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Opinión

La memoria se me va, se me va

Por: Juan Ignacio Colil Abricot | Publicado: 05.04.2017
La memoria se me va, se me va anciano |
Mi vieja se quedó en su casa comprada a principios de los setenta en un Chile muy distinto. Mi vieja se fue llenando de olvidos lentamente. Nos dimos cuenta tarde cuando ya la reja se le quedaba abierta o quedaba encerrada en el jardín sin poder salir de él, sin poder entrar a su casa porque las llaves habían quedado olvidadas en alguna parte.

La casa de mi madre está vacía. En el jardín aún están las rosas, y algunos árboles que mi viejo plantó hace más de treinta años. Mi viejo murió hace un poco más de diecinueve años. Días antes de que Salas hiciera ese golazo en Wembley. Cuando celebraba Salas pensé que a mi viejo le hubiese gustado celebrar ese gol. Eso lo recordé hace unos días cuando volvieron a hablar de Salas. Mi vieja se quedó en su casa comprada a principios de los setenta en un Chile muy distinto. Mi vieja se fue llenando de olvidos lentamente. Nos dimos cuenta tarde cuando ya la reja se le quedaba abierta o quedaba encerrada en el jardín sin poder salir de él, sin poder entrar a su casa porque las llaves habían quedado  olvidadas en alguna parte. Mi vieja siempre tuvo una memoria a toda prueba. La recuerdo repitiendo sus historias de niña en un Santiago irreconocible para nosotros. Su abuela, sus tías y toda la parentela  que flotaba en sus recuerdos se nos aparecían una y otra vez con profusión de detalles. Sus historias variaban entre la vida familiar en una casa en la calle Víctor Manuel, las historias en un horrible internado de monjas a mediados de la década del cuarenta, las amistades forjadas en la Escuela Normal, sus experiencias en las diferentes escuelas básicas en las que trabajó. Las historias las comenzaba  siempre de la misma forma, pero cada vez les daba un nuevo giro, hacía nuevas asociaciones, aparecían nuevos personajes y luego la historia volvía  a su curso inicial y de alguna forma se reestablecía  el orden narrativo. Siempre pensé que esas historias nos acompañarían hasta la tumba, tanto las repetía que creo que podría anotar el sentido central de algunas de ellas, pero nada es para siempre ni siquiera para una memoria privilegiada.

Con mis estudiantes hemos estado revisando el período de la Historia de Chile de fines de los sesenta y principios de los setenta. Invité a dos personas que eran tan jóvenes en esa época como jóvenes son mis estudiantes para que les contaran sus experiencias de vida. Los escucharon con mucho respeto, hubo preguntas sobre el pasado y sobre el futuro y al pensar en eso recordé una tarde de hace muchos años atrás cuando mi hijo  mayor tenía quizás cuatro años y me preguntó si pudiera viajar en el tiempo a qué época viajaría, yo como buen profesor de historia le contesté sin dudar que viajaría  al pasado, él me dijo que le parecía fome, que él si pudiera viajaría al futuro para ver las cosas que aún no han ocurrido. Jaque Mate.

Estamos en ese futuro. Vuelvo a la clase de Historia y veo a los invitados contando su historia, en sus palabras la historia deja de estar muerta y se transforma por algunos minutos en una tarde de noviembre de 1970. Son dos personas jóvenes que caminan sobre las calles de otro país. Nosotros, los que escuchamos, los vemos desde lejos. Podemos escuchar los gritos, el fervor. El hechizo termina abruptamente. Parte de su historia, fragmentos, caen sobre nosotros, algunos quedaran  dando vueltas alrededor nuestros y formando parte de nuestras órbitas. De estas conversaciones sobre el tiempo y la memoria rescato otra antes que la olvide. El padre de un amigo me dice, después de muchos años sin vernos, “ustedes están igual, no importa que el tiempo pase y uno cambie físicamente, lo importante es que uno siempre vive en una misma burbuja temporal”.

Mi vieja está en su habitación. La visito un par de veces a la semana. Me dice que no ha visto en los últimos días ni a su abuela ni a su tía. Los años para ella se han fundido y se han transformado en una puerta cerrada. Una burbuja que cada día se va haciendo más estrecha. Me pregunta por mi familia. Conversamos un rato, mejor dicho, trato de armar con ella una conversación sobre cosas simples: Las plantas que se ven desde su ventana, las palomas que se posan sobre el techo, el conejo que salta en el jardín.  Sé que con cada día esa distancia y el silencio se irá acrecentando. Me preguntó por aquellas historias que narraba y me molesta no haberlas aprehendido de mejor forma. Caminamos hacia el olvido. Ni siquiera el pasado es un terreno seguro.

Juan Ignacio Colil Abricot