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Opinión

Aula segura: Disciplina y trivialidad

Por: Adolfo Estrella | Publicado: 05.04.2019
Aula segura: Disciplina y trivialidad lo cotidiano en la escuela |
Una de las expresiones de la crisis de la función socializadora de la escuela, encarnada en la figura del profesor, es la aparición de múltiples enunciadores del discurso didáctico. Ni el sistema educativo, ni la escuela, ni los profesores tienen ahora el monopolio de los conocimientos, saberes, contenidos o como quiera que de denomine a “eso” que circula en los espacios pedagógicos. Tiene, eso sí, el monopolio del currículo, que es el intento de cosificación y estabilización de una realidad “sin sustancia” como es el conocimiento. En la propiedad del currículo y del sistema de evaluación conectado a él, reside el último poder de la escuela y el sistema educativo.

Cuando los eventos del espectáculo mediático pierden presencia es cuando se puede reflexionar sobre ellos. El “aula segura” del Gobierno, es el corolario caricaturesco de la concepción disciplinaria y socializadora de la escuela y la educación aceptada por casi todos. Disciplina para la transmisión, disciplina para la socialización, disciplina para la re-producción. Un hecho absolutamente minoritario, pero con óptima y superficial re-construcción mediática, hizo brotar todas las paranoias institucionales y de clase. Pero el hecho, profundo, sabido, pero no reconocido, es el aburrimiento, el sin sentido, el hastío de los propios cachorros del modelo piramidal, elitista, autoritario y uniformador, que tiene en los liceos “emblemáticos”, valga la redundancia, su emblema.

La indisciplina es una respuesta a la disciplina no a la libertad. La indisciplina no nace en contextos de exceso de libertad y permisividad, de libertinaje dirán algunos, sino precisamente cuando hay carencia de ella. Un modelo pedagógico y de gestión vertical, autoritario, exitista y exigente dentro de sus parámetros, contiene en sí mismo el potencial de la rebeldía nihilista. Hacer más castigador un diseño institucional autoritario lo lleva a su propio colapso.

Pocas ideas como la función socializadora del sistema educativo tienen tanta aceptación:  en pocas ideas convergen con tanta rotundidad viejas y nuevas pedagogías, activas o pasivas, “auto” o “hetero-estructurantes” Coinciden en la atribución de esta función Rousseau, Durkheim, Montessori, Freinet etc. con los actuales conductistas, cognitivistas y constructivistas. La educación, decía Durkheim  “es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre aquella que todavía no han alcanzado el grado de madurez necesario para la vida social. Tiene por objeto suscitar y desarrollar en el niño un cierto número de estados físicos, intelectuales y morales que exigen de él tanto la sociedad política en su conjunto como el medio ambiente específico al que está especialmente destinado”

El sentido habitual de socialización es la de difundir lo dado culturalmente para cumplir con los destinos sociales asignados a cada uno. Existen unos contenidos culturales, se afirma, que es necesario extender a las nuevas generaciones. Y la escuela y el sistema educativo en general, en esta concepción, tienen un papel destacado. Educar es socializar y viceversa. El “triángulo pedagógico” (profesor-alumno-conocimiento) modela y modula la relación de transmisión que concibe al conocimiento como algo “físico”, traspasable, “transmisible”, “cosificable”.

Sobre esta premisa se funda la legitimidad del sistema educativo, de la escuela y de los docentes. Aprender, en la escuela mayoritaria, es entendido principalmente como un proceso de internalización o de introyección. Es un acto que persigue atrapar contenidos que provienen del exterior, ya sea de la cultura, del sistema educativo, del sistema productivo, de la escuela o del profesor, o todo a la vez, e incorporarlos a la mente del aprendiz. Un viaje desde un lugar lleno a otro vacío, desde uno exterior a otro interior donde el agente socializante y los contenidos socializados tienen primacía cognitiva sobre el sujeto socializado. Y donde los contenidos de entrada, después de evaluaciones sucesivas, deben coincidir con los de salida.

Esto lo acerca bastante a lo que en cibernética se llama “sistema trivial” (von Foerster). Una máquina trivial es un sistema sin capacidad de transformación: un sistema mecánico sin contingencia ni historia. Los sistemas triviales responden con el mismo output cuando reciben el mismo input, no modifican su comportamiento con la experiencia, no hay retroalimentación. El sistema no lee, ni mucho menos, interpreta su medio, simplemente actúa. Son sistemas redundantes que no tienen capacidad de decodificación: son “repetitivos”, “obedientes”, “seguros”. El aula hegemónica es un sistema trivial que reproduce, obedientemente, lo mismo a través de la evaluación de lo mismo.  Las evaluaciones estandarizadas garantizan que la trivialidad se mantenga.

Los sistemas no triviales, todos los sistemas vivos, por el contrario, frente a un mismo input pueden dar lugar a diferentes respuestas. Hay una re-codificación y decodificación del estímulo. El campo de los efectos es amplio lo que significa que son más complejos y, por lo tanto, menos predecibles. Son sistemas que tienen más grados de libertad para actuar, son sistemas creadores.  Un aula no trivial, por tanto, es un aula más impredecible, menos obediente, más creadora, más libre, más insegura.

En la actualidad, vivimos la “crisis de la transmisión y el declive de la institución” (Dubet). Junto con otras instituciones, como la familia, la escuela ha perdido “sacralidad” y centralidad como recurso para la socialización y, por lo tanto, para la transmisión.  Y ha perdido, sobre todo, autoridad, tanto interna como externa, es decir, poder. Y esto si bien es un rasgo positivo que podría indicarnos que se ha democratizado, la pérdida de autoridad no ha sido sustituida por “respeto”. En rigor, vivimos un interregno con una escuela autoritaria sin autoridad y sin respeto, lo cual es el peor de los escenarios posibles.

Por otra parte, las fronteras de la escuela se hacen más difusas. Es interferida por las nuevas tecnologías que compiten por la propiedad del saber atribuida antes en exclusividad a ella y a los docentes. Los conocimientos están en todas partes y “es posible aprender en cualquier momento y en cualquier lugar”. La ubicuidad física y temporal de los aprendizajes posibles pone en cuestión a la escuela como propietaria de los conocimientos y de su forma de adquisición.

Una de las expresiones de la crisis de la función socializadora de la escuela, encarnada en la figura del profesor, es la aparición de múltiples enunciadores del discurso didáctico. Ni el sistema educativo, ni la escuela, ni los profesores tienen ahora el monopolio de los conocimientos, saberes, contenidos o como quiera que de denomine a “eso” que circula en los espacios pedagógicos. Tiene, eso sí, el monopolio del currículo, que es el intento de cosificación y estabilización de una realidad “sin sustancia” como es el conocimiento. En la propiedad del currículo y del sistema de evaluación conectado a él, reside el último poder de la escuela y el sistema educativo.

Paralelamente, la escuela avanza en la mercantilización de todos sus recursos y en la transformación de los alumnos en consumidores de grados y de títulos. La escuela como todas las instituciones educativas, es una máquina de producción de diplomas. La escuela es un requisito social, pero no por los saberes que distribuye sino por los grados y categorías sociales que legitima. Lo que la escuela transmite son jerarquías más que saberes.

Sin embargo, a pesar de estas evidencias la escuela sigue autodefiniéndose en su función socializadora y democratizadora y, al mismo tiempo, sigue estando diseñada de acuerdo al modelo de producción industrial. La “lección frontal” continúa dominando y es la que permite la posición “explicadora” del docente que fundamenta el “orden explicador” (Ranciere) a través de la disciplina, obstaculizando metódicamente la interacción horizontal entre los alumnos (no mires, no hables, no copies). La escuela de masas necesita esta forma de organización por sus exigencias de orden vertical y necesidad de un espacio acotado, disciplinado y, por lo tanto, controlable. El “aula segura” es expresión de la crisis del orden vertical disciplinario no del libertinaje escolar.

No obstante, es posible y necesario concebir idea de socialización no como asimilación de lo dado sino como expansión de lo emergente. Como bien afirma Carbonell, paleontólogo de Atapuerca, la evolución humana es efecto de innovaciones socializadas. La creatividad no es nada sino es socializada. Este es un principio antropológico básico. Lo que llamamos socialización lo es de las innovaciones individuales que se transforman en comunes. La especie humana debe su evolución a lo nuevo socializado, es decir, a la extensión de las novedades compartidas y apropiadas por el colectivo. Ha habido una constante “co-evolución” de las innovaciones y la socialización (aprendizaje) de las mismas.

Es posible y necesario concebir al aula como un lugar de producción y de auto-producción: de pensamientos, de discursos, de subjetividades, de sensibilidades, de pasiones, de conocimientos, de crítica. Oponerse al aula como lugar de re-producción, de repetición, de explicación redundante y saturación de sentido. Pensar un aula que no sea el lugar de depósito de saberes transferidos desde su exterior, sin subordinación a ningún sistema externo. Un espacio autónomo y auto-organizado mediante la colaboración entre autodidactas solidarios.

Adolfo Estrella