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Opinión

La cámara de gas

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 23.08.2019
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Desde los primeros tiempos, seguramente, el fuego no expresaba mas que un candor mítico en el que se escondían sacrificialmente los ancestros. Pero cuando el fuego fue usado para la batalla y entonces, la quema de aldeas consumó la victoria, éste no sólo se convirtió en técnica, sino que los homínidos mutaron en guerreros, especializando su función y precisando los usos del esplendor fueguino. Guerra, sacrificio y fuego opera como la combinación perfecta con la que hoy Bolsonaro ha dado impunidad para que las grandes corporaciones forestales y agrícolas puedan quemar el Amazonas.

1.- El mundo ha devenido una cámara de gas. La contaminación ha excedido todo cálculo, los polos se derriten todos los días, los bosques y selvas que producen la atmósfera del planeta retroceden.

La desertificación ya no avanza, sino que está consumada. La polución atmosférica es trasnacional, ya no se disemina en el aire, sino que se asienta en las nieves cordilleranas, en la acidez del mar, en los pulmones de los miles de animales que viven bajo su cobijo. Si la cámara de gas fue el dispositivo nazi por el que se exterminaron a miles de judíos, gitanos, comunistas y tantos otros “parásitos” considerados por los nazis, hoy día, la constatación brutal es que, lejos de constituir un hecho del pasado, el entero planeta tierra parece estar convirtiéndose en una cámara de gas y todos nosotros, lo queramos o no, estamos en ella.

Nada hay fuera de ella. Incluso sus verdugos, están dentro y morirán con nosotros. Pero, el que el mundo haya podido devenir cámara de gas no ha sido algo “natural”, pero tampoco “humano”: no se trata de una fase entre otras del ciclo natural que experimenta la tierra como niegan los nuevos fascistas; pero tampoco ocurre que estamos en presencia de ese proceso tan dúctil y bien intencionado, el “antropoceno”. No se trata de la “naturaleza” ni tampoco del “hombre”. Se trata de todo un modo de producción del mundo en el que ha sido arrasado por la implacable dictadura del capital.

2.- En uno de sus tantos libros, el jurista Carl Schmitt distinguía entre los diferentes elementos que articulaban determinadas “épocas” cuya característica será su capacidad de “apropiación originaria del espacio”, su nómos. Según Schmitt, desde la prevalencia del imperio romano al imperio español se habría puesto a punto un nómos que remitía a la “tierra” como su elemento decisivo. Pero el imperio británico implicará el paso del nómos terrestre al “marítimo”. Hacia el final de Tierra y Mar Schmitt termina preguntándose acerca de cuál será el nómos venidero: ¿será el aire o el fuego? Y entonces, a propósito de la producción incondicionada de bombas y la incipiente carrera espacial, Schmitt deja entrever la posibilidad que la época perfile el nómos del fuego como el destino futuro de una humanidad envuelta en el desenfreno técnico.

Sin embargo, ¿y si todo fuera distinto? ¿Si aún estuviéramos al interior del nómos del fuego o que este último sea el mismo que el de la tierra y que desde hace miles de años cuando un tipo de homo sapiens (algunos le llamarán “indoeuropeo”) descubrió que el fuego podía constituir un instrumento de una guerra orientada a la conquista territorial? No se trata del fuego en sí mismo como elemento, sino de su trama con un tipo de guerra de conquista que funcionó como paradigma, gracias a la violencia sacrificial que ponía en juego: la guerra de conquista termina por profesionalizar a un conjunto preciso de la sociedad concibiéndoles como militares, el dispositivo sacrificial constituye el dispositivo técnico necesario para salvaguardar el orden frente a la posible disensión interna.

La guerra responde a una lógica sacrificial y el sacrificio, a su vez, no puede sino articularse en función de la posibilidad siempre presente de la guerra. La trama que hace que la guerra de conquista necesariamente sea parte de la violencia sacrificial es su capacidad de muerte. El sacrificio es el dispositivo que dispone a la muerte a todos los ciudadanos: sea que Platón o Aristóteles subrayen la necesidad que en una pólis articulada en función de la “amistad” todo ciudadano esté necesariamente dispuesto a sacrificarse por la comunidad, o que, en la época contemporánea, los gobernantes no dejen de repetir la necesidad de “sacrificarse” para satisfacer las prerrogativas neoliberales de las grandes instituciones supranacionales que ejercen su terrorismo al introducir sus políticas de “ajuste estructural”, las enormes transformaciones parecen haber dejado intacto, sino potenciado, al dispositivo sacrificial en cuyo núcleo se aloja el fuego.

3.- Jamás hemos salido del nómos del fuego. El ha terminado dominando otros posibles nómos. El fuego quema, y seca los campos. Deja al enemigo inane y permite la cocción de la carne animal por la que los guerreros celebran el triunfo o la derrota. La banda de guerreros se reúne alrededor del fuego, en la escena sacrificial en la que han dado muerte a algunos, recuerdan a otros y comen eventualmente al animal (o a los hombres en los casos del canibalismo) que ha ofrecido su vida para restituir el orden de la comunidad. En esa comida se articula la forma actual de “masculinidad” en la que los guerreros se vuelven una manada que comparte el secreto de la muerte.

El fuego es el elemento sacrificial por excelencia. Con él conquistamos la tierra, y hacemos arder la atmósfera. De los cuatro elementos, el elemento propiamente fascista es el fuego. Quema de libros, quema de seres humanos, quema de bosques. El fuego aparece de diversas formas. Pero en todas trama la sequedad del mundo, impulsa su desertificación a gran escala. Desde los primeros tiempos, seguramente, el fuego no expresaba mas que un candor mítico en el que se escondían sacrificialmente los ancestros.

Pero cuando el fuego fue usado para la batalla y entonces, la quema de aldeas consumó la victoria, éste no sólo se convirtió en técnica, sino que los homínidos mutaron en guerreros, especializando su función y precisando los usos del esplendor fueguino. Guerra, sacrificio y fuego opera como la combinación perfecta con la que hoy Bolsonaro ha dado impunidad para que las grandes corporaciones forestales y agrícolas puedan quemar el Amazonas.

No se trata de la antigua guerra, pero si de la forma contemporánea catalizada por el despliegue del capital. Es el capital el que quema nuestros campos, nuestros bosques, nuestros libros, nuestras selvas. Es el capital el poder que encuentra en el fuego su motor más decisivo, al antiguo mito por el que no deja de alimentarse.

Si el fascismo neoliberal no es más que la emergencia del poder de muerte en formas diferenciadas de aplicación de estados de excepción en diversos niveles y modulaciones dispuestos a aceitar las condiciones para el despliegue incondicionado del capital (la guerra de nuestro tiempo), su motor mítico sigue siendo el fuego y su política más precisa, el exterminio. Sólo en esta perspectiva el nómos fueguino, aquél que no puede dejar de arder en el mar, en el aire, en la tierra, parece haber entrado en una fase de consumación tal, por medio de la cual, el mundo parece haber devenido una verdadera cámara de gas.

Rodrigo Karmy Bolton