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“Avatar, el camino del agua”: El quinto elemento del cine

Por: Paula Frederick / Culturizarte | Publicado: 21.12.2022
“Avatar, el camino del agua”: El quinto elemento del cine Imagen de Avatar, el camino del agua |
Más allá de cualquier apreciación y de las legítimas reservas, la apuesta de Cameron, grandilocuente, costosa y fascinante, es un filme decisivo. No solo para revivir el pasado, sino para entender la complejidad del presente.

La invitación es osada. Entregarse por completo en una sala de cine por 3 horas y media, en la oscuridad, sin ningún tipo de conexión con la realidad. Un acto de valentía, que implica dejar de lado el control remoto y dejarse absorber por la pantalla, un salto al vacío donde entregamos 160 minutos de nuestro día a lo desconocido, con la promesa de que habrá valido la pena. La aventura de ver Avatar, el camino del agua es casi tan extrema como la que propone James Cameron, el director canadiense o Rey Midas del star system hollywoodense que, sin duda, se tomó las cosas con bastante calma. Tuvimos que esperar 13 años para que James nos contará cómo seguía la historia, periodo de tiempo que puede generar ansiedades, agotar paciencias, hacer perder la conexión emocional con los personajes y su destino. O más aún, olvidar por qué nos había gustado la primera parte.

La película llega además en un momento particular del universo cinematográfico, cuando la técnica ha alcanzado formas inimaginables y donde parece difícil que algo pueda entusiasmarnos. Al mismo tiempo, se estrena en tiempos complejos para las salas de cine, afectadas por las nuevas costumbres que nos trajo la pandemia, la irrupción del streaming y su oferta infinita, la dificultad de salir de la zona de confort y aventurarse en un espacio compartido. En ese contexto la apuesta de Cameron, grandilocuente, costosa y fascinante, puede parecer hasta desesperada. Pero, sobre todo, cree ciegamente en la capacidad del espectador de volverse a sorprender.

Y no se equivoca. Avatar, el camino del agua sorprende. Su espectacularidad visual pasa por encima como una ola gigante, que puede dejarte cabeza arriba sin tener muy claro qué acaba de suceder. La contraposición entre lo que vemos y el mundo real en que vivimos, es brutal. Al lado de Pandora, sus colores, sus movimientos, su energía y su frecuencia orgánica, la realidad se ve más gris, más plana. Puede ser una apreciación inocente, sabiendo que la técnica se ha creado para superar con nuestras propias limitaciones humanas y que, sin duda alguna, estamos ante un producto de ciencia ficción. Pero sus reflexiones sobre el agotamiento irreversible de los recursos naturales, la desconexión con otras especies y la destrucción sistemática de todo lo que nos rodea, hacen relativizar su grado de irrealidad. Aunque se repita la fórmula de la primera Avatar y no haya demasiada novedad al respecto. Aunque esté construida sobre el más común de los clichés.

La película retoma el final de la primera Avatar, que termina con la victoria de los de los na’vi contra los humanos y la muerte del villano.  Ahora, Jake Sully (Sam Worthington) y Neytiri (Zoe Saldana) viven su amor libremente y en paz, dedicándose a cuidar a su pueblo y a sus hijos: Neteyam (Jamie Flatters), Kiri (Sigourney Weaver), Lo’ak (Britain Dalton) y Tuk (Trinity Jo-Li Bliss). Al clan se suma un niño humano llamado Spider (Jack Champion), una suerte de Mowgli que no pudo regresar a la tierra y ha hecho de la vida en Pandora su propio hogar. Pero la paz no dura demasiado y los enemigos de siempre vuelven a la carga. La tierra se ha transformado un lugar invivible y Pandora representa un espacio de belleza, recursos y abundancia. Donde sus lugareños, ante los ojos humanos, son solo seres molestos y desechables. Entonces, Jake Sully, Neytiri y su familia, deberán emigrar, esconderse en un pueblo que vive en comunión con el agua y poner a prueba sus propias limitaciones físicas y morales. Colonialismo, migración, racismo, sentido de pertenencia. Todos temas que se trataban o esbozaban en la primera parte y que ahora se incluyen en su totalidad , desarrollándose en el siguiente nivel.

Quizás, Avatar, el camino del agua sea la manifestación definitiva del crepúsculo de una época, donde el cine era truco, ilusión, fantasmagoría. Donde no se le pedía realidad, sino sorpresa, magia y belleza. Un arte que, desde su génesis, buscó crear dimensiones paralelas en las cuales sumergirse y expandir los sentidos, la razón y la conciencia. Este siempre ha sido el leit motiv de Cameron, quien insiste de manera obsesiva en poner la técnica al servicio del cine, creando realidades cada vez más complejas y magnánimas, a riesgo de generar hastío, irritar a la crítica o incluso espantar a la audiencia. Podríamos decir que, con esta segunda entrega, el director ha provocado todas las anteriores. Pero, además, consiguió dejar atrás el recuerdo que en 2009 rompió todos los esquemas y superar lo que él mismo había impuesto. No contento con eso, se mete debajo del agua, generando una nueva dimensión y expandiendo las limitaciones de la técnica, de los actores (que tuvieron que aprender técnicas para aguantar la respiración bajo el agua) y los suyos propios.

Efectivamente, la propuesta visual de Avatar, el camino del agua deja sin respiración, además de impulsarte a salir corriendo, meterte al mar y abrazar una ballena. Pero no por eso diluye sus falencias, que tienen que ver con dejar ciertos arcos del relato inconclusos, ausencia de sorpresas en la trama y falta de profundidad en algunos de sus hilos narrativos. El que mucho abarca, poco aprieta, dicen. Puede que, a ojos de algunos, el perfeccionismo excesivo de James Cameron se haya transformado en su principal enemigo, que lo mantiene entrampado en una idea de cine pretenciosa y obsoleta, donde la exigencia de la forma va menoscabando la consistencia del fondo.  Pero al director no parece preocuparle demasiado, porque nunca ha escondido sus obsesiones ni negado su desmedida ambición cinematográfica. Ni en Terminator, ni en su secuela de Alien, mucho menos en Titanic y su majestuoso hundimiento (del que vemos muchos guiños en esta segunda entrega).

Más allá de cualquier apreciación y de las legítimas reservas, Avatar, el camino del agua es un filme decisivo. No solo para revivir el pasado, sino para entender la complejidad del presente. De la técnica, del Cine, del arte como forma de comunicación, de la naturaleza humana y todos sus matices. Un vistazo al mañana que obliga total atención, independiente de los sentimientos que pueda despertar. Quizás, una invitación a retomar el escaso placer de “ver una película”, por el simple hecho de hacerlo, asumiendo el riesgo de que la experiencia no nos convenza del todo. Sin apuro ni distracciones. Sin adelantar, poner pausa o darle like. La inmersión definitiva a un mundo que podemos experimentar solo a través del Cine.

Vea el tráiler acá:

Título original: Avatar: The Way of Water
Dirección: James Cameron
Guion: James Cameron, Rick Jaffa, Amanda Silver.
Música: Simon Franglen
Fotografía: Russell Carpenter

Reparto: Sam Worthington, Zoe Saldana, Sigourney Weaver, Kate Winslet, Stephen Lang, Cliff Curtis, Joel David Moore, Giovanni Ribisi, Edie Falco, CCH Pounder]
Producción: 20th Century Studios, Lightstorm Entertainment, TSG Entertainment. Productor: James Cameron.
Distribuidora: Walt Disney Pictures
Año: 2022
Duración: 192 min.
País: Estados Unidos

 

Artículo publicado en alianza con Culturizarte.

 

 

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