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VOCES| El día del teatro y Andrés Pérez: El síntoma de un cierto fracaso de la Transición

Por: Rodrigo Hidalgo, escritor y periodista | Publicado: 12.05.2021
VOCES| El día del teatro y Andrés Pérez: El síntoma de un cierto fracaso de la Transición |
Después del día del libro viene el día de la danza, después viene el día de la madre y después el día del teatro. Las efemérides bien podrían ser como las sirenas que distraen con su canto a los navegantes, haciéndolos creer que celebrar un “día de” basta, que es suficiente una fecha al año para dedicarle atención a alguien o a algo, para sentir que se ha cumplido una tarea, con los libros, con la madre, con el teatro. Y listo.

Los mismos que insisten en este tipo de fuegos fatuos nos dicen que el mes del teatro es enero. Y que entonces esta fecha, el 11 de mayo, es el día del teatro chileno porque conmemora el natalicio de Andrés Pérez Araya, el mítico creador de La Negra Ester, el padre del Gran Circo Teatro. Quién los entiende.

Lo cierto es que este 11 de mayo hubo actividades de todo tipo recordando al querido Andrés Pérez. Por ejemplo, bajo el hashtag #DíaNacionaldelTeatro2021, se estrenó liberando gratuitamente a través de YouTube, el documental Tacos de cemento de Marcelo Porta, desde el canal de la Red de Salas de Teatro. 

Desalojado del actual Matucana 100

El filme se centra en La Huída, la última obra escrita, dirigida y actuada por Pérez. Muestra ensayos y fragmentos de la breve temporada en Matucana 100 el año 2001, así como los recursos fílmicos utilizados en la obra, en la que se aborda el tema de la homofobia a partir de los asesinatos cometidos en tiempo de Ibáñez del Campo contra la población masculina homosexual. Como lo hiciera Pinochet en su dictadura, se arrojaba a los disidentes al mar. Así, La huída, resultaba un juego de espejos entre estos episodios crudos, dolorosos y ocultos o silenciados en la memoria colectiva, y la memoria individual del propio Andrés, en tanto actor e intérprete, a partir de testimonios autobiográficos yuxtapuestos como en una suerte de caleidoscopio. 

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Pero además en Tacos de cemento el registro de entrevistas nos permite ver al propio Andrés Pérez contando el contexto de elaboración de ese montaje, y narrando su trayectoria hasta allí, desde su paso por Francia hasta Matucana 100. Y para quienes hemos seguido o conocemos la vida y obra del creador, destaca el momento en que responde ante cámaras, que a pesar del desalojo, no se siente traicionado porque no se ha traicionado a sí mismo. 

Tuve la suerte y el honor de ser el encargado de prensa del Gran Circo Teatro para esas funciones de La Huída en enero del año 2001, las mismas que Tacos de cemento recoge, con el segundo elenco del montaje, y cuyo estreno en las Bodegas teatrales de Matucana 100 estuvo angustiantemente marcado por el extremo nerviosismo y una peculiar incomodidad, pues entre los invitados habían algunas autoridades. En ese entonces aún el Gran Circo Teatro gestionaba el lugar, pero ya podía olerse el desenlace, así como en el aire pueden olerse la traición, la culpa y el miedo.

Enrique y Andrés

Durante la función de estreno, en una escena en la que se movía un brasero encendido, un exceso de energía hizo que una llama de fuego alcanzara a un espectador de la primera fila. Se le prendió el pantalón y en medio de un grito ahogado y la repentina alarma generalizada, vimos la reacción inmediata, profesional a toda prueba, del equipo técnico y humano que estaba a cargo de la producción. Un jarro con agua, una manta, y en menos de 10 segundos, se regresó a la calma y a la escena, la función continuó como si nada. El vino de honor al final del show sirvió para recién respirar con alivio e identificar a la víctima perjudicada. Era el crítico teatral de un prestigioso diario. Nunca se dijo nada al respecto, imagino que respetando alguna cábala.

Poco después al Gran Circo Teatro se le negaría la posibilidad de quedarse y establecerse allí en Matucana 100 y vendría la acción performativa de desalojo, cuando Pérez se colgó, como encarnando una carta del tarot, para denunciar y exigir para los artistas las prerrogativas de que gozan las productoras oficiales y las agencias de gestores culturales, performace también registrada en Tacos de cemento.

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De cualquier manera, la contracara atroz de aquella injusticia que ha pesado desde entonces sobre el lugar y aún sobre propio exministro Ottone, iba a ser representada por el verdadero espectro del más allá que, durante el masivo velorio de despedida de Pérez, interpretó un devastado Enrique Correa, solo y en la primera fila del teatro, abandonando del todo su característico talante altanero de lobbysta profesional, su cartel de asesor experto en resolver crisis, su porte de operador y empresario de la política, dejándose ver hecho bolsa, como nunca más se lo vería. Nunca nadie tampoco habló de la relación entre Correa y Pérez, pero ahí estaba, a la vista de todo el mundo. Y si bien no se refiere a esto, las palabras de Mauricio Barría calzan a la perfección cuando señala que ese esfuerzo de diálogo con el poder por parte del artista, y el desalojo y posterior deceso de Andrés, fue simbólicamente “el síntoma de un cierto fracaso de la Transición”.

 

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