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Frente Amplio II: “El gato y el ratón nunca son de la misma opinión”

Por: Ricardo Camargo | Publicado: 21.05.2018
Frente Amplio II: “El gato y el ratón nunca son de la misma opinión” frente amplio | Foto: Agencia Uno
Habrá que enarbolar una política antagónica a la de los proyectos neoliberales y patriarcales dominantes. Hay que articular y empujar con fuerza la agenda feminista, progresista y radicalmente democrática. Ese es -me parece- el desafío.

En esta columna quiero sostener la siguiente idea: lo programático (“El programa de much@s” del Frente Amplio, por ejemplo) no es un simple texto impreso a colores. Bien hecho, constituye la articulación de las demandas sociales más fundamentales en una forma política que las dota (o no) de un sentido transformador (post-neoliberal, en nuestro caso). Y por eso, debería orientar siempre nuestro quehacer. De no hacerlo, se corre el riesgo de habitar el “programa de otros”.

(Nota: antes de seguir, una aclaración: este tipo de columnas tienen inevitablemente cierto sesgo “aleccionador”. Por cierto, eso está lejos de ser mi intención, pero lo asumo como factor casi inescapable en estos escritos que buscan estimular debates conceptuales. Valga la excusa en todo caso.)

Propongo el siguiente diagnóstico (que en parte sostuve en otra columna): desde 2006 en adelante, se han expresado en Chile tres tipos de demandas que buscan ser articuladas políticamente. Las tres ofrecen una oportunidad para el Frente Amplio, pero no están exentas de riesgos, y por cierto siguen en disputa.

El primer tipo expresa un cierto agotamiento del modelo neoliberal y se manifiesta en las grandes movilizaciones en contra de las falencias de la educación (2006 y 2011) y las pensiones (2016,17). Estoy tratando de ser preciso acá. No quiero decir que estas demandas significaron siempre (o principalmente) una crítica anti-neoliberal, ni menos aún que articularon tras de sí un programa de sociedad alternativo (o contra-hegemónico). Pero lo que es cierto, es que han sido movilizaciones que impugnaron la médula del modelo neoliberal, primero en lo educativo (levantando la demanda de gratuidad universal y de calidad, anti lucro), y luego en las pensiones (evidenciando tanto la carencia de un sistema público de seguridad social, como la existencia de un sistema forzado de “acumulación por desposesión», como terminan siendo las AFP).

El segundo tipo de demandas es más general, no solo atribuible al neoliberalismo. Afecta a la actividad política que ha entronizado problemas de colusión de intereses, falta de trasparencia, privilegios y abusos. Se trata de lo que la gente llama la “crisis de la política” y que en Chile explosionó con los escándalos de financiamiento irregular de la política (SQM, etc.) y de nepotismo (desde Caval a los familiares de Chadwick y Piñera). Curiosamente, en esto tanto la ex-Nueva Mayoría como Chile Vamos comparten casos y prácticas que los afectan por igual. Lo que se ha visto en estos primeros dos meses en el gobierno Piñera es patético.

La tercera categoría de demandas es, en apariencia, reciente (de hecho está en pleno desarrollo mientas escribo), pero si se observa con atención, aparece inscrita en la historia de lucha de nuestro país (la lucha por la igualdad de las mujeres). Se le ha llamado la #OlaFeminista, y antes #Niunamenos, pero en verdad es más que eso. Es un verdadero cambio de eje de los océanos que viene a visibilizar una situación de desigualdad, de abuso, de discriminación antiquísima que ha afectado a las mujeres y a otras identidades de género. Todas sometidas a un patriarcado brutal que en Chile se expresa desde el lenguaje machista hasta la desigualdad salarial y previsional. Un malestar que ebulle y se manifiesta con igual potencia impugnadora desde la esfera pública al espacio más privado de la cotidianidad, y de allí su potencia transformadora.

¿Qué quiero decir con todo esto?

Dos cosas. Primero, que aunque son demandas reales, juegan en la lucha política su articulación más o menos progresista. Y segundo, que el Frente Amplio no puede renunciar a disputar de manera directa y antagónica, mediante esfuerzos programáticos nítidos, salidas antineoliberales y radicalmente democráticas a dichos malestares. Todo su sentido de “proyecto de sociedad” se juega en ello, todas sus alianzas deben someterse a esas disputas.

En cuanto a lo primero, no argumentaré lo relativo a la realidad o no de estas demandas. Creo que la evidencia está en las calles para quien lo quiera ver (son parte del diagnóstico con el que parte este análisis). Sí quiero enfatizar que las articulaciones políticas de dichos malestares, han estado en disputa permanente y no está para nada asegurado que tengan una decantación progresista.

En cuanto al primer tipo de demandas, por la educación pública y el sistema de pensiones, de hecho lo que termina ocurriendo en estos años es que tanto el gobierno de la ex-Nueva Mayoría, como el actual de Piñera, logran exitosamente diseñar respuestas políticas que son totalmente consistentes con lógicas neoliberales. La gratuidad universal voceada en las calles por cientos de miles, termina significando “gratuidad para algunos” o “en la medida de lo posible” (sólo para los 6 primeros deciles en la educación superior), lo que está muy cerca de la conocida política neoliberal de focalización de recursos en gasto social. Y el #NomásAFP que colmó las avenidas de Chile, aparece lentamente transfigurado en “más dinero para las cuentas de cotización individual”, manteniendo intactas a sus administradoras (las AFP) y su estructura de ganancia. Así, enfrentados a las dos más grandes movilizaciones sociales impugnadoras del neoliberalismo en los últimos lustros, los partidos de la ex-Nueva Mayoría y de Chile Vamos alcanzan un consenso profundo en un sentido reafirmador del modelo.

En esto sigue estando una de las disputas principales del Frente Amplio. Reinstalar en el sentido común hoy desdibujado, la simpleza de las preguntas fundamentales esgrimidas en las calles por miles de chilenos “de a pie”: ¿por qué los ciudadanos no pueden aspirar a tener en cada barrio, por modesto que sea, la mejor escuela pública (gratuita) de Chile? ¿Por qué nuestras universidades, centros de formación e institutos profesionales estatales no pueden ser gratuitos y de calidad para todos? ¿Por qué no aspirar a tener jubilaciones dignas en un sistema público de pensiones que se guíe por principios de solidaridad y desarrollo social? Las respuestas a estas preguntas no suponen argumentaciones exclusiva ni fundamentalmente técnicas. Más bien, su sentido emana del proyecto de sociedad al que se aspira y que es precisamente la discusión desplazada y desdibujada hoy en Chile. Ahí, el programa del Frente Amplio debería ser central para volver a pujar en pos de dicho horizonte contra-hegemónico. Lo que hay que tener claro, sin embargo, es que tanto la alianza de derecha como la ex-Nueva Mayoría respondieron, en los hechos, con salidas contrarias a las que enarbola programáticamente el Frente Amplio, y por tanto no cabe sino antagonizar democráticamente dichas posiciones. No se puede decolorar tal disputa, ni siquiera por imperativos “electorales” -eso sería pan para hoy y mucha hambre para mañana. Para medias tintas, ya tenemos a dos formidables coaliciones, partí reconociéndolo.

En cuanto al segundo tipo de demandas, las por “mejores prácticas políticas”, las respuestas han sido mucho más modestas. Se han adoptado algunas agendas pro-trasparencia, es cierto. Sin embargo, el asunto parece no resolverse solamente con las nuevas normas implementadas. El problema, en verdad, radica en la tozudez y miopía de la coaliciones gobernantes que tropiezan una y otra vez con la misma piedra: instalando un pariente por acá, o incurriendo en un gasto público para viajes privados por allá, etc. Se trata de una práctica que crece; un volcán que amenaza con arrasarlos a todos y que conviene nombrar sin sutilezas (a ver si escuchan): ¡corrupción!

El Frente Amplio, en parte por su corta historia, encuentra acá un terreno más prístino para articular una respuesta radicalmente ciudadana y creíble. Sin embargo, ahora que habita espacios comunes en la institucionalidad –en el Congreso, los municipios, etc.-, es fácil aparecer inadvertidamente como “más de lo mismo”, repitiendo prácticas y estéticas que están en la base del legítimo malestar en contra de “los políticos”. Por otro lado, el Frente Amplio no puede enarbolar una simple crítica desde el llano a toda la política (“¡que se vayan todos!”), pues sería un suicidio democrático. ¿Qué hacer? Lo que sugiero es el retorno a sus principios básicos: insistir en sus reformas ciudadanas a la política, pelear por que los negocios no puedan colonizar la política, radicalizar las críticas al nepotismo, bregar hasta conseguir una más efectiva participación ciudadana en las decisiones que afectan a la comunidad. Pero sobre todo: ser y parecer, esto es, ¡vivir como se piensa! Para una fuerza en formación, la ética política que reivindica el vivir ciudadano es fundamental. Por ejemplo, hay que reinstalar en el sentido común la idea de que ¡hay algo tremendamente anómalo en un Presidente que aumenta su patrimonio (ya millonario) durante su labor política! En esta pelea, además, habrá que estar atento a poner atajo a todos los oportunistas que querrán estar del lado de “lo nuevo”. Muchas veces, valdrá más un resguardo ético que una ganancia electoral. La disputa en esto es de torneo largo, solo se campeonará si llegamos primero a la final. No basta ganar algunos partidos solo movidos por cantos de sirenas.

Respecto al tercer malestar, la #OlaFeminista, ningún actor político ha siquiera balbuceado palabra alguna para darle respuesta. Y por un rato, es bueno que así sea. La palabra la tienen ellas, como han dicho con claridad. Sin embargo, el Frente Amplio tiene acá un desafío histórico, de época. Es una fuerza política que se declara feminista y ha llegado el momento de demostrarlo. No bastan las consignas, hay que moverse más allá de lo políticamente correcto y partir por casa (por ejemplo, dotarse de una estructura organizativa totalmente paritaria, es lo mínimo). Serán sus dirigencias feministas las que deberán liderar el gran cambio cultural y material que cientos de miles de chilenas han gritado con fuerza en las calles estos días. Los hombres tendremos que reconstruirnos y rápido, cediendo espacios, compartiendo responsabilidades, disminuyendo privilegios. Un sociedad feminista, ese es el desafío, ni más ni menos. Pero de nuevo, no hay que equivocarse en esto. Las respuestas desde la política a esta demanda epocal serán diversas, no todas suficientemente progresistas ni radicalmente democráticas (aquí un ejemplo).

La igualdad salarial en las empresas privadas, la remuneración del trabajo doméstico, y el igual valor de los planes de salud de las Isapres, por nombrar solo tres reivindicaciones sustantivas que no son de fácil deglución para el neoliberalismo, son prueba de aquello. Tras los fuegos de artificios, habrá que tener claro que, lo mismo que en las otras demandas, también acá habrá que enarbolar una política antagónica a la de los proyectos neoliberales y patriarcales dominantes. Hay que articular y empujar con fuerza la agenda feminista, progresista y radicalmente democrática. Ese es -me parece- el desafío.

Concluyo con lo siguiente: no creamos que está muerta la estrategia que supedita lo programático al objetivo “todos contra la derecha”. Por el contrario, goza de muy buena salud, tanto al interior pero sobre todo afuera del Frente Amplio. Todo lo que he argumentado anteriormente, en el fondo, va en contra de dicha política. Seguirla es sumarse a un barco que navega siempre en una sola dirección: la defensa del status quo. Lo nuestro es transformar Chile para el bien de los ciudadanos y ciudadanas de a pie. No se puede nunca renunciar a eso. Más aún cuando se enfrenta un momento de demandas sociales abiertas que, si no se articulan políticamente desde el Frente Amplio, será la derecha populista quien las tome (este será el tema de nuestra próxima columna).

Ricardo Camargo