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Opinión

Solo somos diminutas esferas arrojadas en el universo

Por: Paulo Andrés Carreras Martínez | Publicado: 23.02.2018
Solo somos diminutas esferas arrojadas en el universo bolitas |
Recuerdo mi infancia y cada uno de los objetos, incluidas las bolitas que alguna vez ocupé como juguetes, alejado de la tecnología por la época y carente muchas veces de lo económico, la imaginación y la sagacidad de la niñez puso a prueba toda clase de artilugios e historias que acompañadas de la complicidad y creatividad de mis hermanos, hacían de las mañanas y tardes períodos fugaces, pero a la vez inolvidables jornadas de diversión.

Bolitas, canicas, innumerables nombres a lo largo de los rincones de este planeta, reciben estas esferas hechas de cristal y de otros materiales como el acero, piedra, losa o barro cocido y pintado. Las veo caer, desperdigarse en el dibujo de la copa que las contuvo por un lapso de tiempo indeterminado. Derramadas, esparcidas por el piso, me cautivan sus hermosos colores, trío de plumillas donde el azul, rojo y amarillo o el celeste, morado y verde desfilan en el interior de estos sublimes ojos etéreos. Algo o alguien se interpusieron en su paz, las movieron, las arrancaron de su tranquilidad, fueron lanzadas al mundo a correr y deambular por sus rincones. Como nosotros hasta el  incierto final.

Bolitas e infancia, infancia o bolitas, la conjunción es la misma, las tuve, tengo por decenas, centenas, la última vez que me puse a revisar el envase que las guarda se acercaban a las mil. No las dejo ir a pesar de mis casi cuatro décadas, pues hay algo en ellas que me hacen aún atesorarlas, contemplarlas cuando la nostalgia de una niñez feliz me llama a recordarla, apresarla, asirla por un lacónico instante. Porque hay un momento en que la infancia se acaba, lentamente, en inevitable proceso o de abrupto golpe, de una caída (con seguridad la primera de muchas más) como la copa de vidrio en esta ilustración de Marión Labbé, filósofa de profesión y vocación, dibujante por amor y talento, pues algo o todo del pensamiento Heideggeriano parece expresar la imagen.

Las bolitas en el suelo y emergiendo de la copa en esta ilustración, son un símil de lo extinguido, arrojado, eyectado al mundo como señaló Heidegger. No quiero estar arrojado, quiero seguir buscando en la tierra y protegido por el calor de mi infancia, una bolita de piedra, aquella que mi padre nos contó, enterró cuando también fue niño y yo buscaba anhelante con mi hermano como tesoro escondido, cuando la vida era eso, jugar, imaginar, crear. Con poco de lo material, mas pletórico de cariño. Fui un afortunado.

El filósofo italiano Giorgio Agamben en el capítulo “El país de los juguetes, Reflexiones sobre la historia y el juego” en su libro “Infancia e Historia” señala lo siguiente relacionado a la importancia del juego y los juguetes en nuestra niñez: “ingresando así en otra dimensión del tiempo donde las horas pasan como ‘relámpagos’ y los días no se alternan. Al jugar, el hombre se desprende del tiempo sagrado y lo «olvida» en el tiempo humano”.

Al jugar por un lado detenemos el tiempo, lo congelamos, pero a su vez nuestras tardes pasaban según nuestra sensación de alegría y diversión demasiado rápidas, el día se nos hacía corto y al parecer corría presuroso el tiempo calendario. Recuerdo mi infancia y cada uno de los objetos, incluidas las bolitas que alguna vez ocupé como juguetes, alejado de la tecnología por la época y carente muchas veces de lo económico, la imaginación y la sagacidad de la niñez puso a prueba toda clase de artilugios e historias que acompañadas de la complicidad y creatividad de mis hermanos, hacían de las mañanas y tardes períodos fugaces, pero a la vez inolvidables jornadas de diversión.

Agamben señala en Infancia e Historia que “un vistazo al mundo de los juguetes muestra que los niños, esos ropavejeros de la humanidad, juegan con cualquier antigualla que les caiga en las manos y que el juego conserva así objetos y comportamientos profanos que ya no existen. Todo lo que es viejo, independientemente de su origen sacro, es susceptible de convertirse en juguete. ¿Cuál es entonces la esencia del juguete? El carácter esencial del juguete -en última instancia el único que puede distinguirlo de los demás objetos- es algo singular que solamente puede captarse en la dimensión temporal de un ‘una vez’ y de un ‘ya no más’”

Tiempo fluyendo como un río (Alan Parsons Project, Time)

Aquellas bolitas, piedras, cajas, maderas, zapatos, envases de diversa índole y juguetes viejos, fueron “una vez” parte fundamental de mi historia, construcción de identidad, personalidad y ahora en el “ya no más” siguen emergiendo, pero como recuerdos de un tiempo que sigue fluyendo como un río hacia el mar.

Me recuerdo caminando, acompañado de mis padres innumerables veces, hacia la librería El Portal o los antiguos bazares en mi natal Villa Alemana, donde pedía la apreciada bolsa de bolitas, de todos los tamaños, colores. Desde los difíciles de adquirir bolones o las pequeñas ojitos de gato como me señaló alguna vez mi papá. Aún recuerdo con el vivo, pero tan esquivo a veces frescor de la memoria, el significativo obsequio de navidad que mi vecina (a sabiendas que disfrutábamos con mi hermano de jugar tardes enteras arrodillados en el suelo y ante el lamento de mi madre por ensuciar o romper nuestra ropa) nos hizo llegar ese veinticinco de diciembre de un año ochentero que no recuerdo con precisión.

No logro delimitar el año exacto, pero la escena y el gesto dadivoso de esa mañana a manos de la señora Amanda perduran en mis recuerdos a pesar de su partida hace ya más de dos décadas. ¿El obsequio? Un montón de hermosas pepitas u ojitos de gallo que para mi hermano y yo tenían un valor incalculable. Alguna vez enterré algunas tal cual tesoro pirata y en esa inocencia de niño olvidé con los días donde las había puesto no encontrando nunca más el lugar. Quería guardarlas para siempre, sin embargo solo las dejé libres. In aeternum.

Aquellas aún deben estar varios metros bajo tierra, al igual que las que deposité en el ataúd de mi padre el día de su muerte. Esas bajo la superficie y acompañando los huesos de mi viejo, deben yacer, estar contenidas al igual que las que aún mantengo en mi frasco esperando una mano pequeña para volver a sentirse vivas ya no en un recipiente encerradas, sino rodando por el piso, chocando, entre las risas del niño que fui y que por momentos extraño ser.

Mientras termino estas líneas y suena de fondo «Time» de Alan Parsons Project, pienso que soy, que somos como las bolitas, solo esferas diminutas arrojadas en el universo esperando que nos contengan o nos dejen en completa libertad. Con mi padre, ¿quién sabe si nos volveremos a ver alguna vez? Pero el tiempo sigue fluyendo una y otra vez como un río hacia el mar. Hasta que se vaya para siempre.

Paulo Andrés Carreras Martínez