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Migrantes con el semblante triste: La penosa cruzada hasta Antofagasta (parte II)

Por: Iván Ávila, periodista, escritor y guionista. | Publicado: 03.03.2022
Migrantes con el semblante triste: La penosa cruzada hasta Antofagasta (parte II) Foto tomada de la página del Servicio Jesuita a Migrantes |
Después del asesinato del camionero Bryan Castillo a comienzos de febrero en la región de Antofagasta, los migrantes que vivían en las calles desaparecieron por arte de magia. Poco a poco, en la medida que las amenazas, las débiles acciones de las autoridades y el miedo se diluyeron, y la justicia operó con rapidez para mantener en prisión preventiva a tres venezolanos imputados del horrendo homicidio, hombres, mujeres y niños expatriados regresaron a calles, parques, plazas y playas, a vender dulces, a limpiar parabrisas, a “machetear”. A tratar de vivir. 

Rodrigo Ramos Bañados, periodista y escritor, viene indagando desde hace varios años en la realidad de los migrantes que han llegado al norte de Chile en crónicas y ficciones como Ciudad berraca (Alfaguara, 2018) y Trocha (Punto Aparte, 2021), comenta que “la cultura venezolana respecto de la infancia es precaria, manipulan a los niños para sobrevivir, en muy malas condiciones, usándolos para generar lástima. Hablé con familias que llegan con mujeres embarazadas para quedarse en Chile y obtener beneficios, que es lo que buscan. Se pueden generar recursos judiciales pero como no están regularizados, es poco lo que se puede hacer. Estos niños se van a quedar, pero es probable que pase una generación para que estas personas salgan de los campamentos y las calles”.

Déficit de 23 mil viviendas solo en Antofagasta

La mayor parte de investigadores, periodistas y dirigentes coincide en varios puntos que han provocado una situación migratoria inédita en nuestra historia: la imagen que Chile muestra en el extranjero: exitoso, seguro, estable, acogedor, con opciones reales de trabajo, un “oasis” como enfatizó Piñera antes del estallido de octubre de 2019. También coinciden en que todos los incidentes registrados desde el 2015 en adelante, cuando se produjo el peak de la migración colombiana, son producto del abandono consistente de las autoridades nacionales, lo que se ve reflejado en aspectos como por ejemplo, el déficit de 23 mil viviendas solo en Antofagasta, mientras que los campamentos, en 2016, crecieron en el 600%, el equivalente a la población de Mejillones.

Eso es casi tan brutal como la muerte de Bryan. Rodrigo asegura que “las políticas de gobierno son demasiado centralizadas, ponen atención cuando queda la cagada. Solo hubo preocupación cuando murió un camionero y por el temor del paro que afecta directamente la economía, no es preocupación por la gente. Somos regiones alejadas del centro y no se trata de llorar por el centralismo, sino que en verdad la situación es complicada”.

Mejor vivir en un campamento que con violencia paramilitar

También están de acuerdo en las diferencias del actual fenómeno migratorio desde Venezuela a lo vivido en Antofagasta a partir del 2013. Paz Fuica Contreras, concejala  y asesora de la diputada Catalina Pérez, ha hecho casi toda su carrera profesional en áreas relacionadas al trabajo comunitario. Fue parte de Un Techo para Chile en Antofagasta e Iquique y en el Plan de Superación de Campamentos del Gobierno Regional de Antofagasta. Cuenta que “a partir del 2012, nosotros ya advertíamos del crecimiento migratorio evidenciado en más construcciones en los campamentos. Ahí había gente que ya tenía al menos un pariente o un amigo que había encontrado trabajo en Chile y que tenía ciertas condiciones que le hacían pensar que era una buena opción para estar un par de años, enviar dinero a sus familias y después regresar a su país. En esa época llegó mucha gente desde Buenaventura, una zona con alta violencia estatal, paramilitar, bandas organizadas, presencia de narcotráfico y pobreza. Al comparar esa realidad con la de Chile, concluían que era mejor vivir en un campamento que seguir en las condiciones en que estaban en Colombia”.

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Sin embargo, ahora “ha aumentado la cantidad de familias con niños que viajan a Chile en condiciones precarias, de pobreza y falta de educación, entendiendo que la expectativa es llegar, establecerte, obtener un trabajo que te permita proteger a tu familia, pero eso no ocurre”. De hecho, algunos “han decidido ser padres con la falsa ilusión que teniendo un hijo, van a poder quedarse en el país, pero para el Estado, los niños no son una prioridad y los usan como rehenes, pues me ha tocado escuchar amenazas como ‘te vamos a quitar a tus hijos’ en diferentes contextos. De parte de autoridades y sectores de izquierda y de derecha, se les cuestiona cómo exponen a los niños a la precariedad cuando no tienen otra opción. Es un doble juego, cuando se presiona de esa manera y el mismo Estado no ofrece las condiciones, ni albergues ni residencias temporales”.

Migrantes con el semblante triste

En base a sus entrevistas y experiencias, Ramos cuenta que “hace seis o siete meses, llegaban venezolanos con algo de dinero porque habían vendido todas sus pertenencias. Pasaban por Antofagasta, hacían la cuarentena y seguían al sur para ocupar plazas de trabajo. Ahora, los que llegan lo hacen en condiciones deplorables, con un semblante triste, muy delgados, sin comer por varios días. Te cuentan cómo atravesaron siete trochas (fronteras), pasando por malos tratos en cada país. No es la misma migración que hace siete años”.

Rodrigo asegura que “hace unos meses hicimos la ruta Antofagasta-Iquique con algunos colegas periodistas y fotógrafos. En la carretera nos encontramos con mucha gente que llega sin dinero, pobres de origen. Están estresados, expuestos a ataques. Fuimos a la Plaza Brasil de Iquique y nos dimos cuenta que había indicios de asaltos y robos, muchos habían caído en la pasta base y los vecinos estaban molestos porque ya los migrantes llevaban mucho tiempo ahí. Vimos que había una situación que estaba a punto de estallar y lamentablemente, pasó lo que se veía venir”.

Paz agrega que “hoy ya no existe el tiempo para que una sola persona del grupo familiar pruebe suerte en otro país. Las crisis geopolíticas y sanitarias en el continente, hacen que la gente se venga con lo puesto y con sus niños también, con todos los riesgos que corren en el camino”. Agrega que además, “los medios ayudaron a crear la relación entre crimen y población migrante cuando se hablaba de delitos de alta connotación pública, destacando la nacionalidad del autor del ilícito como un factor relevante cuando no es tal, pero se empiezan a dar esas relaciones”.

Chile necesita un psiquiatra

Rodrigo acota que “el gobierno siempre reaccionó mal. Creo que a Iquique y Antofagasta los ocuparon como tapones, encerraron a los migrantes por el COVID, en una política improvisada de las autoridades. Los gobernadores, delegados y alcaldes aplicaban medidas, pero nunca trabajaron coordinados, dejaron a la gente en la calle en vez de buscar soluciones en conjunto”.

Foto tomada de la página del Servicio Jesuita a Migrantes

Foto tomada de la página del Servicio Jesuita a Migrantes

“Somos una sociedad muy particular, en el sentido que como país tenemos que ir al psiquiatra o al psicólogo por el estrés laboral, el exceso de trabajo, los abusos que sufrimos y cómo los aceptamos de forma servicial, por lo menos hasta el estallido. Entonces, llega el venezolano pobre y tú crees automáticamente que te va robar la casa, que es un delincuente, y lo pisoteas como te han pisoteado a ti. Es una cadena donde el último de la fila pisa al que está más abajo”, acota el periodista y escritor.

Personas que trabajaron en Extranjería en Antofagasta cuentan que hoy es recurrente que las empresas privadas no estén llenando sus cupos laborales disponibles porque los sueldos no son altos o las ofertas no son atractivas para los mismos chilenos. La pregunta que se hacen es por qué el Estado, los Gobiernos Regionales y Delegaciones Presidenciales no generan políticas públicas, catastros y estrategias que puedan regularizar y ofrecer estos cupos a migrantes que necesitan trabajo.

“Hay muchas zonas del país con déficit de mano de obra y con un catastro acabado se les puede insertar en esos trabajos, redistribuir la población de migrantes, pues no pueden estar todos en Santiago o en la zona norte”, dice Paz. Agrega que “el gobierno no se hace responsable, se excusa y da declaraciones penosas a través del delegado presidencial, cuando el reglamento de la ley aprobada hace un año en el Congreso debe redactarlo el Gobierno y esperaron a que muriera una persona y un paro de camioneros para sacarlo. Entonces, uno se pregunta qué tan importante es para el Gobierno resolver el tema de manera efectiva. En lugar de eso, se dedican a buscar responsabilidades en el Gobierno futuro y en los parlamentarios, y el gabinete se va de vacaciones en medio de una crisis humanitaria. Entonces, hay un abandono efectivo del norte del país por parte de las autoridades”.

Expulsión: La caza de brujas

“Si no se regulariza, si no se sabe quién está en el país, es difícil que se puedan tomar decisiones correctas. Hoy tenemos una cifra negra muy alta porque cuando llegan a la frontera no pueden entrar, pero tampoco devolverse. Hay una caza de brujas reflejada en la política de la expulsión”, dice Paz. Y aclara: “Hay pisos mínimos como no permitir la entrada o expulsar de Chile a personas que han cometido delitos o que tienen condenas pendientes en sus países de origen. Es duro y nos cuesta decirlo, porque nuestra postura es a favor de las personas y los derechos humanos, pero hay condiciones que se tienen que cumplir porque el país no tiene la capacidad para recibir bien a toda la gente que llega”.

Mientras tanto, mujeres con sus hijos siguen vendiendo golosinas en las calles y arriba de los microbuses del TransAntofagasta. Las carpas se multiplican en playas y parques. De las autoridades, poco y nada se escucha. Quizás están esperando otra tragedia para reaccionar a la rápida, sin coordinación, solo para calmar la sed de sangre de los “patriotas” racistas y xenófobos, y acallar las pocas críticas provienentes de los medios de comunicación.

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