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¿Es Chile un país Católico?

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 14.05.2013

Texto: Edison Pérez Confieso mi intención desconcertante: hablaré de Dios. Aclaro de antemano que creo, o sea, tengo fe, que es lo mismo, aunque las palabras se usen en distinto sentido. Dios no es patrimonio de religión alguna, ni Jesucristo, por más talibán del cristianismo que alguno se crea. En reciente entrevista, monseñor Medina se quejaba de menos bautismos, primeras comuniones, matrimonios. Menos fieles. Más divorcios, lo decía como si fuera un problema eclesial –tal como lo consideran muchos legisladores que pasan la aplanadora de su fe a quienes literalmente no comulgan con ella. Orar está demodé (rezar es una palabra más light, más moderada), pero igual los católicos no lo hacen, denunciaba el cardenal. Y eso que tienen a una pléyade de santos, y María, la Virgen, intercediendo por ellos con sus plegarias, ventaja de la que carecen otras confesiones cristianas. Y frente a los casos del tipo Karadima, por nombrar el más conspicuo, el devocionario tiene su respuesta: “No mires nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia”. Este Domingo de Ramos me acerqué a unas damas salientes de misa con la ladina intensión de burlarme de ellas. “¿A cómo vende los ramitos?”, pensé preguntarle a la más emperifollada. No fui capaz, pero imaginé las caras de escándalo de las devotas: “¡¡Nooo, cómo se le ocuuurreee, yo no…!!” Y aunque el sol alumbra para todos, uno entiende que quienes venden los ramitos son las personas mal vestidas, mientras las elegantes son las que los compran para llevarlos bendecidos a sus casas. Acabamos de celebrar la Pascua. Sin regalos de tienda envueltos en papeles de colores; esa es otra Pascua (fiesta), aclaro a quien le haga falta, la de Natividad. La Pascua de Resurrección rememora un hecho portentoso: Dios entrega a su Hijo Unigénito a la muerte en martirio para luego resucitarlo al tercer día, como una promesa a la raza humana de acceder al Reino de los Cielos. Jesucristo en persona es “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”, por respeto a cuyo sacrificio no se derrama otra sangre, y en consecuencia no se come carne. La lectura de la gente –también de los creyentes– ante tamaño prodigio es: hay que comer pescado. Eso de los huevitos de chocolate ya es simplemente una herejía. En la santa misa el sacerdote reproduce cada vez que realiza el rito, la transubstanciación del cuerpo y la sangre de Cristo, en la hostia consagrada (transubstanciación significa precisamente eso; no le busque explicación: es un Misterio), que los católicos comen como un bocado y luego de prosternarse unos minutos, salen de la iglesia tan campantes para seguir con su vida como si tal cosa. Ante semejante milagro uno esperaría por lo menos que vendieran todos sus bienes para repartir su producto entre los pobres, pero no (“es más fácil que un camello…”). La feligresía católica está disminuyendo a costa de engrosar otras religiones. Testigos de Jehová, mormones o las innúmeras sectas evangélicas. Personas que buscan tal vez mayor cercanía entre sí, calidez acaso, una vivencia más potente de su fe. Especulo. Otros desbandados lo son por culpa de la curia –no los culpo–, simple desafección, falta de tiempo o alternativas imperdibles para sus fines de semana. La mayoría se declara “católicos a su manera”, lo que no sé qué significa, sobre todo si está en juego la salvación. Será porque no se gana ni se vende: es gratuita, aunque por siglos olvidaron decírnoslo. Siempre me impresionó esa inocencia pueril de los pentecostales, ignorantes ellos, pobladores, mapuche, campesinos, presidiarios, mujeres de moño y faldas, que invitaban o aún invitan en algunas barriadas, campos, cruces de caminos, a convertirse a grito pelado, profiriendo incoherencias , para perderse luego entre banjos y guitarras, cantando con sus mejores pilchas “Ven a Él / pecador / que te espera / tu buen salvador”. Ratzinger, un papa de pasado nazi –en su juventud, perdonémosle el idealismo–; un poco prolijo y anticomunista Wojtyla; ahora un prelado argentino, ¡que además se hace el gracioso! A ninguno le llamaría con sinceridad Santo Padre. Será que crecí con Juan XXIII, el papa bueno, supe del Concilio Vaticano II en clases de historia y ya mayorcitos en plena dictadura conocimos de una Iglesia que ejercía a contrapelo su opción preferencial por los pobres. Suena bueno pero no se crea: lo de “opción preferencial” da margen a que no se opte: la parroquia El Bosque es sólo un ejemplo de aquello. Y si bien para los marxianos (marxistas son sus escritos, de Marx, digo) la religión es –razonablemente– el opio de los pueblos, el don de la fe (el que no cree es porque no lo recibió y está frito) es una gracia alcanzada por insignes creyentes entre sus filas. El propio comandante Chávez hace apenas unas semanas clamaba “¡Gracias Dios mío!” porque se creía curado de su mal, y recordemos que su vicepresidente y delfín tuvo rezando a toda la revolución bolivariana hasta el final de los días del mandatario. Gladys Marín en tiempos de la clandestinidad no sólo se volvió católica sino mariana, esto es, devota de la Virgen. De hecho Mariana era su chapa, cosa que explicó ella misma sin recurrir al sicoanálisis (“soy católico, pero no tanto como la Gladys Marín”, suele ser mi respuesta a los comunistas burlescos). El propio Salvador Allende en su discurso en la Universidad de Guadalajara se refirió a los cristianos que formaban parte de la Unidad Popular, como aquellos “que interpretaban el verbo de Cristo que expulsó a los mercaderes del templo”. Qué mejor aval para participar en la vía chilena al socialismo. Contestando su pregunta de si Chile es un país católico, formulada en 1941, júzguelo usted mismo, señor Alberto Hurtado, cura rojo, o santo, como prefiera que lo llamen. Lo único que sé, “es que somos hermanos”. Lo aprendí de un spot publicitario de una marca de manjar hace algunos años.

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