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«Me descompensé»: Retratos del impacto emocional de la primera línea de la salud

Por: Meritxell Freixas @MeritxellFr | Publicado: 29.05.2020
«Me descompensé»: Retratos del impacto emocional de la primera línea de la salud Foto referencial afectación salud mental / Freepik |
Fernanda y Juan son dos trabajadores de la salud que han requerido acompañamiento psicosocial para enfrentar la pandemia. Ambos han tenido que recurrir a terapeutas voluntarios que en este tiempo ofrecen sus servicios ante las extenuantes jornadas laborales, la sobrecarga de trabajo y los altos niveles de estrés a los cuales están sometidos los funcionarios. El coronavirus desafía la salud mental de quienes están hoy al frente de la crisis sanitaria, pero, por ahora, son pocos los focos de contención que encuentran para sostenerse.

No recuerda si era sábado o domingo, pero sí que entre las dos y las tres de la madrugada estaba en la cama aún despierto y sin poder dormir, cuando comenzó a sentir que su corazón se aceleraba: taquicardia. “Me descompensé”, afirma Juan, quien ha accedido a dar su testimonio con reserva de su identidad. Ese técnico paramédico de 52 años de la Clínica RedSalud  de Providencia lleva casi dos meses sin trabajar, con una licencia por COVID-19 a la que, con el pasar de los días, se sumó una afectación severa de su salud mental. Esa noche, en pleno toque de queda, no pudo llegar a la mutual, pero lo hizo a la mañana siguiente. Fue ingresado dos días en una sala intermedia, sin necesitar ayuda de respiradores. Sus complicaciones no se debían al virus, sino a la crisis psicológica que estaba atravesando: “No podía dormir, sentía mucho miedo, una especie de angustia, como pánico”, explica Juan.

Su salud mental empezó a deteriorarse después de pasar 15 días de aislamiento en su casa. “Me daba miedo ir a acostarme, no quería que llegara la noche porque no lograba quedarme dormido, perdí las ganas de comer y el ánimo. Bajé mucho de peso”, relata. Cuenta que la incertidumbre y el miedo a contagiar a sus familiares se sumaron a otras preocupaciones y gatillaron esa crisis. “La pandemia fue la gota que colmó el vaso”, resume.

Hace tres semanas que Fernanda Soto se separó de su hija de 11 años y de sus papás, con quienes vive, para cuidarse y para cuidarles a ellos. Es enfermera en un servicio de urgencias de un establecimiento de salud especializado que por estos días recibe pacientes contagiados o sospechosos de COVID-19. El jueves que le notificaron el resultado negativo en el PCR respiró aliviada, pero solo en parte: una técnica de su turno dio positivo y era la segunda de su equipo que quedaba contagiada. El riesgo era cada vez más evidente y tomó medidas. “El día que decidí alejarme de mi hija, sentí que necesitaba ayuda psicológica”, afirma. Cuenta que sintió “harta pena y miedo” de infectar tanto a la chica como a su papá, que está operado del corazón.

Como a muchos otros funcionarios que ejercen en recintos sanitarios, Juan y Fernanda han sentido que las exigencias de trabajar en un contexto de pandemia, con altos niveles de estrés y tomas de decisiones rápidas y dolorosas, empezaron a pasarles factura.

Ocurrió en China, donde la mitad de los profesionales que atendieron a los enfermos de COVID-19 sufrieron síntomas de depresión y, en menor medida, ansiedad e insomnio, según un estudio publicado en la revista Journal of the American Medical Association. En Chile, el Minsal no ha recopilado datos sobre la salud mental de los trabajadores y trabajadoras de la salud, pero –según informaron a este medio– tiene intención de obtener esta información.

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Estrés, incertidumbre y temor

Son varios los factores que han multiplicado exponencialmente la carga de estrés del personal de salud: el riesgo de contagio –según el Minsal, hay más de 3.700 funcionarios de la salud con el virus– y de contagiar a seres queridos, la sobrecarga laboral debida a turnos extenuantes de 24 horas, la reducción de los tiempos de descanso, alejarse de la familia para no infectarla, el estigma social o la incertidumbre.

El psiquiatra y coordinador del Programa de Apoyo Psicoemocional para trabajadores del Hospital Clínico de la Universidad de Chile (HCUCH), Sergio Barroilhet, expone que en los últimos meses el personal de salud ha transcurrido por una serie de etapas que han ido generando “cuotas de estrés”. La primera, la adaptación a cambios de turno, de puestos de trabajo, de lugar de trabajo. La segunda, dice, el aumento general de la carga laboral. Y, finalmente, –“el período más complejo”–, el momento actual: “Hay más casos graves con más frecuencia y en mayor cantidad. Empezamos a trabajar con mucha más saturación y no hay margen para error porque la gente ya se muere”.

Para Isabel Puga, integrante del directorio del Colegio de Psicólogos, es un momento de “estrés psicológico” porque los profesionales “son conscientes de que llegará momento que tendrán que tomar decisiones que los aterrarán y perciben que no pueden manejar con sus propios recursos la situación en la que se encuentran”. Puga subraya que los funcionarios “trabajan con el sufrimiento humano y no todos están capacitados para funcionar en ese contexto”. Barroilhet agrega: “Es duro ver morir gente y hay equipos que no están acostumbrados a trabajar en el borde de vida y muerte de los pacientes porque habitualmente no trabajan en la UCI, pero hoy, en el contexto de pandemia, están atendiendo ahí”.

La presidenta del Colegio de Enfermeras, María Angélica Baeza, recalca que su gremio, a veces, no cuenta con elementos de protección personal suficientes: “Eso genera un estrés adicional, una incertidumbre y temor propio y natural de poder contagiarse”, enfatiza. Según el doctor Sebastián Prieto, psiquiatra y presidente Sociedad Salud Mental Comunitaria, el estrés en sí no es una enfermedad, “es una condición habitual de la vida”, precisa, pero cuando se sostiene en tiempo o se intensifica –”se la llama, entonces, distrés”– puede generar consecuencias en la salud de las personas como ansiedad, insomnio o rasgos depresivos. Son “trastornos adaptativos” a la nueva cotidianidad, sostiene el doctor. Subraya que si el malestar emocional permanece y se le suman frustraciones o desilusiones, pueden llegar “episodios depresivos de distinta severidad”, desde licencias prolongadas hasta el rechazo a volver el trabajo.

Psicólogos voluntarios como respuesta

Algunos hospitales, especialmente los que tienen mayores recursos, han puesto en marcha servicios psicológicos propios para atender a sus comunidades. Es el caso del Hospital Clínico de la Universidad de Chile que ha desplegado un programa de apoyo psicoemocional para sus trabajadores: “Son el recurso más valioso para enfrentar esa crisis, quienes nos defienden de que este virus se transforme en algo mortal”, precisa el coordinador de la iniciativa Sergio Barroilhet.

El programa, adaptado de otro similar que antes implementó la Universidad Católica, se despliega a través de cinco niveles de acompañamiento: una campaña comunicacional para que los funcionarias se sientan cuidados y valorados por la institución; un espacio de descanso donde hay sofás, música relajante, comida, toallas calientes, kinesiólogos y máquinas de ejercicio físico, que se ha ganado el nombre del “spa” dentro de la comunidad; intervenciones grupales tanto con talleres para el autocuidado como de contención; apoyo psicológico individual, y finalmente, la atención psiquiátrica para los casos más agravados y que requieren una posible derivación. Barroilhet cuenta que desde el inicio del programa –la primera semana de abril– , “los cupos están siempre llenos” tanto para la sala de autocuidado como para las atenciones individuales.

Pero la posibilidad de recibir atención psicológica en el propio establecimiento no está al alcance de todos los trabajadores y trabajadoras de la salud. Una encuesta del Colegio de Enfermeros y Enfermeras dirigida a 559 funcionarios de la Atención Primaria reveló que un 63,7% no cuenta con este tipo de ayuda en su establecimiento. Tampoco existe en muchos hospitales y clínicas. “En mi lugar de trabajo no entregan atención psicológica a los trabajadores”, dice Fernanda. Por eso, ante su necesidad de apoyo profesional, optó por recurrir al acompañamiento psico-emocional que ofrecen los voluntarios de Abrazos Virtuales, una organización que surgió a raíz de la llegada de la pandemia y que entrega de forma gratuita acompañamiento a funcionarios de la salud, enfermos de COVID-19 y a sus familiares.

“Los profesionales recurren a nosotros porque sienten incertidumbre, no saben qué les espera y muchos se enfrentan a esta situación solos y aislados de su familia, lo que empeora la carga emocional”, sostiene la directora de Abrazos Virtuales, Consuelo Quevedo. Dice que del total de pacientes que atienden, un 60% son trabajadores del área de la salud y otro 20% son enfermos de coronavirus. El 20% restante corresponde a otros pacientes, como aquellos que, a raíz de la pandemia, han perdido el contacto con su psicólogo de atención primaria porque la mayoría de los que atienden en los Cesfam están dedicados a otras tareas relacionadas con la emergencia.

Más de 140 psicólogos, psiquiatras, coaches y terapeutas conforman Abrazos Virtuales. Su metodología se basa en harta escucha activa, y poner en práctica técnicas de control de la respiración, de relajación y mindfulness. Si es necesario, también derivan a otras redes de apoyo. A Fernanda la acompaña Pamela. Con ella hace su terapia, que por ahora se ha centrado en aprender estrategias para relajarse en contextos de alto estrés.

Juan ha recurrido al apoyo gratuito de la Sociedad Chilena de Psicología Clínica (SCPC). Ya ha hecho tres sesiones online con una de sus psicoterapeutas: “Todavía tengo esa sensación de nerviosismo y tensión, pero me está ayudando mucho”, asevera. El paramédico no esconde su desconcierto por la falta de interés en estado mental por parte de los distintos médicos que lo atendieron. “Pedí ver a un psicólogo, pero nadie me creía o nadie tomaba en cuenta eso cuando lo comentaba a los médicos –cuenta–. Todos se enfocaron en el tratamiento del virus, pero yo nunca estuve grave de eso. En cambio, no se preocuparon de la parte psicológica, que fue la que me afectó más”.

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El plan del Gobierno que aún no está en marcha

Saludable-mente es el nombre del programa lanzado por el gobierno de Sebastián Piñera para reforzar el área de la salud mental en el contexto de la pandemia. La medida pretende fortalecer la red de apoyo Salud Responde y la atención en los centros de salud familiar de atención primaria (Cesfam), y poner en marcha una plataforma para que los beneficiarios de Fonasa puedan agendar consultas psicológicas o psiquiátricas de forma gratuita. Según ha trascendido, el plan también incluirá estrategias específicas para equipos de salud que trabajen con personas contagiadas.

El presidente anunció la iniciativa el pasado 18 de mayo, aunque hasta la fecha se desconocen los avances en la implementación de la propuesta. Se sabe, pero, que esta semana se convocó una reunión para abordar el tema. “Nunca no nos han consultado nada sobre ese programa, ni siquiera por ser parte de la Red de Colegios Profesionales de la Salud, donde también participa el Colegio Médico”, lamenta Isabel Puga desde el Colegio de Psicólogos.

“El Ministerio debiera haber implementado desde hace tiempo protocolos de prevención del estrés y evitar los turnos de 24h”, afirma María Angélica Baeza. La presidenta del Colegio de Enfermeras y Enfermeros considera que los turnos de 12 horas habrían sido más ajustados y critica la falta de previsión de recursos humanos preparados para asumir el relevo de equipos que podrían estar cansados o enfermos. Según datos del gremio, hay unas 4.000 enfermeras desempleadas que podrían haber sido incorporadas al sistema para enfrentar la emergencia.

Desde la Sociedad Salud Mental Comunitaria, Sebastián Prieto coincide con la necesidad de disponer de profesionales y técnicos de reserva. Sin embargo, para él, la principal debilidad del plan de salud mental gubernamental apunta a la falta de participación de las comunidades involucradas (usuarios, cuidadores, trabajadores de primera línea, etc.), más allá de las mesas de expertos: “Muchas respuestas se encuentran en los recursos que la propia comunidad tiene, especialmente en situaciones tan críticas como esta donde los recursos formales siempre se van a quedar cortos”, sostiene. En opinión del psiquiatra, la falta de apoyo psicológico al personal de salud es “una falencia histórica” que ha dejado de lado la creación de un sistema preventivo de autocuidado para los equipos.

«No voy a abandonar la terapia»

Juan está a la espera indicaciones de su mutual para saber si debe reincorporarse. Si bien en un principio tenía miedo a volver a la clínica, dice que ahora se encuentra mejor y está con ganas de salir. Pero tiene una cosa clara: «Aunque empiece a trabajar, no voy a abandonar la terapia», afirma. Está convencido que la pandemia tendrá un impacto psicológico muy alto para muchos funcionarios, pero también para el conjunto de la sociedad en general. «La salud mental será el postrauma de esta pandemia«, pronostica. 

Fernanda Soto y su hija se ven y se hablan por videollamada. “No es lo mismo y extraño mucho poder abrazarla”, reconoce la enfermera. Dice que ha llorado mucho por eso, que es “un tema” todos los días y que a veces siente culpa: “No puedo estar con ella por mi trabajo”, piensa cuando la invade esta sensación. En los momentos de más lucidez, en cambio, es consciente que todo esto es temporal y pasará cuando acabe la pandemia. Por mientras, acompañada de su perro, dedica el tiempo fuera del trabajo a descansar y al estudio de un posgrado. “He entendido que lo mejor es darle la cara de frente al virus. No tenemos que lamentarnos, sino exigir que se tomen buenas decisiones y se apliquen bien los protocolos”, subraya. No quiere acabar sin apelar a la consciencia colectiva: “Que la gente entienda que hay que cuidarse, dice, porque nosotros estamos ahí para ayudarles, pero también necesitamos que nos ayuden. Y esa es la mejor forma”.

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