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Opinión

Grandes empresarios, buenas personas                    

Por: Jorge Arrate | Publicado: 28.04.2020
Grandes empresarios, buenas personas                     | Foto: Agencia Uno
Por desgracia, el actual gobierno está satisfecho con la esplendorosa liberalidad empresarial en vez de fortalecer las opacas políticas tributarias. Incluso en la perspectiva de derecha que anima a nuestros gobernantes un impuesto transitorio a la riqueza sería lo menos que debieran haber propiciado. Pero no: se descarga el peso de los efectos sociales de la pandemia en los que trabajan y eso genera el territorio apto para que la clase de los grandes propietarios y empleadores pueda destacarse por sus buenos sentimientos.

Con “absoluto hermetismo”, según informa la revista Capital, un grupo de grandes empresarios se propone crear una red para abastecer de alimentos a familias vunerables. Prevén que, como consecuencia del COVID —más bien de las políticas con que el gobierno enfrenta sus efectos económicos y sociales— las próximas etapas significarán hambre y luego sobrevivencia y búsqueda de empleo.

El gran empresariado generó con éxito un Fondo Privado de Emergencia que ya ha superado su meta inicial y efectuado un aporte en el ámbito sanitario. Se trata ahora de colaborar en otras esferas donde las necesidades sean apremiantes.

Sería absurdo criticar los esfuerzos privados por contribuir a los requerimientos de la compleja coyuntura actual. Entre un 1% de ricos y super ricos que se mantengan indiferentes frente al drama social de Chile y un 1% de ricos y super ricos que se involucren para morigerar la injusticia social imperante, prefiero estos últimos.

Pero, el punto no es cuestionar la mayor o menor bondad y ánimo solidario de los donantes de este tipo de emprendimientos. El tema es que hay distintas formas de materializar la solidaridad. Una es la propuesta por el gran empresariado chileno, otra es que cada uno aporte a la sociedad pagando impuestos justos que contribuyan a disminuir las diferencias sociales mediante transferencias de bienes, servicios o dinero, a los sectores menos favorecidos por nuestra desigual distribución de ingresos. La fórmula empresarial es voluntaria, significa poder para los que donan y tiende a convertir en dependientes a los que reciben. La segunda es obligatoria, los aportes son en la práctica anónimos y, si las políticas públicas están bien orientadas y diseñadas, permite establecer o fortalecer derechos sociales de los que es titular cada ciudadano por el solo hecho de serlo. Por desgracia, el actual gobierno está satisfecho con la esplendorosa liberalidad empresarial en vez de fortalecer las opacas políticas tributarias. Incluso en la perspectiva de derecha que anima a nuestros gobernantes un impuesto transitorio a la riqueza sería lo menos que debieran haber propiciado. Pero no: se descarga el peso de los efectos sociales de la pandemia en los que trabajan y eso genera el territorio apto para que la clase de los grandes propietarios y empleadores pueda destacarse por sus buenos sentimientos. Al mismo tiempo se ignoran las propuestas serias y fundadas de un Ingreso Básico, al menos por un período, para todos los ciudadanos por igual.

Pero esto no es todo. La información de Capital cita a uno de los gestores de la iniciativa: “Queremos generar algún tipo de vínculo, de relación con las familias, o personas individuales, a las que lleguemos”. Y agrega: “Tal vez es más efectivo y rápido un gift card, pero lo que buscamos es crear un lazo…”

A lo mejor soy demasiado mal pensado si pregunto: ¿de qué tipo?

Jorge Arrate