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Paulina Varas, académica y curadora: “Dejemos de pensar desde privilegios de clase, género o raza y esto debe afectar a las instituciones culturales”

Por: Francisca Quiroga | Publicado: 19.06.2016
Paulina Varas, académica y curadora: “Dejemos de pensar desde privilegios de clase, género o raza y esto debe afectar a las instituciones culturales” portada 2 paulina |
A propósito de la exposición «Poner el cuerpo» que puede verse hasta el 26 de junio en el MSSA, conversamos con su co-curadora Paulina Varas sobre nuevas formas de pensar y problematizar las instituciones culturales y su vínculo con la ciudadanía.

A propósito de la exposición Poner el cuerpo que puede verse hasta este 26 de junio en el  Museo de la Solidaridad Salvador Allende (MSSA), conversamos con su co-curadora Paulina Varas, quien además investiga sobre arte latinoamericano contemporáneo, procesos de colectivización y transferencia de conocimientos. Es miembro de la Red de Conceptualismos del sur, Co-directora de CRAC –plataforma de pensamiento crítico y residencia de artistas- y Coordinadora del Magíster en Educación Artística de la Universidad de Playa Ancha. En sus varias investigaciones y publicaciones, Paulina Varas no ha dejado de pensar el desarrollo de las artes visuales como un trabajo colectivo, situado, capaz de intervenir en el espacio de lo común y de poner en crisis continuamente sus propias prácticas y dispositivos de saber.

Foto de Paulina Varas

Foto de Paulina Varas

Paz López: Hace un par de semanas nos enteramos que los archivos del Colectivo de Acciones de Arte (CADA) fueron donados al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos por dos de sus integrantes: Lotty Rosenfeld y Diamela Eltit. Ello se hizo posible, además, gracias al esfuerzo que tú y otros miembros de la Red de Conceptualismos del Sur han venido  realizando con el fin de preservar y socializar los archivos de prácticas artísticas producidas sobre todo entre la década de los 60 y 80 en Latinoamérica. ¿Cuál es la importancia de abrir estos archivos a nuevos relatos y zonas críticas?

Paulina Varas: La experiencia con el archivo del CADA ha sido un trabajo bien contradictorio para nosotras/os, puesto que ha exigido pensar cómo reactivar episodios del arte y la política que quedaron fuera o al margen de algunas historias oficiales, y hoy día pensar maneras de conservarlas en instituciones pero que no quede pendiente ni anulada su potencia crítica del presente.
Desde la Red tenemos elaborada una política de archivos que se va ajustando a cada lugar-país-región de acuerdo a las realidades específicas y las personas que lo agencian. De esta manera uno de nuestros objetivos como Red es pensar en esos archivos en tanto potencias del presente. Como señala un reciente texto escrito en la publicación L’internacionale «El objetivo principal de la Red es reivindicar la presencia de la memoria sensible de aquellas experiencias para que ésta se convierta en una fuerza antagonista en el marco del capitalismo cognitivo contemporáneo». Allí radica para mi uno de los desafíos más urgentes. Ni canonizar ni neutralizar, en medio de un contexto cultural que al parecer no sabe hacer otra cosa que colonizar sus memorias críticas, transformarlas en objetos de consumo cultural rápido y fugaz. Uno de los proyectos de la Red es archivosenuso.org, donde hemos digitalizado diversos archivos para la consulta pública online de registros documentales que pueden estar físicamente en diversos lugares. Nuestra apuesta allí es que la mayor cantidad de personas pueda acceder a estos materiales y desde ya se puedan crear muchas entradas críticas a estos documentos, narraciones, memorias. Sabemos que a la vez van a posibilitar que papers académicos empiecen a utilizar estos materiales como parte del sistema académico internacional, con sus reglas y formas de producción específicas del mercado global del saber institucionalizado.

 ¿Y en el caso específico de Chile, qué políticas de archivo se ajustarían a su propia realidad?

-Creo que desde Chile, donde todo lo que tiene que ver con educación y mercantilización lo padecemos día a día, acceder a otras memorias críticas de manera pública y gratuita posibilitará otros legados que reconocer y activar en las luchas del presente. Frente a la acumulación privada individual, generar espacios de abundancia compartida es uno de los caminos que puede ayudarnos a encontrar referentes críticos y saberes que quedaron en algún lugar de la historia, de manera que podamos ir cimentando las bases no sólo de un acceso a la información sino también unas relativas a la capacidad de interpretar y hacer parte de nosotros esa información. Esto lo asocio a una mejor calidad de vida bajo la idea que algunas personas defienden de «una vida que merezca ser vivida». Para mi excede el ámbito del saber institucionalizado, se convierte en material con potencialidades subversivas al modelo social y económico que vivimos. El siguiente paso es elaborar instancias donde estos saberes puedan colectivizarse, trabajarse en común y ponerse en cuestión desde nuestras experiencias personales y colectivas. Puede ser en una exposición, en un seminario, en una asamblea, un fanzine, una clase, una reunión, etc.

En este mismo contexto, hoy se está exhibiendo la muestra Poner el cuerpo (MSSA), donde tú y Javiera Manzi asumieron el papel de curadoras. Se trata de una muestra que reúne una serie de prácticas conceptuales y colectivas producidas en diversos países del cono sur en contextos de violencia estatal y fuerte agitación social. ¿Qué podrían decirnos hoy esos documentos, sobre todo para pensar la relación entre Arte y Política en contextos de democracia y neoliberalismo?

Según lo que ya comenté, y en esa misma línea, nuestra exposición (donde colaboraron otras personas de la Red y del contexto local) insiste sobre las posibilidades de agenciar estos materiales, obras, fotografías, videos, documentos en el presente. Esta es una exposición pensada como una circulación no oficial de otra realizada por la Red Conceptualismos del Sur en 2012 en el Museo Reina Sofía de Madrid y que itineró luego a otros países sin llegar a Chile. En el caso de esta circulación de las obras y documentos, pensamos generar una acción documental que las situara en Chile, y por ello junto a Javiera (y Nicole Cristi que participó en una primera fase), reunimos un material documental para pensar cómo crear un archivo sobre las formas de organización de los colectivos, grupos, coordinadoras que en los años ochenta en Chile propusieron líneas programáticas sobre cultura y política que cimentaron el fin de la dictadura. Lo que nos interesaba era pensar cómo este archivo trabaja sobre una condición no clausurada, es decir, como algo que sigue latiendo de diversas maneras en las luchas de los movimientos sociales, tal vez menos en el terreno de la cultura únicamente pero sí en múltiples otros espacios, como por ejemplo el movimiento estudiantil. 

Hoy escuchamos de manera más o menos insistente que la figura del crítico de arte se ha visto adelgazada o neutralizada por la preeminencia de un dispositivo curatorial que parece simplificar  el vínculo entre obra y reflexividad crítica, que promueve más la vanidad y la “firma estelar” del curador por sobre la investigación, documentación y la articulación de conceptos. O, como acaba de señalar Gonzalo Díaz, donde el financiamiento es el que determina la mirada curatorial y debilita el sentido de las exposiciones. ¿Qué piensas de este debate?

Tu pregunta misma creo que contiene una gran contradicción, que consiste en pensar estas prácticas únicamente desde una figura de género que ha sido definida en gran medida desde el canon masculino por nuestro sistema hegemónico patriarcal. El crítico y el curador encierran posiciones canónicas que se han defendido hasta llegar a su propia crisis actual. Si bien son figuras que pueden ser desarrolladas en espacios mercantiles como algunas ferias de arte, los medios de comunicación controlados, espacios expositivos varios, ese sistema de producción todo el tiempo les exige reinventarse en base a un código de visibilidad creado «por fuera» de sus deseos, es siempre un modelo que desde el exterior de cada sujeto exige representar algo que viene en cierta medida prefijado o que rápidamente es absorbido por las lógicas del capitalismo cognitivo. Me imagino que debe ser agotador y frustrante representar siempre un rol para la exterioridad. En ese sentido sus relatos son cansados, cansadores, con poca vida.
Por otro lado he sido testigo que revisar otras tradiciones de saberes más situados en sus memorias en conflicto, han dado paso a otras maneras de pensar criticamente la relación de saber-poder como un lugar de emancipación. No hay muchos ensayos que hablen de otros relatos posibles desde la crítica y la curaduría, que revisen posiciones disidentes. Por ejemplo, acá en Chile, hay figuras de patrones del arte contemporáneo que dictan las normas de cómo deben ser las exposiciones, las investigaciones, las memorias, etc. Crean un saber instituido preferentemente masculino que enjaula posibilidades de acción. Es un modelo de explotación y de control sobre el conocimiento que cada una de nosotras traemos desde otros lugares. Claro que hay personas que se ven atraídas por las figuras del explotador por diversas razones de dependencia, pero esas figuras con «firma estelar» que tu mencionas al parecer tienen un campo de acción bien limitado y afectan el presente de quienes quieren seguir ese modelo de sometimiento pasivo.
Me parece urgente pensar en las formas en que estamos accediendo a los conocimientos y sus relaciones de poder y verdad, las relaciones de producción,  asi como las formas de subjetivación en el escenario cultural generalmente despolitizado. En este sentido me he volcado en estudiar y conocer mejor el pensamiento desde los feminismos y por otro lado las diversas formas de critica institucional desde las artes y la salud mental. Allí he encontrado un debate más intenso sobre las luchas por otras formas de comprender la vida, de articular saberes útiles. Sin duda que el cambio del sistema de educación que tenemos en Chile será el primer paso para ello.

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Este 21 de mayo la presidenta anunció la inauguración del nuevo Centro Nacional de Arte Contemporáneo, un espacio íntegramente financiado por el Estado y que busca proyectar al mismo tiempo una Política Nacional de Artes Visuales. El año 2007 creaste (junto a José Llano) CRAC Valparaíso, un proyecto independiente, de gestión autónoma y flexible que funciona como plataforma de acción e investigación colectiva que entrecruza artes visuales, esfera pública, ciudad y territorio. En base a esta experiencia, ¿cuál es tu opinión de las políticas culturales en Chile? ¿Cuál debería ser el aporte de este Centro considerando la gestión de espacios ya existentes, como el MAC, el MNBA, MSSA?

Cuando creamos CRAC en 2007, fue en base a responder a una coyuntura bien específica en la ciudad, relacionada con la especulación sobre el proceso de patrimonialización en Valparaíso, sus fracasos, reveses, desigualdades, privatizaciones y deseos individuales. Se trataba de abrir un campo de reflexión donde el arte contemporáneo y la investigación desde la visualidad pudiera aportar insumos críticos y puntos de vista problemáticos, desobedientes a la pauta oficial del «deber ser». Nos inquietaba la pregunta por cómo «podría ser» empezar a pensar lugares de lo común, entrelazadas con saberes locales y deseos globales no hegemónicos. No todo el arte contemporáneo tiene el interés en hacer crítica a las condiciones de vida de este sistema que vivimos, nosotros desde CRAC y con distintos trabajadoras/es culturales, nos interesamos en pensar críticamente la ciudad, las formas de vida y  los modos en que el proceso neoliberal afecta la ciudad y nuestros propios cuerpos.

Respecto a este Centro de Arte Contemporáneo que señalas, no he podido comprender cuáles son las políticas culturales en Chile, no me queda claro en qué medida enfrentan el proceso neoliberal.

Yo siempre he sido de la idea que un edificio o cualquier infraestructura debe responder a una necesidad, tener un programa, un proyecto claro y luego construir algo físico. Creo que esto requiere de una cuestión más compleja, situada en una genealogía más profunda en el tiempo. Siento que el problema es pensar mucho en el ahora sin un pasado que aporte reveses críticos a los proyectos culturales que se llevan a cabo. Lo más preocupante es que cuando hablamos de este Centro u otro proyecto cultural, sólo es la gente «afectada» o cercana la que opina y se siente con el poder o las ganas de decir algo, pero, ¿le importa a alguien más que no sea del «sector» de la cultura? Yo creo que poco o nada. Esta división tan estricta de lo que entendemos como la manera en que nos afecta el «rol del Estado», que no vincula transversalmente, que no interesa a muchas/os ciudadanas/os más, creo que es el principio del problema. Siempre digo a los estudiantes en el aula, ¿si ya nadie va a los museos, qué vamos a hacer nosotros? Pienso que es urgente pensar desde otro lado, y con ello me refiero a intentar dejar de pensar desde privilegios de clase, género o raza y esto debe afectar a las instituciones culturales también. ¿Y si la institución del arte deja de hacer lo que está haciendo y transita otros caminos más problemáticos consigo misma?

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