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Opinión

Joaquín, el pragmático

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 02.05.2020
Y es que, para Lavín, las emociones ciudadanas importan más que las deudas ideológicas. Por lo mismo es que su estilo aparece como el preferido, en este presente donde los puntos cardinales de la política asoman veteranos haciendo señas desde los cuarteles de invierno del siglo XX.

El jueves pasado Joaquín Lavín aparecía en la entrada del mall Apumanque de Las Condes aplaudiendo su reapertura, casi a la misma hora que el ministro Mañalich detallaba la peor jornada del coronavirus en el país. Junto al alcalde, cientos de personas hacían fila esperando acceder al emblemático centro comercial.

Sin embargo, este  viernes 1 de mayo y a través de su cuenta de twitter, el mismo alcalde anunciaba la cancelación de este denominado “plan piloto” de reapertura, argumentando que se debía al aumento de casos por coronavirus en Chile.

Entonces, la pregunta viene de cajón: ¿por qué un hábil político como Lavín se arriesga a abrir un mall en medio de la pandemia y al día siguiente confirma su cierre?

Antes de hacernos cargo de esta pregunta (que intentaremos responder desde la frialdad de la razón y no desde el afiebrado mundo de las redes sociales) habría que hacer un repaso por la trayectoria de Joaquín y, además, considerar el pulso de la actual “calle”, por supuesto, recurriendo al instrumento preferido por el alcalde de Las Condes a la hora de asumir cada una de sus cruzadas: las encuestas.

Luego del asesinato de Jaime Guzmán, la UDI adquiere una mística y disciplina ideológica, solo comparable con movimientos religiosos del medio oriente y partidos políticos influenciados por los diarios de Gramsci; la fórmula del gremialismo era disputar territorios, cultura y economía desde un pragmatismo similar al de la China comunista, cuando estos se propusieron cazar al ratón sin importar el color del gato.

Entonces, en un ensayo de 155 páginas, publicado por la DINACOS e impreso en los talleres del diario La Nación en el año 1987, Lavín comenzaría a delinear la ruta cultural de la derecha. El contenido de este libro se desplegaría en aulas universitarias, reuniones de la SOFOFA, retiros en la nieve y posteriormente, en juntas de vecinos y clubes deportivos de diversas poblaciones.

Se trata de “La Revolución Silenciosa”, un breve y pragmático texto que ha sido despreciado por los estantes de librerías y más aún, por las aulas de las ciencias sociales. Este libro puede que sea para la derecha criolla un símil, en su acotada dimensión y en términos de panfleto ideológico y certero promotor de una época (neoliberalismo), al Manifiesto Comunista de Marx y Engels.

Los once capítulos de este manifiesto político se muestran premonitores de lo que vendría luego, en los años de la concertación: economía abierta al mundo, alianzas público- privadas como motor de desarrollo y una cultura forjada desde el discurso del esfuerzo y los méritos individuales.

A destacar el capítulo quinto, donde se justifica el negocio del “Atari” para convencer sobre los beneficios del temprano uso del computador entre los niños más pobres que habitaban la población La Pincoya:

“Gracias al uso del computador, la agresividad de los niños y jóvenes baja significativamente. Asimismo, la asociación entre un niño de La Pincoya y un Atari es varias veces superior a la relación y creatividad que se logra entre el mismo Atari y un niño de Las Condes o Providencia y la razón se debe a que los pobres, desde que nacen, deben buscar su propio alimento”.

Desde 1987 que Lavín venía imaginando al mundo, no desde un desarrollo en cordones industriales, sino que a través de computadores.  Una realidad que no se detenía en aquellos asuntos estructurales, siempre demandados por las izquierdas, sino que en aquellos temas concretos que habitan el diario vivir y que, en el corto plazo, la mayoría de los humanos quieren ver resueltos.

Y es que “Joaco”, siendo en los 80 un ordenado seguidor de Pinochet, constató que la dictadura tambaleó, no por la presión de sus opositores ideológicos ni por las estrategias políticas de la oposición; fueron las ollas comunes, surgidas desde la crisis económica, las que terminaron por derribar el trono de José Ramón.

Es ahí que Joaquín constató que el bolsillo puede más que cualquier cruzada política, religiosa o militar.

He aquí el surgimiento de la denominada política “lavinesca”, toda una escuela que lejos de quedar obsoleta, hoy parece más vigente que nunca. Da lo mismo si para instalar, mantener y amplificar esta cultura, se pierdan elecciones parlamentarias, presidenciales o, incluso, municipales. Eso da lo mismo, pues la revolución silenciosa siempre tendrá generosos donantes para levantarse las veces que sea necesario.

Lo más importante para esta revolución es mantenerse vigente en el inconsciente de los chilenos, hasta lograr dejar instalado el llamado “efecto Coca Cola” (líquido negro que es consumido por todos, sin que ya nadie cuestione su elaboración, origen, ni efectos colaterales).

Por lo anterior es que, en momentos donde la política tradicional se vacía de poder y queda sin legitimidad, la figura de Lavín, aún en medio del estallido y la pandemia, se posiciona en la cúspide de las preferencias y proyecciones presidenciales.

En medio del caos y la peste, los políticos tradicionales no tienen donde escapar, mientras que Lavín se diversifica y aparece en todos los matinales, ofreciendo su versión tradicional, ligth, zero y en sabores.

Existe un Lavín que aprueba la nueva constitución; otro que sale a criticar duramente y con ropajes de “economía social de mercado” los casos de colusión empresarial del confort y pollos; también está el Lavín que se abre a cambiar el sistema de pensiones e incluso al retiro anticipado de fondos.

La última encuesta Activa publicada la semana pasada y que midiera la percepción ciudadana en contexto económico y preferencias presidenciales, devela un vertiginoso crecimiento de Lavín, posicionándolo con 24,9 %, muy por encima de las otras opciones.

En esta misma encuesta, ni sumando el porcentaje de Jadue, Bachelet y Beatriz Sánchez, la vereda del frente, logra siquiera acercarse al hijo ilustre del Opus Dei.

Hará bien a la oposición, si es que aún queda algo de ella, observar con atención (sin los ojos blancos de aquella moralina sacada desde una rara biblia que ni Marx leyera) el episodio de reapertura e inmediato cierre del mall Apumanque. Aquí se devela una autoridad capaz de no casarse ni con sus propias iniciativas, con tal de cumplir con lo que el pulso de las encuestas le mandata.

Y es que, para Lavín, las emociones ciudadanas importan más que las deudas ideológicas.

Por lo mismo es que su estilo aparece como el preferido en este presente donde los puntos cardinales de la política asoman veteranos, haciendo señas desde los cuarteles de invierno del siglo XX.

Cristián Zúñiga