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VOCES| Un diez antes del once

Por: Mauricio Redolés, escritor | Publicado: 11.09.2021
VOCES| Un diez antes del once Golpe de Estado en Chile | Biblioteca del Congreso Nacional
Llegamos a la puerta de la pensión. Eran cerca de las once de la noche. “Ta todo raro ¿ah?”, me dijo Goyo. “¡Sí poh!”, respondí. “Dicen que va haber golpe” dijo Goyo.

Corría el año 1973 y yo era estudiante de Derecho en la Universidad de Chile, sede Valparaíso. Un compañero de curso que respondía al nombre de Goyo, quedó de pasar el lunes diez de septiembre de 1973, tipo ocho de la noche, a buscarme para ir por unas cervecitas. “Para matizar unas cervecitas”, como él decía. Pasó en su Austin-mini amarillo por mi pensión que quedaba en la Avenida Pedro Montt.

Dimos vueltas y vueltas por Valparaíso y estaba todo cerrado. Decidimos ir a Playa Ancha a buscar a otro compañero de curso, el nunca bien ponderado Tito Tricot, para ver si encontrábamos un lugar para “matizar” algo. Enfilamos por Avenida Altamirano, y yo me hice la ilusión de que en el camino podría ver la pared del Astillero Las Habas, en la cual habíamos pintado un mural el sábado 8 de septiembre con las Brigadas Ramona Parra (B.R.P.), que para efectos de esa tarea componíamos, entre otros, Renato Cárdenas, Tito Tricot y un compañero de voz aguda, alto, moreno y de mejillas siempre muy rojas, que respondía al nombre de Adán. Yo me sentía muy orgulloso de haber participado en ese mural, porque había sido mi primera (y no sospechaba que era la última) vez que pintaba con las B.R.P.

Rumbo por la Avenida Altamirano y antes de llegar al Astillero, vimos a un tipo muy alto y flaco de abrigo y larga bufanda que caminaba apresuradamente por la orilla que daba a las olas del Océano Pacífico. Goyo exclamó:

-¡Mira! Es el hijo de Carlos León, el flaco ese es capo pal ajedrez. Vive en Playa Ancha ¡Llevémoslo!

Yo sentí una particular emoción porque había leído dos novelas del profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile don Carlos León, a saber, “Sueldo Vital” y “Sobrino Único”. Yo lo admiraba profundamente. Tanto así, que una vez le había querido hablar en la Facultad cuando lo había visto muy apurado entrar a grandes zancadas a la sede de la Escuela, en Errázuriz. Pudo más mi timidez.

Goyo detuvo el mini y retrocedió raudamente por el húmedo pavimento, tocó la bocina.

Se subió el flaco hijo de León. Creo que tartamudeaba, o al menos 48 años después de esa noche, eso es lo que creo recordar. Con la emoción de oírlo hablar de su padre, pasamos frente al Astillero Las Habas y ni me fijé en el mural de las B.R.P. Dejamos al hijo de don Carlos en la puerta de su casa. Fuimos donde Tito Tricot, el cual no estaba en su departamento. Volvimos al centro de Valparaíso. A la vuelta, sí me fijé harto en el mural, incluso le pedí a Goyo que disminuyera la velocidad al pasar frente al Astillero para que, con orgullo que quería disimular, verlo como quien mira a un hijo que uno hizo con amor.

Tenía tres estrellas enormes que ascendían desde el suelo hacia el cielo de Playa Ancha. Luego decía TRES AÑOS. Y había tres Allendes, y luego decía ¡VENCEREMOS!.

Llegamos a la puerta de la pensión. Eran cerca de las once de la noche.

–Ta todo raro ¿ah?- me dijo Goyo.

–¡Sí poh!- respondí.

– Dicen que va haber golpe- dijo Goyo.

 

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