines (“Despedida”), un conejo que se esconde tras una buganvilia (“Melody”), algunos pocos pájaros que sobreviven a orillas de un lago del sur ya sin agua (“Kuchen”), jóvenes rebeldes como Bruno, Gloria y Alondra movilizados por un “nihilismo combatiente”. Parece ser que ahí Adolfo Estrella deposita una esperanza, por más pequeña que sea.

Ya lo decía la intelectual feminista Donna Haraway en su último libro: frente a los horrores y la destrucción ecológica provocada por el Capitaloceno, se hace urgente no sucumbir a las visiones apocalípticas del tipo game over ni tragarse ingenuamente las fantasías sustentadas en soluciones tecnológicas imposibles. Debemos “seguir con el problema” (así se llama su libro), es decir, asumir una posición activa y movilizadora, capaz de reconstruir relaciones inter-especies de colaboración y reciprocidad más allá de las fronteras humanas. Es lo que Haraway denomina “parentescos raros”.

Los personajes de varios relatos de Adolfo Estrella son sujetos que se describen a sí mismos como observadores de pájaros. Son sujetos que se han atrevido a generar “parentescos raros” y que en medio del desastre han decidido detener y devolver su mirada a estos animales, aunque ya sean cada vez más escasos.

En un precioso ensayo titulado “Por qué miramos a los animales”, John Berger —que aparece citado a modo de epígrafe en uno de los textos— sostiene que con el advenimiento de la sociedad industrial y la modernidad la mirada entre seres humanos y animales se ha extinguido. El zoológico sería el ejemplo por excelencia de esta imposibilidad. Pienso que las ficciones distópicas creadas por Adolfo nos recuerdan que aún es posible, pese a todo, seguir observando a estos animales, escuchar sus cantos y graznidos, contemplar la liviandad con la que se mueven por los aires. A diferencia del protagonista del relato “El pintor”, que decide renunciar a la pintura y termina dejándose ciego cual Edipo Rey, intuyo que el avistamiento contemplativo de las aves es, sin duda, una mejor alternativa.

¿Qué pasaría si todos dedicáramos algunos minutos del día a observar los pájaros que cohabitan y coexisten con nosotros? ¿Cómo cambiaría nuestra forma de pensar, sentir y relacionarnos con estos animales y la naturaleza? ¿Cuántos tipos de pájaros conocemos y somos capaces de distinguir o nombrar? ¿De qué manera nos dejamos traspasar e interpelar por la mirada que las aves y otras especies no-humanas nos devuelven?

Habitar esa zona de contacto quizá sea una manera de comenzar a exorcizar la pestilencia de la distopía llamada Chile y a abrir el camino a los recados que vienen volando con los dientes de león. Porque mirar pájaros no es solo un gesto estético o recreativo, sino también político y potencialmente emancipador.

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