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Sobre el cachetazo de Will Smith: El cuerpo de las mujeres no se humilla

Por: Leonardo González, escritor y dramaturgo | Publicado: 04.04.2022
Sobre el cachetazo de Will Smith: El cuerpo de las mujeres no se humilla |
VOCES| Eran aproximadas las 21:30  (CT) cuando el actor Will Smith se levanta de su butaca en el lujoso Dolby Theater de Los Angeles para acertar el palmazo, en un programa que se jacta de tener cierta espontaneidad, pero en el que se sabe todo está programado de antemano.

El comediante nacido en Carolina del Sur, Chris Rock, famoso por sus chistes misóginos, presentó en la 94h ceremonia de los Premios Óscar a la actriz Penélope Cruz, nominada a Mejor Actriz por Madres Paralelas, como “la mujer de Bardem”, seguido de un chiste que muy poco aportaba a la velada. Inmediatamente después, no halló nada mejor que comparar a Jada Pinkett (quien padece alepcia o pérdida de cabello) con la actriz Demi Moore, quien se rapó para interpretar a una oficial en la película G.I Joe de 1997. 

Ya desde la cáscara, el chiste tiene muy poca gracia. Aunque provocó algunas reacciones forzadas, como la del propio Will Smith, que aparece sonriendo ante las cámaras al momento en que Rock se burla de su esposa (el trabajo en el espectáculo implica venderse y aceptar sonrisas, dijo el propio Smith, después, normalizando esta reacción). 

La figura del héroe masculino

El cuerpo de las mujeres no puede humillarse así, menos en una situación de poder donde un hombre tiene micrófono y les habla a 3.400 personas en El Dolby Theater de Los Angeles y a millones de televidentes en sus casas, menos aún si se trata de un cuerpo que padece de una enfermedad y pertenece a una comunidad históricamente violentada por quienes ejercen el poder. Un chiste como el que propinó el señor Rock no puede pasar como un “nice one”. Se trata de un insulto a todo un movimiento social, profundo, que pretende hacer de este mundo algo mejor. Entre otras muchas cosas, erradicando la violencia en el lenguaje. Estamos en un momento en que la lucha es lingüística. 

Lo que entendíamos como comedia (esa exageración de los defectos para provocar extrañeza y liberación de tensión) se pone en juego cuando entra en debate la reacción del señor Smith y de los y las demás asistentes al evento. 

“¡Spider Man y Aquaman estaban entre los presentes y no hicieron nada!”, diría después entre risas Jimmy Kimmel en un espacio de su programa dedicado a este suceso, validando la figura del héroe masculino blanco que debería defender a la mujer afroamericana violentada.

Fue una gran obra de teatro con arquitectura de relojería suiza. Una coreografía a la altura de El lago de los cisnes. Una obra en construcción cuyos planos han sido trazados y necesita, para funcionar, de la complicidad de cada asistente; que cada quien haga su parte en el macrorrelato que es la Ceremonia de Entrega de los 94th Premios Óscar.

Una pesadilla entre lo privado y lo público

Incluso quienes ganan el galardón tienen un tiempo exacto para decir unas cuantas palabras, en las que siempre tratan de agradecer. Si se pasan del tiempo, viene una musiquita acechando sutilmente para que la persona sea bajada del proscenio. Pero en este espectáculo de reloj suizo de pronto aparece una fisura y nadie sabe qué hacer. Hay quienes insisten en que todo fue planeado para provocar el desconcierto; hay quienes piensan que esta es la televisión del futuro, una pesadilla entre lo privado y lo público, un diario de vida dispuesto al pelambre, a la explosión de las redes sociales.

Después de cachetear a Rock, Smith se va a sentar y el cómico se queda en el escenario con las manos atadas a la espalda. Hay censura del audio que vendrá después en todos los países menos en uno cuya traductora debe llevar a un idioma desconocido para muchos de nosotros los textos: “cállate la puta boca, no vuelvas a poner a mi mujer en tu puta boca”, dichos por el Señor Smith. ¿Esto es parte del guion?, nos preguntamos. Nadie queda indiferente a esta escena. Ni una alarmada Meryl Streep ni el joven Timothée Chalamet, que viste una sparkly black blazer con nada debajo y un montón de anillos. Nicole Kidman abre impactada sus ojos y pone las manos como en posición de avestruz. Lleva un light blue Giorgio Armani. El rating se eleva aún más.

El comediante, el libertino, ha quedado inmóvil, las manos en posición de mayordomo, y en un momento pensamos va a llorar. Es un niño al que el matoncito del colegio le ha dado una tunda enfrente de la clase y él ha quedado ahí, bajo los focos del teatro, enfrente de todo el salón, visto por 17.5 millones de telespectadores, que en estos momentos hacen festín en las redes sociales. 

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Algunas personas tratan de liberar tensiones. La que mejor lo logra es Amy Schumer que llega al teatro diciendo que estaba en el baño poniéndose su disfraz de Spider Man y pregunta si se perdió de algo.

Minutos después, Will Smith sube al plató a recibir su Óscar como Mejor Actor Principal por su rol antes mencionado. Antes de agradecer (nunca visto) se disculpa, como un niño valiente y arrepentido de lo que acaba de hacer, ante la academia y sus compañeros nominados, pero no ante la persona que agredió.

Smith se compara con su personaje (padre de las hermanas Williams, leyendas del tenis mundial, que están en el teatro viendo esta escena). Will Smith define a su personaje/persona como un defensor férreo de sus hijos, de su esposa, de los suyos (King Richard tuvo 5 hijxs). Smith está justificándose o distorsionándolo todo a propósito, o realmente cree que el Rey Richard es un modelo posible a seguir, no sabe el límite entre él y el personaje que acaba de interpretar.

Un macho que llora

Luego, hace gala de su rol de macho protector: el amor nos puede llevar a la locura, hay que hacerlo todo por defender a la familia, dice, junto con otras barbaridades como el arte y la vida se imitan, en un discurso que fácilmente entraría en la boca de un dictador. Termina justificando sus impulsos argumentando la presencia del “demonio”. No queda muy claro si se refiere a él, a la vida misma, al madrazo en la cara que le acaba de dar a alguien que no ha sido invitado a presenciar la puesta en escena de un macho que llora.

“Pensamos sacarlo inmediatamente”, dicen fuentes cercanas a la Academia, “pero no pudimos iniciar la evacuación antes de que el señor Smith se ganara el Óscar”, y en vez de eso, tuvo el monólogo a mejor actor más largo del que se tenga memoria. Siete minutos. Más de un tercio del discurso inaugural del presidente Biden.

Lo que no me gusta, y tal vez me impulsa a escribir, es que Will Smith defienda la violencia como una forma de protección a la familia. No sé si es la palabra protección, la palabra familia lo que desencaja, o ambas en una misma frase.

Me hubiera gustado que se refiriera a su propio machismo. A la incapacidad de contenerse. A la lucha por la raza, el género, en una historia de violencia en la que abundan ciertas palabras, la burla al cuerpo, que es también la expropiación de un género y en este caso asociado a la enfermedad. Eso es lo que habría que poner de relieve y también pedir disculpas por toda la película que su gesto robó, ya que aquella noche (la gala más fome, dijo alguien por ahí) será recordada no como la noche en que el documental Summer of Soul se llevó un importante premio para la comunidad afroamericana, normalmente relegada en esta categoría; ni como la primera vez que Jane Champion ganó un merecido reconocimiento como directora; ni la noche en que un español recibió un Óscar por un corto que se pregunta qué es el amor en el siglo 21, con Tinder y redes sociales; ni tampoco pasará a la historia la presencia chilena en la gala donde Bestia postuló a Mejor Cortometraje Animado. Será la noche en que Will Smith, ante 17.5 millones de televidentes, le pegó una cachetada a Chris Rock para defender a su esposa porque el “demonio” había entrado a su cuerpo y “se hacen locuras por amor”.

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