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#AllendeEnlaCultura| Cuando Zurita, Diamela Eltit y Lotty Rosenfeld repartieron leche en una población de Santiago

Por: El Desconcierto | Publicado: 06.09.2020
#AllendeEnlaCultura| Cuando Zurita, Diamela Eltit y Lotty Rosenfeld repartieron leche en una población de Santiago | Raúl Zurita cargando una caja de bolsas de leche en la población La Granja mientras un hombre filma. © Archivo CADA
La acción se desarrolló en octubre de 1979 bajo el título «Para no morir de hambre en el arte» y fue la primera intervención urbana que realizó el colectivo CADA, que en ese entonces integraban también el artista Juan Castillo y el sociólogo Fernando Balcells. Un homenaje a la política del 1/2 litro de leche del gobierno de Allende. Así lo recuerda el libro «Archivo CADA: Astucia práctica y potencias de lo común», editado por Fernanda Carvajal, Paulina Varas y Jaime Vindel (Ocho Libros, 2019):

El 3 de octubre de 1979 el CADA realizó PARA NO MORIR DE HAMBRE EN EL ARTE en Santiago de Chile, compuesta por 4 acciones simultáneas:

Reparto de 1/2 litro de leche a los pobladores de La Granja. El CADA compró 100 litros de leche que venían envasados en bolsas plásticas y le imprimieron en una de sus caras la frase “1/2 litro”.

· Prensa-acción: inicialmente, se pensó ocupar una página en el Diario La Tercera de la Hora y en la revista de oposición Hoy. Finalmente, solo se intervino con un texto elaborado colectivamente en la revista Hoy.

· Emisión del discurso “No es una aldea” en las afueras del edificio de la CEPAL, en los cinco idiomas oficiales de la ONU.

· En la galería de arte Centro Imagen se selló una caja de acrílico que contenía bolsas de leche, la cinta magnetofónica con el discurso “No es una aldea” y la revista Hoy.

· Posteriormente, se exhibieron en la galería Centro Imagen durante un mes, los videos que registraban las acciones realizadas junto a la caja de acrílico y también obras que realizaron diversos artistas en los envases de leche vacíos.

© Archivo CADA

Relecturas del CADA

En el año 1994, Luis Camnitzer escribió desde Nueva York un breve ensayo titulado “Arte y política: la estética de la resistencia”, que se publicó en el diario chileno La Época y en el que se refiere al grupo CADA. Camnitzer señala que lo característico del arte chileno durante la dictadura fue que los artistas tuvieron que negociar sus lenguajes, usando “formatos de la vanguardia internacionalmente validados que apelaban al snobismo de las alas más intelectuales del régimen militar, aunque desarrollando una ambigüedad codificada en el contenido”. A diferencia de otros artistas del periodo que se habrían circunscrito a la instalación como modalidad exportada, Camnitzer destaca que lo distintivo del CADA fue su carácter colectivo, operar fuera de las instituciones de arte (aunque no desechó completamente los espacios de exhibición) y dirigirse a públicos más amplios. Algunos de los argumentos planteados en este texto fueron retomados en su libro Didáctica de la liberación: arte conceptualista latinoamericano (2008).

En ese volumen, Camnitzer encuadra al CADA en el capítulo “Las secuelas de Tucumán Arde”, donde da cuenta de una serie de experiencias artísticas colectivas que compartirían el haberse inscrito en movimientos “motivados políticamente”. Aunque esta operación permitía poner en valor un conjunto de iniciativas más desconocidas en los relatos contrahegemónicos del arte contemporáneo que su antecedente argentino, lo cierto es que también generaba un efecto indeseado, al unificar bajo un signo homogéneo articulaciones entre el arte, el activismo y la política con una historicidad y una cualidad diferenciadas, cuyo sentido responde a la singularidad comunicativa y sensible que produjo cada una de ellas en su contexto específico de enunciación. Así, mientras Tucumán Arde (1968) había encarnado una voluntad utópica y finalista del cambio revolucionario, las acciones del CADA incidían en un contexto atravesado por la ruina de esos proyectos sesentistas, sofocados por la implantación de regímenes dictatoriales en el Cono Sur.

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Lotty Rosenfeld © Archivo CADA

El mesianismo había dejado de orientar su flecha hacia la teleología emancipadora de la historia para convertirse en una forma de esperanza que, mirando hacia el pasado inmediato, brotara en medio de la derrota de los setenta y de la imposición férrea del neoliberalismo. Lejos de unificar al CADA como “secuela” de Tucumán Arde, parece por ello más adecuado imaginar una constelación de sentido en que esas dos concepciones del mesianismo artístico-político friccionen entre sí hasta generar una chispa que ilumine las condiciones del presente.

(Fragmento texto «Relecturas del archivo documental del CADA: descentramientos, inscripciones, genealogías y nociones comunes», Fernanda Carvajal, Paulina E. Varas y Fernando Vindel)

© Archivo CADA

Una nueva utopía del arte

El hambre se anclaba en las retóricas de la izquierda de los años sesenta y setenta como índice de subdesarrollo y vigencia de la condición colonial de América Latina, situada desde los criterios del norte en posición de atraso y dependencia. La geopolítica mundial se diagramaba levantando barreras económico-sociales, culturales y afectivas que separaban los mundos del hambre del mundo desarrollado. La búsqueda de la singularidad en materia cultural se sentía como un mandato paralelo a la erradicación productivista de la miseria y la llegada de la abundancia, incluso (o particularmente) entre aquellos países que trataban de recomponer la imagen del socialismo. De manera pragmática y reafirmando su pertenencia rebelde al tercer mundo, en el transcurso de la Revolución cubana o con motivo de proyectos como la UNCTAD durante el gobierno de Allende, la afirmación de la cultura propia se ligaba a la racionalidad del desarrollo y del comercio socialista. Pero esta crítica anticolonial se centraba en una matriz simbólica y de dominación política que –en parte de manera forzada, en parte por un imaginario asumido–, dejaba intocadas las estructuras ideológicas y materiales que regulan los intercambios sociometabólicos en la modernidad. El desarrollo económico aparecía entonces como un factor que favorecería la constitución de una base social para la impugnación de la identidad impuesta por la historia colonial, sin que ello implicara cuestionar cómo la colonialidad estaba y está inscrita en la propia idea de desarrollo. Las políticas extractivistas, productivistas y crecentistas de los gobiernos progresistas latinoamericanos de las últimas décadas representan, en este plano, una prolongación de aquella lógica.

Al describir la acción de repartir bolsas de leche en una población de Santiago, uno de los documentos de trabajo del CADA hablada de «vasos de leche distribuidos y consumidos como productos de arte: la obra de arte como proteínas». En esta formulación, el CADA citaba el discurso de Salvador Allende sobre la política del medio litro de leche distribuido diariamente a cada niño en Chile sin importar su condición social, como un modo de paliar el acceso diferencial a una buena alimentación en la infancia. La leche constituía, en las palabras de Allende, un aporte diario de proteínas para el desarrollo corporal y cerebral del niño.

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Diamela Eltit © Archivo CADA

El programa del medio litro de leche diario traía consigo la advertencia de que la producción de desigualdad se inscribe en la constitución física de los individuos: la negación del consumo diario de proteínas produce asimetrías materiales que se inscriben en el deterioro orgánico y cerebral de los cuerpos. Al postular el arte como proteína, como aquello que posibilita las funciones dinámicas del organismo, al reactivar el circuito de distribución y consumo de leche, el CADA planteaba operar una «corrección» de la vida. Visibilizaba la politicidad de la administración del hambre en el desarrollo diferencial de los sistemas nerviosos y fisiológicos de los cuerpos de la población.

En este sentido, la insistencia en el hambre miraba hacia atrás, citando medidas de la Unidad Popular, invocando su retorno utópico sobre los cuerpos. Y al mismo tiempo, ese énfasis miraba hacia adelante, prefigurando las formas de crueldad, dirigidas a cuerpos pobres y en su gran mayoría no blancos,  co-sustanciales a la acumulación neoliberal. En el texto «No es una aldea», leído frente a la sede de Naciones Unidas, el CADa acusaba la conjunción de terror y desposesión como cifra de la violencia neoliberal a la que la dictadura abrió la puerta, remarcando que no se trataba de un caso aislado, sino de una situación generalizada: «Despojados, hoy es el hambre, el dolor, la expropiación de nuestras fuerzas físicas y mentales, pero en ese recorrido también es el mundo por ganar, no es una aldea».

(Fragmento texto «El CADA y la producción de vida: entre el autoritarismo neoliberal y la nueva utopía del arte», Fernanda Carvajal y Fernando Vindel)

© Archivo CADA

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