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Despertar el habla como primera literatura

Por: Javier Edwards Renard | Publicado: 18.07.2016
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No quiero escribir critica en el sentido que ese espacio ha sido instalado en los medios tradicionales, quiero moverme e invitarlos a transitar con libertad por el camino de una discusión posible, a iniciar un dialogo bajtiniano, de plaza pública, permanente y creativo, en que mi palabra no sea sino el punto de partida.

Después de más de 20 años como crítico literario en La Época, El Mercurio y otros medios de comunicación, hoy retomo la crítica periódica a través de una columna quincenal en este interesante y potente medio digital, El Desconcierto. No solo me atrae escribir aquí por el conjunto de gente que ya está colaborando en este diario, sino por la apuesta independiente y culturalmente abierta de su dirección, por las imágenes e ideas que despiertan su solo nombre, el que se apodera  del desconcierto posmoderno, ese estado de confusión o apertura en el que estamos inmersos y respecto del cual sólo una toma de conciencia activa, un desconcierto activo e intencional puede recuperar el sentido, los significados, de un modo recompuesto, ya no como verdades monolíticas o simplificaciones idiotizantes, sino como posturas fragmentarias formuladas con seriedad y de modo responsable.

Aquí los invito a leer reflexiones sobre literatura y cultura, sobre lo que nos está pasando o dejando de pasar en el proceso mismo de pensarnos, decirnos y escribirnos como individuos y colectividad, como país y suma de identidades y diferencias; a compartir opiniones directas y sinceras sobre textos narrativos, poéticos, ensayísticos; a abrir la discusión sobre poéticas y estéticas, responsabilidades culturales y la intervención de la política y los poderes sociales en la definición de un país hoy desconcertado. No quiero escribir critica en el sentido que ese espacio ha sido  instalado en los medios tradicionales, quiero moverme e invitarlos a transitar con libertad por el camino de una discusión posible, a iniciar un dialogo bajtiniano, de plaza pública, permanente y creativo, en que mi palabra no sea sino el punto de partida.

Así, pienso entonces en la literatura, a partir de su primera manifestación, el habla. El relato oral, el lenguaje de las comunidades, de los discursos oficiales y los improvisados, de la expresión de nuestros deseos profundos en sus formas más guturales y sofisticadas. Pienso en el habla en el Chile de hoy, dirijo mi mirada hacia la literatura que emana de los discursos cotidianos que se tejen a cada instante en nuestro país. Quiero cuestionar la literatura que construimos todos y cada uno a través de las formas de habla con las que vamos armando el tejido imaginario de la realidad.

Al pensar en esa literatura colectiva, en la forma en que se está  construyendo, en la irresponsabilidad con que los hablantes se lanzan a decir realidades, en la falta de educación que desde los tiempos de la dictadura hasta ahora se ha convertido en paradigma y aliado de un poder entendido con mentalidad cortoplacista, no queda más que sentir vértigo, temor y la necesidad de lanzar un llamado a la toma de conciencia, apelar al despertar del lenguaje  adormecido y mutilado en el que se ahoga nuestro país, desde las altas esferas de la política representativa a la conversación coloquial en el seno de la familia.

Mala literatura es la que estamos construyendo en esta habla cotidiana.

Pienso en la pobreza de la literatura política, las explicaciones del poder frente a sus actos inconsistentes; pienso en la violencia vociferante de las masas en los blogs de diarios frente a temas como el aborto o el matrimonio igualitario, donde la sutileza del lenguaje es borrada de un plumón por la ignorancia y el resentimiento; o me desconcierto con la pésima literatura de los matinales y los noticieros televisivos, donde el habla desinforma y confunde; o miro hacia el lugar que ocupan hoy los verdaderos creadores, los imaginativos, los que desafían al poder con sus propuestas críticas e incómodas y descubro que están desarticulados o enemistados o atrincherados, sin saber que en ese aislamiento se convierten en hablantes cómplices del empobrecimiento de nuestra primera literatura, la del habla cotidiana, con la que montamos las realidades que nos movilizan hacia lugares poco claros y de los que no tenemos auténtico conocimiento.

Entonces, me traslado con la memoria a la semana rabiosa, en mayo del 68, en Francia, cuando la consigna acuñada por Daniel Cohn Bendit y Jean-Paul Sartre, la imaginación al poder, se convertía en el inflamado grito de una generación que sentía que debía volver a imaginarse para terminar con una era de guerras y abusos, de división, de destrucción del sentido. Y regreso al Chile de hoy, imagino un llamado al retorno vivo de la literatura, del habla con sentido, al verbo que dice y muestra, a los discursos que cuestionan y exigen de las estructuras de poder y del hacer cotidiano que respondan a procesos reflexivos que establezcan estándares de alta rigurosidad en la construcción de significados.

Cito de memoria y sin precisión la frase de Heidegger en La Carta sobre el Humanismo, el lenguaje es la casa del Ser, en él habita su morada, pensando que el primer llamado revolucionario de nuestro tiempo globalizado, mercantilizado, (en este Chile codicioso y flaite que heredamos de la dictadura) es recuperar el habla, la literatura del significado, exigir que las palabras que articulan los sistemas en que nos movemos y de las que surgen las redes en las que estamos hoy atrapados, dejen de ser los artilugios donde vociferan legiones de idiotas –como acusó Umberto Eco- y se conviertan en estructuras donde el verbo y el discurso nos vuelvan conscientes y lleven desde de la mera ignorancia o rabia hacia el conocimiento y una acción crítica constructiva.

Propongo así, exigir de cada uno, entonces, y también del Presidente de la República, de los parlamentarios que elegimos y pagamos, de la burocracia que administra, de los empresarios que hacen negocios, de los trabajadores que aportan su mano de obra, de los estudiantes que tiene la oportunidad de aprender, de las tribus urbanas, de los poderosos y los desposeídos, de las minorías oprimidas y de las mayorías insensibles, de los que hablan en nombre de dios como de los que no creen en él, de los periodistas que dicen que nos informan pero balbucean, de los directores de los medios donde trabajan, en fin, exigir de cada uno de nosotros, despertar el habla capaz de escribir una literatura de todos que narre la trama de un texto profundo, con la fuerza de hacernos despertar de este sopor mediocre en que parecemos estar navegando como país. El habla crítica al poder.

 

 

 

 

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