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Como si la poesía nunca hubiera sido sino una excusa para la embriaguez y la camaradería, para el cortejo, la imaginación y la revuelta

Por: Tomás Henríquez, escritor | Publicado: 13.07.2020
Como si la poesía nunca hubiera sido sino una excusa para la embriaguez y la camaradería, para el cortejo, la imaginación y la revuelta |
Acaba de ser reeditado «La memoria: Modelo para armar» (Alquimia Editores, 2020) de Soledad Bianchi, un hecho literario, sin duda, significativo. Publicado originalmente en 1995, el libro es quizás la más importante descripción del campo de la poesía chilena de los años sesenta. Estudio que brilla en particular por su método. Porque la autora hizo entrevistas individuales a distintos poetas y luego tejió sus voces armando un relato unitario que permite reconocer, sobre todo, grupos. Cosa poco frecuente hasta ese momento, pero que mirado en retrospectiva refleja el espíritu de la época.

Partían como simples reuniones entre amigos, jornadas de encuentro y lectura, pero rápidamente derivaban en la publicación de poemarios, revistas o antologías. Mucha autogestión, mucha fraternidad, mucho trabajo a pulso. El volumen recopila de primera fuente los hitos principales del periódo y dibuja el mapa de relaciones que vinculó a nombres como Omar Lara, Waldo Rojas, Gonzalo Millán, Alicia Galaz, Floridor Pérez, Jaime Quezada, entre muchos otros.

De entrada sorprende encontrarse con una red interconectada de centros de producción poética que brillaban en distintos rincones del país: Trilce en Valdivia, Arúspice en Concepción, Tebaida en Arica, Espiga en Temuco, el Grupo América, la Escuela de Santiago, y el Taller de Escritores de la UC en la capital. Si bien la mayoría de estos grupos nunca pretendieron formar escuelas, fueron en la práctica talleres de trabajo, de colaboración, lugares de encuentro y autoformación. Algunos al alero de la universidad, otros de maneras más autónomas o espontáneas. Casi todos inevitablemente influenciados por Huidobro, Mistral, Neruda, Parra, pero también por la generación beat y el boom latinoamericano. Y aun cuando carecían de un programa rígido que los articulara, les sobraba seriedad y disciplina poética. Tanto que muchos de estos grupos terminaron explorando incluso más allá de la poesía como es el caso de las performances y experimentos del colectivo Tribu No (Cecilia Vicuña, Clauido Bertoni, et. al.) o los libros objeto de Ediciones Mimbre (Guillermos Deisler).

Es en este contexto que hay un debate que se repite con insistencia: qué rol debía adoptar la poesía frente a las disputas políticas de la época. Mientras unos rehuían comentar la contingencia, otros no se concebían sin adoptar una trinchera política definida. Y aunque la mayoría se asumía simpatizante (cuando no partícipe) de alguna militancia de izquierda, la variedad de posturas era tan transversal, como lo era también la sociedad. Tensión que creció cual bola de nieve y conforme pasaban los años devino en un proceso de polarización que dividió al país. Esta reedición incluye la novedad a modo de anexo de un artículo en el que la autora analiza La Quinta rueda y P.E.C., dos revistas que reflejan la pugna ideológica de la época, y que hoy bien pueden ser leídas como antecedente de lo que vendría. El violento quiebre institucional y sus ya conocidas consecuencias. La desarticulación de la vida social y universitaria, la persecución política, el exilio y la desaparición.

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Pero tal vez el principal mérito de la obra de Bianchi radica en desarmar la escena. Detrás de la impronta lárica de algunos, de la densidad metapoética de otros, detrás de una infinidad de discusiones formales, aparece aquí un relato llano, desnudo, desprovisto de impostaciones o estridencias. Cada poeta, protagonista de su propio recuerdo, es ante todo, sobreviviente de la mitología de sí mismo. Acaso como si la poesía nunca hubiera sido sino una excusa para la embriaguez y la camaradería, para el cortejo, la imaginación y la revuelta. Qué otra cosa podría decirse es la poesía sino una reunión entre amigos que se juntan para contarse una y mil verdades, para intentar cambiar el mundo con un verso y después enfrascarse en peleas ridículas, otras a veces perfectamente sensatas, pero que al fin y al cabo constituyen solo rodeos en torno a una particular obsesión con el lenguaje. 

Con todo, el rigor que hay en estas páginas es indudable. Importante reedición de un material apenas encontrable que era hasta hace poco traficado por estudiantes en fotocopias o PDFs de muy discutible calidad. Valiosa sobre todo pues nos permite entender cómo mucho de lo que hoy creemos imposible, ayer fue materializado incluso ante condiciones de mayor precariedad. La memoria es un rompecabezas que, siguiendo la cita de aquel famoso libro de Cortázar, exigía un Modelo para armar. Y Soledad Bianchi lo hizo. Elaboró un cuidadoso relato, que sin dejar de ser un registro muy personal, teje las voces de toda una época, siguiéndoles la huella, en algunos casos, hasta bien entrados los años ochenta. Con paciencia, imaginación y mucha generosidad intelectual unió las piezas y armó una cartografía sentimental, descentrada, formativa y que también funciona como el gozoso retrato de una juventud que parecía eterna. Generación que solo fue posible pues se enmarcaba en un proyecto de país que entendía la educación y la cultura como bienes indispensables para el desarrollo humano. Ya lo decía Jorge Teillier —aquí citado por José Ángel Cuevas: lo que finalmente importa no es escribir buenos o malos versos sino ser, transformarse en poeta.

La Memoria: Modelo para armar

Soledad Bianchi

Alquimia Editores, 2020

360 Páginas

Precio de referencia: $13.000

 

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