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VOCES| ¿Nunca más una feria país del libro y la lectura?

Por: Viviana Azócar Mendoza, periodista y gestora cultural | Publicado: 13.11.2021
VOCES| ¿Nunca más una feria país del libro y la lectura? Primavera del libro. | Foto: Cedida.
Hoy no tenemos en Chile una feria del libro que represente la riqueza literaria, la diversidad de autores y autoras, de artistas, de talleristas, de profesionales del libro, porque aquella feria conocida como FILSA que algún día lo fue, parece desvanecerse sin vuelta atrás en medio de la crisis.

Para nadie es un misterio los tiempos complejos que han vivido todos los sectores culturales o industrias creativas desde que partió el estallido social y una pandemia enquistada más de lo que ningún visionario o iluminado pudo predecir. Sin contar que tenemos un contexto político en crisis, el escenario no es auspicioso. Sin embargo, hay quienes tienen facilidad de adaptación, han entendido “aparentemente” el mundo y sus vaivenes, y deciden adaptarse en favor de un bien mayor, que tiene relación con la sobrevivencia de la edición independiente y sus lectores. Me refiero a Editores de Chile, quienes además de estar cumpliendo 20 años de existencia, decidieron celebrar los 10 años de su emblemática feria del libro con un formato adaptado a la realidad de Chile, y no solo eso, salieron a buscar a sus lectores con una breve pero inteligente feria itinerante en espacio claves de Santiago, además de seguir transmitiendo sus actividades vía streaming. Sin embargo, cada gremio sigue cuidando su propio pellejo.

Cuando por fin apareció en la prensa nacional que volvía de manera presencial una de las ferias del circuito clásico de evento feriales, fue una alegría, porque, más allá de que esta pandemia no quiera cesar, hay que buscar fórmulas de sobrevivencia, estrategias inteligentes que permitan sacarse el respirador artificial y volver a vivir. Sobretodo el sector cultural, y para ser más específicos, el sector del libros y la lectura que no ha visto la luz con una feria presencial hasta este momento.

Editores de Chile ha sido fiel a su ideología política y no ha parado de trabajar un solo día por su propósito como asociación. Desde hace dos décadas dieron su primer golpe cuando decidieron renunciar a la única asociación gremial que en aquella época reunía a todo el sector, como lo hizo “algún día” la Cámara Chilena del Libro, dando ahí la primera señal, de que pese a todos los obstáculos que pudieran encontrar en el camino, remarían por constituirse, caminar juntos y velar por trabajar día a día en la promoción de la bibliodiversidad y participar activamente de las políticas del sector en nuestro país. Hoy cumpliendo 20 años de conformación, y con 10 años de una feria que ha sabido amoldarse a los cambios, lo vuelven a confirman, visibilizando, con escasos recursos, pero notoriamente, su articulación interna pese a las vicisitudes de la realidad.

Muchas personas y reconocidos nombres han pasado por esa organización y liderazgo, entre ellos Marisol Vera y Paulo Slachevesky, por nombrar algunos. Sin embargo, es prudente destacar que el liderazgo femenino de una Presidenta, Francisca Jiménez, y una Directora Ejecutiva, Francisca Muñoz, pudiesen ser la clave de tanto éxito, en el entendido que las fuerzas femeninas y las lideresas, están cambiando la historia no solo aquí, sino que también en muchos rincones del mundo, incluida la industria editorial.

Así fue como en la búsqueda de actividades de fin de semana tenía agendado con antelación visitarla, desde que apareció la primera publicidad en redes sociales avisando de que se venía la Primavera presencial. Para buena sorpresa, había Itinerancias en tres puntos de la capital: Metro Pedro de Valdivia (salida sur), Acceso pasarela Costanera Center y Plaza Inés de Suárez. Teniendo opciones, me quedé con la plaza y caminé los dos kilómetros que alejan mi casa de ese encuentro tan esperando con una feria del libro, bibliodiversidad, sus novedades, los y las autoras y, probablemente, algunos rostros conocidos de otras tantas ferias.

No puedo negar que aunque la Primavera del Libro es una feria que valoro por su esencia, la costumbre de hacer, organizar y montar ferias de gran magnitud me llevan siempre a la conclusión de que los recursos no son suficientes para montar una feria o festival de calidad. O por lo menos, los recursos que entrega el Ministerio no bastan para montar una feria de estándar internacional, que a lo menos, ofrezca baños y algunas otras sencillas bondades para hacer de la experiencia un espacio más grato. Se requiere necesariamente de articulación de fondos privados o municipales para una puesta en escena que esté al nivel de lo que representa el acceso al libro, sus creadores, como un derecho ciudadano, situación que no acontece –desafortunadamente- con la Primavera.

Al llegar a la plaza costó entender dónde estaba la feria. Porque claro, la costumbre de ver encarpados, modulaciones, mesones, que también la Primavera del Libro ha experimentado en sus tradicionales ferias en la ex locación del Parque Bustamante, confundieron mi cabeza al hacer un 360° llegando desde Bilbao y ver que a lo lejos se veía unas pequeñas construcciones de madera, que al parecen, tendrían relación con la esperada feria, pero que a metros, daban cuenta de que nuevamente la asociación hizo malabares para poder montarla.

El despliegue editorial estaba ahí. 95 Sellos editoriales itineraron por estos tres lugares, habiendo en la plaza cerca de 60, compartiendo de a dos los rudimentarios stands de madera en forma de troncos, cubiertas por unas telas café morrón y beige, más un pequeño mesón, haciendo entender a los y las asistentes que había un concepto rústico, que quizás, la producción de la feria quiso relevar, o para los entendidos, fue el camino más económico que encontraron.

Hacia Pocuro, el clásico montaje de madera con plantas insertas y el hito gigante con las letras: “10° Primavera del Libro”, daban la señal a los automovilistas, peatones y ciclistas que transitaron este 6 y 7 de noviembre por Pocuro que la feria estaba instalada. Mejor visión de la que pudo tener la gente al llegar a la plaza por Bilbao.

Bajo 28 grados, estaban los expositores, los y las visitantes de la feria, entre la tierra de la plaza, sin ventiladores, tampoco bicicleteros y, menos, un lugar que vendiera refrescos. Fue lo primero que detecté al llegar, mientras los expositores agobiados por el calor vendían las novedades editoriales y permitían a los y las lectoras, hojear, tocar y revisar los libros, ya cubiertos de tierra, después de tanto tiempo en la virtualidad.

En la mitad de la feria, estaba Marcela Chandía, firmando su libro “¿Qué es poesía? Introducción a la poesía clásica japonesa” con una persona recibiendo la firma en su libro y un fotógrafo que la acompañaba. Al parecer, no corriendo la misma suerte que Saikomic.

Cafuné, Oxímoron, Lom, Sacabana, Mago Editores, Amanuta, Mis raíces, Bisturí 10, Usach, Forja, Cuarto Propio, Metales Pesados, Alquimia, Ekaré Sur, por nombrar algunas, eran las editoriales que estaban ahí. Sin embargo, en el recorrido, no se vio la presencia de editoriales de la Cooperativa de la Furia que han sido parte importante en el trabajo conjunto que ambas asociaciones han articulado, no como asociaciones hermanas, pero de mayor afinidad política.

Es sabido públicamente que tanto la Corporación del Libro y la Lectura y la Cámara Chilena del Libro no son convocadas a estos eventos porque no hay espacio para editoriales transnacionales y, menos, para librera/os u otros expositores que solo operan a nivel ferial. Entonces la pregunta que surge de manera inmediata es ¿Es posible que luego de vivir todos los hechos que han marcado el último tiempo la historia de nuestro país y el debilitamiento del sector cultural general sigamos impedidos de trabajar colaborativamente y poner en primer lugar al lector o lectora y luego los intereses gremiales? Al parecer ni una pandemia logra limar las asperezas conocidas públicamente en el sector. O más bien, ya nadie intenta hacer un trabajo conjunto en favor de un bien mayor.

Hoy no tenemos en Chile una feria del libro que represente la riqueza literaria, la diversidad de autores y autoras, de artistas, de talleristas, de profesionales del libro, porque aquella feria conocida como FILSA que algún día lo fue, parece desvanecerse sin vuelta atrás en medio de la crisis.

Ya quebrada desde el 2015 cuando renunciaron las transnacionales, con un ir y venir de las editoriales de Editores de Chile y la Cooperativa furia de Editores, perdió todo su glamour. Y en consecuencia, pese a que intentó vender un slogan de que era una feria “país”, ya no lo era. Porque cuando lo fue, se vestía de gala, habían invitados internacionales que estaban en el ranking de los libros más leídos de mundo, desfilaban todos y todas las autoras de Chile y era el escenario perfecto para lanzar novedades y tener en escena a los más importantes exponentes de todas las artes congregados en la hoy vieja y olvidada, Estación Mapocho.

Algo ha sucedido mal. Porque aunque hoy los gremios se mueven de manera independiente para resaltar a sus autores, existe un individualismo gremial enquistado, algo parecido a la pandemia, que no logra encontrar la fórmula o inyección necesaria para hacer de nuestra industria una riqueza que año a año pueda vestirse de gala, como lo hacen países como México, Argentina, Colombia, Italia o España, y mostrar de manera conjunta, quiénes somos y qué estamos creando en favor de la lectura.

Así me fui despidiendo de esa plaza, contenta por el retorno presencial del libro en el espacio público, pero con la sensación de que más allá de las buenas intenciones de una asociación y de velar por su propósito, se requiere una responsabilidad mayor, que venga desde el Estado, para hacer de estos espacio instancias de enriquecimientos y crecimiento de la industria; un espacio de esparcimiento para las personas alrededor del libro; y un cruce sustantivo entre los y las autoras nacionales e internacionales. Algo falta, algo nos deben, pero no se ven intenciones de pagar esa deuda histórica con el sector cultural. En consecuencia, nos queda agradecer que Editores de Chile se la juegue por seguir, pero quizás deberían proponerse una meta mayor, reunir a todos y a todas para que volvamos a desfilar por alfombras rojas que nos lleven a un encuentro país de “todo el sector del libro en Chile”. De lo contrario, Nunca más la tendremos. Alguien tiene que ceder.

Esta columna fue producida en el Diplomado de Periodismo Cultural, Crítica y Edición de Libros del Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile
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