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Opinión

¿A dónde están los trolls cuando no están en Internet?

Por: Javier Manriquez | Publicado: 18.08.2017
¿A dónde están los trolls cuando no están en Internet? Troll |
Si algo no le gusta al troll, se siente agredido, traicionado, cegado. Si la serie de pronto tomó un giro inesperado, o bajó su nivel “esperable” de calidad, siente que le hicieron algo a él, que le atacaron y que por lo tanto todos los responsables han de sufrir las penas del infierno. ¿Si reaccionamos violentamente a algo tan baladí como una comedia de ficción, cómo reaccionaremos ante un partido de fútbol, ante una ley injusta, ante un vecino nuevo?

¿Quién es el troll de Internet? ¿Será algún cajero, un conductor de Uber o taxi; ostentará quizás posiciones de poder, será algún o alguna gerente que entre reuniones libera su ira contenida desde una amplia oficina; o es un señor o señora que purga sus demonios en la fila de una Caja Vecina tipeando en el celular? ¿Será algún púber que se toma demasiado en serio, más en serio que el resto de los púberes?

¿Qué ve el troll cuando se mira al espejo? ¿Dónde va el troll cuando no está en Internet? ¿Deambula sin rumbo fijo masticando opiniones?

El troll de Internet, que comenta en portales de noticias, que vocifera ante cada polémica en redes sociales, tiene mucho enojo y poco filtro. Es como si hubiera una relación directa entre lo que siente y lo que escribe, como un instinto reflejo. Una lógica tal, que su primera intuición/conclusión se vuelve de inmediato rotunda y definitiva. ¿Estarán ahora sintiendo/pensando en algún paradero de transantiago, los trolls, mirando con desconfianza a quien sea que esté al lado por quizás qué otra razón tan absurda como agravante? ¿Cuántos serán los trolls de Internet? ¿Cuál es su influencia?

En total, ¿serán dos mil personas, diez mil, cien mil, un millón? Cuántos podrían ser trolls de Internet, cuántos sienten/piensan del mismo modo y no lo visibilizan simplemente porque no tienen acceso a redes públicas como Twitter, pero lo son en el fondo.

Los trolls, los haters, opinan de actualidad, de espectáculos. Para ellos todo es opinable desde su vereda irrenunciable. “Esta temporada ha sido un asco…”, escribía alguien, sobre Rick and Morty, una serie animada de ciencia ficción. “Horrible el capítulo”, agregaba otro sobre Game of Thrones, la de acción, fantasía y dragones. Mucho hay en el idioma de los trolls de esta habla visceral, gutural, indignada desde lo físico: «una basura, una bazofia, un vómito». En los trolls lo malo no es solo malo; es lo peor imaginable, lo malo genera una indignación hasta biológica.

Alguien argumentaba que Rick and Morty había sumado en esta temporada a su primera guionista mujer, razón por la cual se había perdido para siempre el espíritu original.

¿Nos estaremos volviendo, como espectadores, menos sensibles? ¿O nunca lo fuimos?

Sea cual sea la razón en cada temporada, y más allá de los gustos, pareciera ser esperable que un relato tienda a complejizar sus asuntos, por ejemplo, a apostar por sutilezas, a explorar conflictos más humanos, en fin, la historia avanza y nosotros vamos con ella, y como en un viaje, ideal que los territorios explorados se vayan transformando conforme avanzamos. Por otro lado, surgen necesidades narrativas específicas: los arcos dramáticos se cierran, otros se abren, actores renuncian, los mensajes se vuelven más o menos contundentes, los autores se interesan en otras temáticas.

¿Cuán permeables somos a los cambios? ¿Cuán dispuestos estamos a integrar de un modo llano los giros y las consecuentes decisiones que toma una narración? ¿Qué tan dispuestos estamos a aceptar lo diferente, lo que no nos gusta? ¿Se han vuelto sinónimos? Rick and Morty, que partió como una comedia desatada, esta temporada se ha dedicado a explorar más las oscuridades de sus personajes, dejando un poco de lado el humor. Game of Thrones alterna estrategia y acción en un juego político, hablando en el camino de masculinidades fragmentadas, lo femenino en lo patriarcal, el peso de las tradiciones, en fin. A veces estos temas surgen de un modo evidente y otras, levemente velados. A veces se tratan de forma elegante y a veces de forma menos afortunada. Vaya a saber uno. Pero en cada sección de comentarios, suele destacar primero la frustración y la rabia de sus usuarios.

La pregunta es cuán capaces somos de relacionarnos sensiblemente con un producto cultural, que justamente es la emoción vehiculizada y cuán abiertos estamos al diálogo con ella. En el caso del troll, si algo no le gusta, se siente agredido, traicionado, cegado. Si la serie de pronto tomó un giro inesperado, o bajó su nivel “esperable” de calidad, siente que le hicieron algo a él, que le atacaron y que por lo tanto todos los responsables han de sufrir las penas del infierno. ¿Si reaccionamos violentamente a algo tan baladí como una comedia de ficción, cómo reaccionaremos ante un partido de fútbol, ante una ley injusta, ante un vecino nuevo?

Esta forma de sentir, como cantaba Pedrito Fernández, evidenciada en los comentarios de Emol, en los grupos de Facebook, en los hashtag, ¿será una forma que vive sólo ahí o se traspasará también a la vida real? ¿Estará generalizada? ¿Nos habrá enseñado alguien a sentirnos así? Esas personas/usuarios secretos, vociferantes, catalogados como “odiadores” por el mismo círculo en que habitan, ¿también “odian” en esta parte del mundo? Estos seres polarizados, asustados, enojados, enajenados, duales, que transitan entre el amor y el odio sin tintas medias y en los más diversos ámbitos, ¿Serán muchos? ¿Cuántos? ¿A dónde están cuando no están en Internet? ¿Tendrán posiciones de poder, estarán en la fila del pan, nos harán clases? ¿Estarán el congreso, en las aduanas, en la policía? ¿Serán muchos? ¿Seremos muchos?

Javier Manriquez