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Dos disparos, una huelga y un muerto: Crónica de octubre

Por: Diego Alonso Bravo C. | Publicado: 11.10.2019
Dos disparos, una huelga y un muerto: Crónica de octubre Foto: Víctor Gómez. | Foto: Víctor Gómez.
Se escucha un disparo. El primero. Después otro. El que manejaba el auto sangra, cae. Los otros tres se acercan, lo auxilian. El de gris, el del carro de pescado, el de la derecha en la cintura huye. Los otros vuelven al auto. Rápido. El resto, los testigos, no entienden nada. Yo tampoco. Pienso en mi mujer, en mi hija, en la fortuna de haberlas dejado en la escuela minutos antes, en la suerte de no tener cerca a la gente que amas. Al menos aquí, así.

El semáforo está en rojo. En la radio suena el noticiario. Hablan de seguridad, o inseguridad para ser precisos: del descontrol de los narcos, de bebes muertos por balas locas. Son las 07:51 cuando lo veo cruzar frente a mi auto. Ropa gris, ojos alerta, boca un poco apretada. Da pasos rápidos, seguros. Sabe que lo miro, vio mis manos en el volante. Si las moviera, él lo notaría. Y sacaría la mano derecha que tiene escondida en la cintura, empuñando algo.

Entrar en la feria que se está instalando. El semáforo sigue en rojo. Es uno de esos momentos donde ocurre todo en menos tiempo del que realmente pasó. Lo sigo con la mirada. Pasa por detrás del enlatado carro de pescados y mariscos. De pronto un jeep blanco aparece como siguiéndolo. Arriba, cuatro personas. Se cruza contra el tránsito, como si no midiera su velocidad. Se bajan y lo buscan. Se escucha un disparo. El primero. Después otro. El que manejaba el auto sangra, cae. Los otros tres se acercan, lo auxilian. El de gris, el del carro de pescado, el de la derecha en la cintura huye. Los otros vuelven al auto. Rápido. El resto, los testigos, no entienden nada. Yo tampoco.

Pienso en mi mujer, en mi hija, en la fortuna de haberlas dejado en la escuela minutos antes, en la suerte de no tener cerca a la gente que amas. Al menos aquí, así.

El semáforo da el verde y estaciono. Qué hago. Qué-mierda-hago. En la radio no sueltan al bebé muerto. Y caigo en la cuenta: estoy aquí, justo aquí, a metros de la bala que lo mató. Les escribo a los del noticiario, al editor a cargo, mi amigo. Le cuento del hombre, de la mano en la cintura, del jeep, de las dos balas, del herido. Describir, detallar, precisar; así se piensa en radio. Prendo las luces intermitentes, apago el motor. Me bajo, me acerco. Tomo fotos y las envío. La huella de sangre, los susurros que intensifican lo que pasó. Es una feria y no hay gritos. Veo las luces rojas, verdes. Es una patrulla. Un oficial llega, otro queda frente al volante. Hace dos, tres preguntas, y vuelve al auto. Se van. Ningún testigo entregó mucha información. Nadie entiende nada. ¿Cuántos? ¿Dos, tres minutos?

Se acerca un anciano. Me pide monedas, dice que es para comprar el pan, que vive en la calle. Me vio periodista. Su voz es calma. Los disparos no lo alteraron. Se ve acostumbrado. Dice: “Yo vi todo, amigo”. Me callo, lo escucho: “Pero eso no le importa a nadie”.

Vuelvo al auto. Subo el volumen de la radio. Escucho atento. Siguen las noticias. Alguien debería decir algo. Pienso en un ajuste de cuentas, en una disputa entre narcos, en un robo; en algo de eso que hablaban cuando todo esto empezó.

Nada.

Llego a la oficina y me escribe mi amigo editor. Sabe más. Fue un portonazo, dice. Dos asaltantes. Las víctimas encontraron a uno. Lo golpearon. El otro huyó hasta la feria, hasta el carro, hasta los disparos. El herido murió.

Después del trabajo le cuento a mi mujer lo que vi. Le hablo de la ropa gris, de la mano en la cintura, del carro y los dos disparos; del rastro de sangre, las fotos, el muerto. Le digo que fue cerca de lo del bebé y la bala loca. Le explico que quise llamar a la radio, haber despachado así, detallando, precisando, describiendo. Pero no. No lo hice porque no quise, porque los periodistas de esa radio están en huelga y por más valiosa y vivencial que fuera la información, nunca dejaría de solidarizar con su justa movilización laboral.

Es el segundo viernes de octubre. Pienso en los colores de Santiago, más allá del gris del cielo.

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