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Opinión

La controversia comunista

Por: Rodolfo Fortunatti | Publicado: 30.07.2019
La controversia comunista camila 2 | Foto: Agencia Uno
A primera vista parece una disputa generacional desde dos trincheras. Pero, ¿realmente lo es? Cariola y Vallejo frisan en los treinta años de edad. Pertenecen a la generación «Y», generación del milenio o millennials. Por su parte, Jadue y Gutiérrez transitan los cincuenta años, por lo que se adscriben a la generación de los baby boomers, llamados así por haber nacido en las décadas de fuerte incremento de las tasas de natalidad de posguerra en los países anglosajones.

Por cierto, el informe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre Venezuela, no es la anunciación del Arcángel Gabriel. No siendo una revelación venida desde lo alto, es absolutamente opinable, especialmente cuando se reclaman de él antecedentes relacionados con la presión ilegítima del gobierno de Donald Trump y la vulneración del derecho internacional practicado por la OEA, al mando de Luis Almagro, y por los países miembros del Grupo de Lima, encabezados por el Gobierno de Chile.

Que el alcalde Daniel Jadue eche de menos estos datos en el relato ofrecido por el organismo internacional, es una opinión legítima y razonable. El problema comienza cuando el edil comunista cae en el argumento ad hominem de desacreditar el contenido del informe atacando a Michelle Bachelet, la responsable del mismo, al imputarle el haber guardado silencio acerca de intentos de golpe contra el chavismo que ella habría apoyado.

Jadue se disculpó personalmente con la Alta Comisionada, pero dejó abierto un debate público en el seno de su partido ―centenaria colectividad política caracterizada por su proverbial estructura monolítica de centralismo democrático— sobre la necesidad de actualizar la teoría y práctica de los comunistas.

Quienes fijaron el contraste con los dichos del candidato presidencial in pectore, fueron las diputadas Camila Vallejo y Karol Cariola. Mientras la expresidenta de la FECH postuló la trasformación permanente como sello de la identidad comunista, la obstetra propugnó la renovación ideológica del partido. Ya no se trataba de un posicionamiento coyuntural frente a Venezuela y a Bachelet, sino de una nueva visión y misión partidaria. Propuesta, de suyo audaz, que habría de despertar reacciones inmediatas. Y que, por supuesto, las tuvo. La del diputado Hugo Gutiérrez no se hizo esperar. El parlamentario reivindicó el congreso del partido como la instancia máxima, deliberante y resolutiva para abordar los cambios en las matrices política e ideológica de la tienda fundada por Luis Emilio Recabarren. Pero el xxvi Congreso Nacional del Partido Comunista de Chile debería efectuarse el próximo año, inaugurando la tercera década del siglo, de modo que la exhortación de las jóvenes parlamentarias habría sido pertinente y oportuna a la vez.

La identidad, una convención entre generaciones

A primera vista parece una disputa generacional desde dos trincheras. Pero, ¿realmente lo es? Cariola y Vallejo frisan en los treinta años de edad. Pertenecen a la generación «Y», generación del milenio o millennials. Por su parte, Jadue y Gutiérrez transitan los cincuenta años, por lo que se adscriben a la generación de los baby boomers, llamados así por haber nacido en las décadas de fuerte incremento de las tasas de natalidad de posguerra en los países anglosajones.

Sin embargo, así como se distingue a baby boomers y millennials como cohortes demográficas y culturales, se pueden destacar otras dos categorías tanto o más gravitantes políticamente que las mencionadas. Está la generación «Z», los centennials, que son los jóvenes menores de 23 años sucesores de los millennials. Y está la generación «X», acaso la más numerosa de la militancia comunista, que se extiende desde los 37 años de edad y hasta los 51, situándose en la línea del tiempo entre los baby boomers y los millennials. A ella pertenecen los diputados Daniel Núñez y Boris Barrera.

Naturalmente los perfiles identitarios de todos estos segmentos son tan diversos como conflictivos pueden llegar a ser sus intereses, resistiéndose, en consecuencia, a ser encasillados en términos binarios. Son identidades en sí, no identidades para sí, por lo que, aunque revelen intereses comunes no necesariamente se movilizan para maximizarlos. Por eso, ninguna generación está en condiciones de imponer la suya como la identidad del partido sin arriesgar la exclusión de las otras identidades. No nos equivocaríamos al sostener que la identidad política de un partido secular y doctrinario como el comunista, es una memoria intergeneracional emanada del consenso entre las distintas edades que concurren a su construcción y contribuyen a su reproducción. Esta identidad es el cemento que mantiene cohesionadas en una misma organización a personas con distintas herencias culturales, con el mérito adicional de hacerlo en una época signada por la fragmentación social y los miedos intangibles.

El Grupo de Diarios de América, GDA, determinado a conquistar para sus mandantes a las futuras audiencias, realizó 4.447 sondeos digitales en once países latinoamericanos a una muestra de población compuesta en sus dos terceras partes por millennials y centennials.

La encuesta reveló que los principales valores éticos de los jóvenes menores de 37 años —las generaciones «Y» y «Z»— son el respeto, la honestidad, la familia y la libertad. Los centennials se muestran más proclives que los millennials a la solidaridad, la justicia, la participación y la libertad.

Las principales preocupaciones políticas de ambos son la corrupción gubernamental, los daños al medio ambiente, las violaciones de los derechos humanos, el desempleo y la escasez de agua. Entre los centennials priman miedos intangibles tales como el futuro de la humanidad, la violencia urbana y la falta de oportunidades de estudio.

En cuanto a su posicionamiento político en la recta numérica que va de izquierda a derecha, la mayoría se reconoce en la centro-izquierda. En el caso de los millennials, más del 66 por ciento opta por posiciones de centro y de izquierda; en el de los centennials, sobre el 76 por ciento elige estas ubicaciones, cifra que se explica por la mayor adscripción de los menores de 23 años al centro político. Pero ninguno de los dos segmentos cree en los partidos políticos, aun cuando este rechazo es más pronunciado en los millennials que en los centennials.

Fragmentación social y etos común

Visto así, el mayor desafío de los comunistas no está en la lucha contra el sustrato espiritual que anida en la conciencia política de las generaciones emergentes, pues las motivaciones de estas sobre expectativas de derechos, por ejemplo, bien pueden ser coincidentes con el testimonio de la decana Carmen Hertz y con su inagotable combate en contra del negacionismo ur-fascista.

El reto más importante de los comunistas consiste en vencer la desconfianza de las jóvenes generaciones hacia los partidos políticos. Y es su pelea más crucial precisamente porque la desconfianza surge de la incapacidad observada en las colectividades políticas para convertir las identidades en sí en voluntades para sí; de transformar en masa crítica activa la opinión pública mayoritaria que, como hemos visto, adhiere a los valores de libertad, justicia y solidaridad.

La fragmentación del tejido asociativo y el desarraigo vulneran las identidades colectivas, pero no al extremo de barrer con el etos que da sentido a la vida de las personas y comunidades. Ello porque el ser humano es primero un ser social y político.

En los dominios del liberalismo los individuos podrán elegir muchas cosas, pero no todas. No la sociedad en que nacemos, no el lenguaje que se nos transmite, no la tierra común que nos arraiga y que escribe sus voces en nuestra memoria. Aquí, en esta constelación de creencias, valores y técnicas que moldean el carácter de nuestros pueblos y naciones, radican las extraordinarias posibilidades de una obra común.

La movilidad geográfica provoca dramas humanitarios, como el que acompaña a la inmigración venezolana, pero también vigoriza los lazos de solidaridad entre los pueblos. La movilidad social genera nuevos estamentos y jerarquías sociales, eufemísticamente llamados «clases medias», en los momentos que se extinguen las antiguas clases obreras y campesinas en función de cuya emancipación se formaron los grandes partidos ideológicos. La movilidad de las parejas da origen a una nueva y compleja economía del cuidado y a nuevas instituciones que regulan la cooperación entre los hogares y las comunidades locales. La movilidad política amenaza con la inestabilidad y la ingobernabilidad, pero insta a los partidos y movimientos a hacerles frente mediante la búsqueda de acuerdos y la construcción de alternativas mayoritarias. Por fin, la movilidad tecnológica abre brechas de saberes, dominios y destrezas entre generaciones, pero facilita las comunicaciones, el acceso a la información y el mejor ejercicio de la libertad de expresión.

La disciplina política y la cohesión social son compatibles con la diversificación de las tradiciones y costumbres, así como con el pluralismo democrático, a condición de no abandonarse al relativismo moral y al eclecticismo ideológico que todo lo toleran.

Rodolfo Fortunatti