Avisos Legales
Opinión

«Cosas de hombres»: Ver o no ver

Por: Jorge Morales | Publicado: 17.01.2020
«Cosas de hombres»: Ver o no ver hombres |
Gabriela Sobarzo fue una de sus colaboradoras más cercanas, mucho más que Marcial Tagle, protagonista de «Cosas de hombres», al que se reprochó en la misma declaración por una funesta entrevista a La Tercera donde el actor, con una lealtad que bordea la ceguera o la insensatez, «confundió» errores con delitos como si Nicolás López estuviera –metafóricamente hablando- acusado de una infracción de tránsito y no de manejar borracho. En todo caso, el verdadero debate sobre esta situación es otro. ¿Es legítimo censurar una película por la conducta de su autor?

«Es una burla y una demostración de la impunidad con la que los abusadores se desenvuelven en nuestro país, lo que se suma a un sistema judicial deficiente en estos casos, que re victimiza a las denunciantes y no contempla en absoluto la naturaleza del delito» declaró hace algunos días la Red de Actrices Chilenas (RACH) rechazando el estreno de «Cosas de hombres», de Gabriela Sobarzo, un remake de «Hazlo como hombre», uno de los últimos taquillazos del director Nicolás López en México antes de ser acusado de abusos sexuales. La declaración incluso apuntó que frente al particular estado del país, Chile «NO necesita una película ideada por López en los cines, lo que se necesita es que se acabe con la violencia contra la mujer que ejercen hombres sentados en sus privilegios».

Vistas las exitosas cifras de público de «Cosas de hombres», el rechazo de la organización de actrices chilenas, no tuvo ningún efecto. Con algo de malicia, desde la misma producción de la cinta aprovecharon de destacar subrepticiamente que ocurrió lo contrario: Cosas-de-hombres-es-la-película-más-vista-de-la-historia-del-cine-chileno-dirigida-por-una-mujer-en-su-primer-día. Un récord que hay que leer sin respirar y que, aun siendo cierto, es bastante rebuscado. En ese mismo comunicado, su directora Gabriela Sobarzo aprovechó de revelar el menosprecio que sufrió por encabezar la película, diciendo que se dudó de que ella estuviera realmente a cargo de la misma. Buscar la solidaridad femenina, acusando una cierta discriminación por ser mujer, resulta una estrategia temeraria y desvergonzada dadas las particulares circunstancias que originaron este proyecto. Lo que en realidad se juzgó no fue el rol de Sobarzo sino precisamente lo que motivó la impugnación de las actrices: la omnipresente figura de Nicolás López en la génesis de la película. Curiosamente, aunque su participación en la cinta se trataba de un hecho conocido y público, los productores deliberada e hipócritamente han intentado desligarse de su deshonrosa presencia, borrando incluso su nombre de los créditos. Una tarea imposible cuando «Cosas de hombres» fue concebida y producida en principio en Sobras, su desaparecida productora, basada en una comedia dirigida por él y escrita en conjunto con el guionista Guillermo Amoedo, cuyo intachable prontuario sexual-judicial le permitió conservar en solitario su autoría en los créditos.

Pero ¿por qué no prendió el rechazo? Porque, en estricto rigor, la única acción directa que se ejerció contra la película fue esa tibia declaración perdida en la noche de los tiempos. Una embestida demasiado débil contra la millonaria campaña publicitaria de un film estrenado con más de 60 copias en todo Chile. No hubo manifestaciones para interrumpir o perturbar el estreno, ni llamados masivos a boicotearla, ni sabotajes al estilo ACES contra la PSU, ni siquiera una performance de LASTESIS en alguna de las multisalas. Sólo se hizo este «téngase presente» que tuvo una escasa repercusión pública y mediática. La única explicación posible para la frialdad de la maniobra pareció obedecer a que la película está dirigida por una mujer. Digamos, era una paradoja difícil de resolver que para atacar a López había que pasar por encima de una realizadora. Pero declaraciones más declaraciones menos, Gabriela Sobarzo fue una de sus colaboradoras más cercanas, mucho más que Marcial Tagle, protagonista de «Cosas de hombres», al que se reprochó en la misma declaración por una funesta entrevista a La Tercera donde el actor, con una lealtad que bordea la ceguera o la insensatez, «confundió» errores con delitos como si Nicolás López estuviera –metafóricamente hablando- acusado de una infracción de tránsito y no de manejar borracho. En todo caso, el verdadero debate sobre esta situación es otro. ¿Es legítimo censurar una película por la conducta de su autor?

Hay tantos ejemplos paradigmáticos, pero hace sólo un par de meses en Francia se vivió un dilema similar. La actriz y fotógrafa francesa Valentine Monnier acusó al director Roman Polanski de haberla violado en 1976 cuando tenía 18 años. Sus declaraciones coincidieron con el estreno en Francia de «J’accuse», la última película del cineasta polaco, lo que provocó una conmoción significativa en los días de su lanzamiento. Como se sabe, Polanski es, desde hace muchos años, prófugo de la justicia norteamericana por la violación de una menor de 13 años que, sin embargo, se resolvió extrajudicialmente tras un acuerdo económico. Asimismo, otras mujeres, en el transcurso del tiempo, lo han acusado de abusos, la mayoría por hechos ocurridos durante la década del 70. Aunque ninguna de estas acusaciones ha prosperado por distintos motivos, Polanski ha vivido bajo la sombra de esa sospecha que, sin embargo, no le ha impedido seguir filmando.

La polémica de «J’accuse» ya había tenido un precedente en el festival de Venecia donde la cineasta argentina Lucrecia Martel, presidenta del jurado en la última versión, se negó a asistir a la gala de la película (que participaba en la competencia oficial) como un gesto de solidaridad hacia las víctimas. Sin embargo, Martel, que posteriormente vio y elogió el film, no pudo impedir que «J’accuse» fuera una de las grandes vencedoras del certamen italiano, obteniendo el Gran Premio del Jurado (el segundo en importancia del festival) y el premio de la crítica.

La historia de «J’accuse» tiene, además, una particular trascendencia en la historia de Francia. A fines del siglo XIX, Alfred Dreyfus, un destacado militar judío francés, fue acusado y sentenciado falsamente de traición. J’accuse (Yo acuso) es el título de un largo artículo en su defensa que el célebre escritor Émile Zola publicó en un diario para desenmascarar la confabulación, un infundio cometido por el furioso antisemitismo que empezaba a propagarse en Europa, y que provocó una aguda crisis política que desestabilizó al Estado francés. La película está enfocada sobre todo en la investigación del coronel Georges Picquart (Jean Dujardin, conocido en Chile por su papel protagónico en «El artista») que descubre el complot, y pese a desdeñar a los judíos y no tener empatía alguna con Dreyfus, hace lo imposible por liberarlo, por algo –dicho sea de paso- que el ejército chileno suele ignorar: el honor militar. Condenado a cadena perpetua, Dreyfus pasó una larga temporada prisionero en durísimas condiciones en la Isla del Diablo (la recordada cárcel de «Papillon» en la Guayana francesa), y Picquart sufrió una encarnizada persecución por haber revelado la verdad que culminó con su destitución militar. Ambos, sin embargo, posteriormente fueron reivindicados y reintegrados al ejército.

Naturalmente, se pensó que Polanski –que nunca ha reconocido ningún abuso- ocupaba «J’accuse» como una plataforma para declamar su inocencia, y si bien reconoció estar «familiarizado con muchos de los trabajos del aparato de persecución que se muestra en la película, y eso me ha inspirado claramente», el caso Dreyfus tiene tantas particularidades históricas, que resulta infructuoso intentar ver paralelismos entre lo que fue una crisis institucional y el escándalo público de una celebridad.

A diferencia de la red de actrices chilenas, el movimiento feminista francés se manifestó con fuerza en contra de la película. Hubo grupos de manifestantes que se presentaron frente a algunas salas de exhibición, obligando a cancelar al menos dos funciones –incluida una avant-première-, y la distribuidora del film debió suspender la mayoría de las actividades promocionales, entre ellas, varias entrevistas a los actores que se vieron salpicados por la controversia. Incluso los ministros de gobierno fueron conminados por la prensa a pronunciarse sobre si verían o no la película, y donde destacó la negativa del ministro de Cultura, Franck Riester, que dijo «el talento no es una circunstancia atenuante. El genio no es garantía de impunidad».

El tema es espinoso y está lleno de matices, pero el ministro Riester, se equivocó. Nadie ha dicho, ni nadie podría decir, que la maestría cinematográfica de Polanski le excusa de sus conductas, ni que ésta atenúa o lo exculpa de sus delitos. De la misma manera que la nulidad artística de Nicolás López no puede ni debiera agravar sus abusos sexuales. La filmografía de López es un crimen a la inteligencia y la belleza, pero –hasta ahora- la ineptitud y el mal gusto no tienen sanción penal. Desde luego el asunto se complejiza porque ha sido justamente en ese ambiente, y por su potestad como directores, que pudieron manipular y abusar de sus víctimas. Sin embargo, ese poder no es privativo del cine sino de cualquier profesión u oficio donde existan influencias y jerarquías.

Pero, ¿existe complicidad con el criminal (o presunto criminal) por apreciar –leer, escuchar o mirar- algunas de sus obras? Desde luego que no, porque es perfectamente posible separar la obra del artista, juzgar (admirar o despreciar) su trabajo y repudiar sus actos. Si sus conductas pueden iluminar sus obras, es otro cosa, pero las creaciones valen según sus méritos y no sobre la calidad moral de quién las hizo. Establecer cualquier tipo de censura no sólo perjudica al autor, perjudica también al conjunto de la sociedad que se privará de formarse su propio juicio, obligando además a establecer límites y reglas donde debe primar la libertad y la autonomía. Si impidiéramos que una película ideada por López se exhibiera porque es lesiva (por su mera existencia) contra las mujeres que fueron abusadas por él, todo el mundo se sentiría con el derecho de censurar cualquier película que ofenda su sensibilidad, sea cual sea, esa sensibilidad. Basta recordar el patético episodio de «La última tentación de Cristo», de Martin Scorsese, que se censuró en Chile por afrentar la fe de los creyentes y la honra del mismísimo Jesús de Nazaret.

No es incompatible decir (y lo digo) que «J’accuse» es una estupenda película, filmada con elegancia y sobriedad, dirigida por un extraordinario director que es, parece, o fue un depredador sexual, y que sería un acto total de justicia que finalmente sea juzgado por los delitos que se le imputan. Y no me cabe duda tampoco que las personas que deseen manifestarse en contra de todas y cada una de sus películas –varias de ellas, obras maestras- tienen el legítimo derecho a hacerlo. Lo mismo pasa con «Cosas de hombres» y Nicolás López. El público tiene el derecho de perder su valioso tiempo viendo sus payasadas, como quiénes se oponen a López, a manifestarse cada vez que se exhiban todos los bodrios que ideó, filmó o produjo. La justicia o la búsqueda de justicia no puede ser excusa para limitar nuestra libertad de expresarnos o de ser testigos de la expresión de otros, aunque ofenda, aunque duela.

Jorge Morales