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Crítica de cine| El Conde: Un sugar daddy que atenúa el horror

Por: Gonzalo Schwenke | Publicado: 22.09.2023
Crítica de cine| El Conde: Un sugar daddy que atenúa el horror Jaime Vadell en El Conde (2023) | Netflix
El crítico Gonzalo Schwenke reseña la última película de Pablo Larraín, El Conde (2023). «Aunque en esta farsa se intente mostrarlo a través de abundantes escenas sangrientas, el horror subyace en el golpe de Estado y la desaparición de cuerpos. “No pasó”, parece decir la productora Fábula. Lo que aquí falta es honradez intelectual», asegura en el texto Schwenke.

El día previo a la romería de los 50 años del Golpe fui a ver El Conde (2023) del director Pablo Larraín al Normandie. Al igual que los días nublados de septiembre, esta exhibición se instala de una forma peculiar en la reconciliación de la dictadura al abordar a la familia Pinochet-Hiriart. En vez de repugnancia, el espectador encontrará un menjunje de una parentela que siempre quiso ser aristócrata pero más bien eran nuevos ricos viviendo a costa de nuestros impuestos.

A partir del relato de una voz educada y británica, los orígenes del capitán general se sitúan en la Revolución Francesa con el nombre Claude Pinoche, próximo oficial de Luis XVI. Tras las juergas revolucionarias el protagonista será convertido en un vampiro. Años más tarde llegará a Chile con escenas introductorias nos cuentan que criolliza su nombre, se casa en una iglesia repleta para reafirmar el lugar de alcurnia al que creyeron pertenecer, y se esforzará por subir en la escala militar hasta llegar al supuesto ocaso.

En la película No (2012), Chile se libraba de los militares en el poder gracias a la creatividad de contadas personas en la campaña publicitaria del Plebiscito de 1988, y no porque existiera un nivel de pobreza que bordeaba el 40%-45%, o el empuje del PC mediante el “año decisivo” en 1986, o por gracia y bendición de las políticas sudamericanas de EE.UU. a las que ya no les servía la dictadura.

En esta película en cambio, observamos la figura de Augusto Pinochet (Jaime Vadell) como un vampiro de 250 años que se aburrió de matar y robar. Sin embargo, cada criatura de la noche en la filmografía y literatura tiene un motivo de existencia, lo que en este caso no se vislumbra. El noble militar se hace la vístima y se abandona hacia la muerte, debido a que lo acosan judicialmente por sus múltiples cuentas bancarias, pero el metraje no cuenta la posibilidad de matarlo, tampoco a modo de diversión.

Mientras es protegido por el mayordomo Forydor Krassnoff (Alfredo Castro), su mujer, Lucía Hiriart (Gloria Münchmeyer), coloca sangre humana en la sopa para evitar que muera. En este tira y afloja están los hijos que llegan a la Patagonia para repartirse la herencia. Como no saben hacer nada, contratan a la monja Carmen (Paula Luchsinger) para ordenar las cuentas bancarias. Junto con su llegada el tata renueva su interés por la vida frente a la joven e inicia el camino de conquista convirtiéndose en suggar daddy.

Se considera a Pablo Larraín un gran cineasta porque domina la técnica, el campo visual, estético, musical, etc., al haber sido educado y protegido en espacios donde pocos pueden entrar. La pregunta es de qué sirve toda esta amalgama cinematográfica, si el guion y el desarrollo de la idea original no convencen. Habría que decirle al mundo que Pinochet está al mismo nivel que Hitler, no por cantidad de víctimas sino por métodos de exterminio. ¿Se imaginan que películas como The rise of evil (2003) o Der untergang (2004) humanicen al déspota y lo sitúen como un seductor?

Me atrevo a apropiarme del verso “rusos, ingleses, gringos, franceses se ríen de nuestros novelescos directores” en la canción ‘Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos’ escrita por Jorge González. Allá en Europa, al dictador chileno en su representación cinematográfica lo deben observar y analizar como un pequeño tirano lejos del ser terrible que sufrieron familiares de DDDD y exiliados. Aunque en esta farsa se intente mostrarlo a través de abundantes escenas sangrientas, el horror subyace en el golpe de Estado y la desaparición de cuerpos. “No pasó”, parece decir la productora Fábula. Lo que aquí falta es honradez intelectual.

El Conde es un producto para la industria Netflix distribuido para EEUU y Europa, por lo que no sería extraño verlo con más estatuillas en festivales de cine. La cuestión es que bajo los parámetros establecidos por Larraín Matte no cumple con el humor negro, pues atenúa-despolitiza la representación del horror y aprovecha de higienizar la enorme colaboración cívica con el viejo. Es decir, no hay humillación del viejo Pinocho si lo conviertes en el Ken chileno.

Puntuación: ★★

El Conde. Dirección: Pablo Larraín. Guion: Guillermo Calderón y Pablo Larraín. Elenco: Jaime Vadell, Gloria Münchmeyer, Alfredo Castro, Paula Luchsinger, Stella Gonet, Antonia Zegers, Amparo Noguera, Diego Muñoz, Marcial Tagle, Catalina Guerra. Director de Fotografía: Edward Lachman. Dirección de arte: Tatiana Maulén. Sonido: Juan Carlos Maldonado. Montaje: Sofía Subercaseaux. Casa Productora: Fábula. Ficción.110 minutos. Chile, 2023.

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