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Indolencia, deudas y abandono: La vida de un estudiante después de sobrevivir a una agresión homofóbica

Por: Gonzalo Espinoza | Publicado: 01.02.2019
Indolencia, deudas y abandono: La vida de un estudiante después de sobrevivir a una agresión homofóbica Captura de pantalla 2018-11-25 a las 12.37.13 p.m. | Facebook
Los ataques a la comunidad LGBTIQ+ se han vuelto una constante en un país donde se han normalizado los discursos de odio. Durante este año ya se han registrado dos ataques homofóbicos en Porvenir y Laguna Verde con graves consecuencias para las víctimas. Esta es la historia de Diego Torres, un estudiante universitario que terminó con el brazo quebrado después de que cuatro hombres lo golpearan en el Parque Forestal y quien, desde entonces, ha tenido que lidiar con la desidia y la falta de ayuda tras el horror vivido.

Diego Torres (22) caminaba por el Parque Forestal el pasado miércoles 14 de noviembre después de haber compartido con unos amigos. Estaba volviendo a su casa pensando en dormir porque al otro día tenía clases en la universidad Andrés Bello, donde estudiaba Pedagogía en Inglés. Eran casi las dos de la madrugada cuando cuatro tipos lo asaltaron. No tuvo oportunidad de escapar ni de defenderse: los sujetos lo increparon y lo tiraron al suelo. En ese momento, Diego pensaba que se trataba de un simple asalto. Sin embargo, mientras le quitaban sus cosas los hombres comenzaron a ponerse más violentos y empezaron a insultarlo por su orientación sexual.

Luego fue víctima de una brutal golpiza.

“Yo les decía que se calmaran, que les pasaba todas las cosas, que no me pegaran y esto no lo sentí -indica su codo derecho-, te mentiría si te dijera que sentí cuando se me quebró el brazo, pero lo que más recuerdo fue cuando me quebraron la nariz y no fue tan grave porque se soldó sola, no comprometió el tabique. Se me reventó la nariz y era como que me caía agua, era pura sangre. Ahí me dio un impulso y atiné a correr, atiné a levantarme con mucha rabia, no entendía nada, era todo muy confuso”, relata el joven que llegó hace cuatro años a vivir a Santiago desde La Calera.

En ese momento comenzó otra etapa en la vida de Diego. Una por la que no pasan todas las personas, debido a que las agresiones de odio ocurren contra grupos particulares. Son las minorías las que sufren este tipo de ataques que dejan secuelas que, a veces, pueden durar toda la vida.

Moverse hacia todos lados

Después del ataque, Diego no ha parado de moverse. A pesar de haber quedado con el codo destrozado y con su brazo inmóvil, corrió por su vida. Salió del parque y finalmente llegó a Merced, cerca de su casa ubicada en Monjitas con Mac Iver, la cual arrienda y paga con el trabajo que realiza en un local de comida rápida. Al interior había dos amigos que no le creyeron en un comienzo lo que le había pasado. Al llegar se dio cuenta de que no sentía su brazo y que no podía mover los dedos. También se percató de que le habían rajado los short que tenía puestos.

Yo creo que si hubiera sido mina me hubieran violado, o sea, eso está claro porque me toquetearon entero, y puta, después vi el short hecho mierda, roto por todos lados y cuando atiné a correr intentaba afirmarme los pantalones y no podía, no podía hacer ningún movimiento”, cuenta.

Al darse cuenta de su condición, sus amigos lo ayudaron a sacarse el polerón. Ahí vio que tenía el brazo dado vuelta. Llamaron a un Uber y fueron a la Clínica Dávila. En el recinto médico le inmovilizaron el brazo y le pusieron anestesia. Al abrir sus ojos se dio cuenta que tenía un yeso. Al otro día fue a un control y le comunicaron que tenía una fractura muy grave. Su húmero estaba destrozado, al igual que su codo. Los médicos le indicaron que la única manera de curar su brazo era a través de una operación que debía ser realizada en las siguientes tres semanas y que el costo de ésta sería de 6 millones de pesos.

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Desde entonces contrajo una deuda que solo sigue aumentando hasta hoy. Sólo esa atención le había costado $200 mil, monto con el cual vive un mes. Antes del ataque tenía planes de viajar, de celebrar su cumpleaños y tomar algunos talleres de circo. Todo quedó postergado de manera indefinida.

Tras lo ocurrido, Diego no pudo descansar a pesar del dolor. Su madre lo vino a ver desde La Calera y lo acompañó a poner una denuncia ante Carabineros. Una de sus últimas opciones era acudir a la policía, porque sabía de varios casos de personas que habían sido maltratados en la comisaría cuando fueron a poner denuncias por agresiones homosexuales. De todas modos no le prestaron mucha ayuda.

“Al final fueron incompetentes porque no pusieron ataque homofóbico y escribieron robo con violencia y ni siquiera anotaron que me habían destrozado el brazo. Igual desde un principio supe que no iban a pillar a las personas que me hicieron esto”, dice.

Desde ese día comenzó a asimilar las dificultades que se le presentarían en su vida: no podía hacer cosas por sí mismo, como bañarse. Entonces empezó a buscar opciones para operarse.

Primero intentó con el sistema público. Se movilizó hasta el Hospital de Los Andes en bus, con todas las incomodidades que eso significaba en su condición. En aquel recinto médico comenzó a percibir que el yeso que le habían puesto en la Clínica Dávila le provocó un edema por lo cual su brazo comenzó a hincharse. Allí también le indicaron que tenía que operarse de manera urgente. Sin embargo, le dijeron que no le podían confirmar una fecha y que todo el proceso podría tardar hasta dos meses. Por esta razón tuvo que desechar la opción que le hubiera significado ahorrarse varios millones.

Otra de sus paradas fue el Hospital Clínico de la Universidad de Chile, lugar donde le pusieron otro yeso que permitió que su brazo se deshinchara. Ahí pudo empezar a mover sus dedos y notó con alivio que la agresión no había comprometido su nervio. También le informaron que podía ir al Instituto de Seguridad del Trabajo de Viña del Mar, donde el costo de la operación sería menor.

En aquel recinto médico le dijeron que el procedimiento tendría un valor total de 3 millones de pesos. Aunque seguía siendo mucho dinero era la mitad de lo presupuestado. Días después, y casi en la fecha límite de la operación, aceptó el presupuesto después de haber calculado cómo financiarlo a través de rifas y actividades solidarias.

El postoperatorio fue aún más doloroso

La intervención fue más complicada de lo que se pensaba. Los médicos estimaron que el procedimiento duraría una hora y media y, finalmente, se demoraron cuatro horas y media en operarlo.

Diego no durmió en toda la noche: al brazo de la operación, que terminó con 24 puntos, le durmieron un nervio por lo cual no se podía mover y el otro lo tenía con sondas. Al día siguiente comenzó a sentir un dolor incesante en su brazo que paró días después. Recién cuando llegó a su casa asimiló todo lo que le había pasado y entendió que su brazo no volvería a ser el mismo de antes. Ahí lloró pensando en las penurias vividas tras el ataque que cambió el rumbo de su vida.

Sin embargo, en el postoperatorio se enteró de otra mala noticia: le informaron que el médico se había equivocado en un código cuando le hicieron el presupuesto de la operación y que ésta tendría un costo final de $6 millones.

“Casi ya tenía todo listo para poder pagar esa plata y me descompaginó todo, me mandó a la mierda, y ahí hice una denuncia en el Sernac. Ahí te das cuenta que el Sernac no sirve para nada, es una institución pública y es como una paloma mensajera, son mediadores y si la empresa no acepta, no acepta no más”, señala.

La empresa argumentó que el precio que le dieron era referencial. Al atenerse a eso el recinto médico se blindó y no los pudo demandar por la ley del consumidor. Tras esto, puso un reclamo ante la Superintendencia de Salud donde le dijeron que lo podían ayudar, pero que cualquier respuesta la iba obtener en un plazo de un año y medio debido a la sobredemanda de reclamos que tienen.

En ese momento, no sólo había sufrido una agresión homofóbica sino que también comenzó a sufrir la discriminación de clase que viven las personas de nuestro país que no pueden acceder a un sistema de salud digno.

“Eso quiere decir que el sistema de salud en general funciona como el hoyo y que de acuerdo a tu plata es cómo te atienden y las cosas que puedes acceder”, comenta y agrega que “yo creo en lo personal que todo es clase, que todo está dividido de acuerdo en lo que tú tienes y puedes acceder a las cosas de acuerdo a tu plata, entonces estamos en un país donde las personas que tienen mayor nivel socioeconómico pueden acceder a mejor educación, a mejores servicios y mejor salud. Cuando te pasan estas cosas te das cuenta de eso así, tajantemente: que erís pobre y que tenís que esperar, tenís que rebuscártelas”.

Tras esto, Diego tuvo que abonar el dinero que había juntado para hacer una repactación de su deuda y no caer en Dicom.

Cuando se apagan las cámaras todos se van

A pesar de que su brazo ya se puede estirar y sus dedos ya pueden agarrar un celular, Diego sigue con el peso del ataque que vivió encima. Aún necesita pagar su tratamiento kinesiológico y también espera poder tener atención psicológica.

Las deudas que tiene por la operación a la que se sometió han puesto en entredicho su posibilidad de reintegrarse a la universidad a completar sus estudios de pedagogía en inglés. Al igual que muchos estudiantes de nuestro país, Diego ha pagado su educación superior con su trabajo, algunas becas y también con el CAE.

A pesar de buscar ayuda en la Universidad Andrés Bello, la institución sólo se limitó a cerrar sus ramos porque no estaba en condiciones de rendir sus exámenes. Por parte de sus compañeros no recibió ninguna ayuda. Solo un grupo de profesoras logró juntar casi 200 mil pesos que le ayudaron a alivianar un poco el costo de su operación.

Toda esta situación lo ha llevado a pensar que por ahora no puede seguir estudiando. Sin embargo, este no es el único espacio con el cual Diego tiene reparos: según cuenta, desde algunas fundaciones que buscan promover los derechos de la población LGBTIQ+, tampoco le han prestado la ayuda suficiente.

Diego trató de comunicarse con algunas de las agrupaciones más mediáticas de nuestro país y con ambas consiguió resultados que no lo dejaron satisfecho.

A través de un correo electrónico, le explicó su situación a la Fundación Iguales, que sólo se limitó a responderle mediante la misma vía que no podían ayudarlo. Mientras que desde el Movilh lo ayudaron con la difusión de la rifa que está haciendo para recaudar dinero. No obstante, Diego esperaba que desde su comunidad el apoyo fuera mayor debido a que ambas organizaciones tienen recursos.

Sin embargo, otras personas que sufrieron agresiones homofóbicas se contactaron con él y le comentaron que las organizaciones dejaban de prestar ayuda cuando sus casos dejaban de ser mediáticos.

Además de esto, Diego señala que existe un problema de prioridades dentro de estos organismos. Según su visión, la lucha por el matrimonio igualitario y la adopción homoparental es importante, no obstante, hay cuestiones más urgentes como combatir la violencia que recibe la comunidad LGBTIQ+ diariamente en nuestro país.

“Nunca me había pasado nada, esto fue muy primera vez para todo. Nunca me había quebrado un hueso. Nunca había estado hospitalizado. Nunca me habían puesto anestesia. Nunca me habían agredido. Solo lo típico como verbalmente o las violencias que viví en el colegio de cabro chico por ser cola, violencia en el trabajo y cosas así, pero a este nivel no, nunca. Pero puta, en verdad, si analizas, no es casualidad, no es un caso aislado, no es el primero y no va a ser el último, lamentablemente. Durante mi proceso apareció más gente a la que le había pasado lo mismo hace algunos años y vivieron el mismo show, también están endeudados”, señala.

Este año ya se han registrado dos ataques homofóbicos. Uno de ellos ocurrió el pasado 1 de enero en la localidad de Porvenir, lugar donde José David Muñoz (60) fue obligado a sentarse en una tina con agua hirviendo, lo cual le provocó lesiones que lo tienen internado en la ex Posta Central de Santiago. El otro ocurrió en Laguna Verde, donde un joven homosexual fue brutalmente agredido por dos sujetos cuando se encontraba haciendo dedo.

Estos ataques contra la población LGBTIQ+, que muchas veces terminan en asesinatos como el caso de Daniel Zamudio, son la cadena de término de la violencia que se ejerce a diario en contra las minorías, que se ven expuestas de manera constante a este tipo de situaciones.

“Esto te hace pensar que estamos en un retroceso cultural brígido, sobre todo porque hay un ascenso terrible de la derecha, estamos en un gobierno de derecha, hay discursos de odio normalizados como el de Kast, como el de la Marcela Aranda, como el de la Jacqueline van Rysselberghe, del Movimiento Social Patriota, que normalizan este tipo de cosas y se disfrazan de opinión”, cierra.

Nota de Redacción: Actualmente, Diego Torres aún sigue buscando ayuda para financiar su deuda. Si quieres contactarlo puedes hacerlo en su correo Diegoreinaldo.t@gmail.com o también puedes ayudarlo en la Cuenta Rut Banco Estado 19.049.035-1.

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