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Opinión

Cambiar la Constitución… y nosotros ¿cuándo?

Por: Esteban Vilchez Celis | Publicado: 14.12.2020
Cambiar la Constitución… y nosotros ¿cuándo? Intervención teatral en Plaza Dignidad | AGENCIA UNO
No, no caigamos en las trampas que nos tenderán. La única misión del progresismo que forme parte de la asamblea constituyente es concluir su trabajo dando a luz una nueva Constitución, así tenga 100 ó 10 páginas, porque su importante nacimiento es, ante todo, la muchísimo más importante muerte de la Constitución de 1980. Después vienen las leyes, la democracia y lograr la mayoría de los votos para hacer de Chile un país amable y decente.

Chile se encuentra ad portas de un cambio histórico enorme, cuyas benévolas consecuencias es de esperar que experimenten nuestros hijos y nietos. Una Constitución nueva, un comienzo nuevo.

Contra toda la ansiedad que domina a muchos acerca del contenido que deba incluir esa nueva Constitución, la realidad es que debemos tener presente que prácticamente basta con que consagre lo básico que la Constitución de Pinochet había desmantelado: que las leyes, incluso las más importantes –educación, salud, Fuerzas Armadas, pensiones, Tribunal Constitucional, partidos políticos, etcétera– deben discutirse democráticamente y establecerse por simple mayoría, sin otorgar poder de veto a minorías. Porque eso es lo que ocurre hoy: necesita usted 4/7 de los votos de los parlamentarios en ejercicio para modificar cualquiera de estas legislaciones, gracias a ese engendro jurídico denominado “Ley Orgánica Constitucional”.

De manera que, aunque la Constitución no contenga todas las declaraciones progresistas que tantos y tantas añoran incluir, será nuestro triunfo el que simplemente dé el espacio suficiente a la democracia para que el país y la sociedad que queramos construir no se vean, como hasta hoy, imposibilitados de nacer gracias a una minoría antidemocrática que ha usufructuado por más de 40 años de un poder de veto completamente injusto e inmoral.

Aunque la nueva Constitución termine siendo minimalista, y diciendo mucho menos que todo aquello que tenemos atrapado en nuestras gargantas por décadas, será ella la que, de todos modos, permitirá que sea la ley el vehículo de nuestro desahogo.

Lo único que no puede ocurrir es que los constituyentes progresistas pierdan de vista este objetivo y entren en un combate abierto e intransigente con las fuerzas conservadoras, pues el fracaso del proceso constituyente significa, ni más ni menos, la continuidad de la aberrante Constitución de 1980. Después de la Constitución, vendrán las leyes y las leyes las dictará la mayoría sensata y progresista que existe en Chile. Eso es lo que no hay que olvidar cuando la ansiedad nos quiera consumir y cuando el tercio conservador pretenda provocar a los dos tercios del progresismo para hacer fracasar todo el proceso.

¿Acaso no lograremos que se reconozca constitucionalmente el matrimonio igualitario porque no superaremos los dos tercios para establecerlo como norma constitucional? No importa, ya dictaremos una ley al respecto. ¿No querrán reconocer una salud pública, gratuita y de calidad, dejando al lucro y el mercado alejados del derecho a sanar? No importa, porque la nueva ley de salud sí lo hará y contará con tal apoyo de la mayoría del país que podrá considerarse una normativa tan estable como si estuviese escrita en la Constitución. Ya no morirán personas esperando operaciones y no se exigirán pagarés firmados antes de antes de atender en una urgencia ¿Habrá problemas para reconocer en la Constitución que los recursos naturales y los beneficios económicos de ellos pertenecen a todos los chilenos, de modo que el inmoral sistema de concesiones llega a su fin? No es problema: la mayoría de los chilenos dictaremos las leyes correspondientes y lo que la Constitución no diga a favor de la propiedad pública de estos recursos, tampoco lo dirá en contra de la expropiación por causal de interés público. ¿La Constitución no recordará expresamente a las Fuerzas Armadas que se encuentran sometidas al poder civil ni les pondrá las cortapisas para que se acostumbren a no deliberar y dejen de fantasear con ser los “garantes” de aquello que ellos llaman “chilenidad”? No hay de qué preocuparse. Las anteriores constituciones no hablaban de ellas, de modo que puede ahora ocurrir lo mismo y, simplemente, en la nueva ley de Fuerzas Armadas encontraremos los mecanismos para que nunca más en la historia de Chile una bomba aérea estalle en La Moneda o surjan generales que creen saber mejor que nadie lo que es mejor para el país y lo tiñan de sangre y vergüenza. ¿En la Constitución no lograremos, por no superar los 2/3, un reconocimiento de los pueblos ancestrales ni les daremos un espacio de validación a las personas con capacidades diferentes? Pues, no pidamos peras hermosas al decadente olmo conservador; más bien, concentrémonos en cerrar pronto el tema de la redacción de una Constitución, aunque sea mínima, para lanzarnos en la redacción de las nuevas leyes, donde reconoceremos a nuestros pueblos ancestrales, les devolveremos tierras y los indemnizaremos con justicia, todo después de pedirles el perdón que merecemos pedir; y dictaremos todas las normas de inclusión que los incapaces de actuar con equidad han postergado por décadas.

Dictar una nueva Constitución importa, sobre todo porque después de ella legislaremos. Y mucho. Y con sentido de justicia y empatía por los que sufren. No, no caigamos en las trampas que nos tenderán. La única misión del progresismo que forme parte de la asamblea constituyente es concluir su trabajo dando a luz una nueva Constitución, así tenga 100 ó 10 páginas, porque su importante nacimiento es, ante todo, la muchísimo más importante muerte de la Constitución de 1980. Después vienen las leyes, la democracia y lograr la mayoría de los votos para hacer de Chile un país amable y decente.

Cambiar una Constitución y cambiar las leyes del país no es sinónimo de cambiar un país. Una dictadura como la de Pinochet dejó muchas herencias terribles, bien lo sabemos. Además de nuestros muertos, desaparecidos, torturados y exiliados, esa dictadura nos envenenó con un consumismo patético; con un deseo de competir y triunfar por sobre los demás a punta de codazos; con un desprecio por el amor, la compasión y la solidaridad; con la costumbre de ver en quien discrepa con nosotros a un enemigo; con la intolerancia alimentada por la ignorancia e insensibilidad repartida por los matinales. No basta con sacudirnos la Constitución de Jaime Guzmán; tenemos que succionar desde nuestros cuerpos y nuestras mentes estos venenos y expulsarlos para siempre.

Tenemos que volver a sentir afecto por todos los que formamos parte de este país, pero en especial por los ancianos y los niños; por los que están enfermos y no pueden valerse por sí mismos. Tenemos que dejar a la competencia en un muy relegado segundo lugar y tratar de construir esa comunidad reclamada de la que habla José Bengoa, con esta hermosa historia que nos cuenta en la lógica de la Trapananda: Robertson es invitado a una fiesta en el castillo donde está todo el pueblo. Es el cumpleaños de Lena, la hija del ministro, el Señor Taumelli. Se produce un hecho curioso. Vienen a avisar que hay una persona herida en una aldea cercana. Que al tratar de sacar unas frutas de un alto árbol se cayó y está lastimada. El Señor Taumelli parte de inmediato con el médico para ver lo que había ocurrido. Junto a él… partió toda la gente. Un gentío partió a ver al herido, terminando con la fiesta preparada y dejándola para otro día más apropiado… En nuestro reino de Chile Chico el señor, el jefe del gobierno, interrumpe la fiesta de su hija para ir en ayuda de un ciudadano que se cayó de un árbol. Los partícipes de la fiesta siguen el mismo camino. La imagen es valerosa, ‘todos en la fiesta, todos en el dolor’… Con pesadumbre uno percibe hoy día que, frente a millones de ciudadanos, caídos de los diversos árboles que abundan en nuestra complicada sociedad, se produce efectivamente un momento de detención, ‘todos en el dolor’, pero rápidamente la fiesta no sólo no se detiene, sino que, por el contrario, continúa con mayor esplendor.

Lola Hoffmann, si no me equivoco, decía que había muchas personas tratando de hacer la revolución, pero muy pocas tratando de revolucionarse. Podremos cambiar la Constitución y las leyes, pero si no cambiamos nosotros, nuestra forma de vernos y tratarnos, nuestro modo de hacer política, de cuidarnos y querernos, entonces es muy posible que nada realmente importante cambie. Si un hombre de 27 años que intenta robar un celular es amarrado por diez vecinos rabiosos y golpeado hasta la muerte, sin que nos conmueva, entonces de poco valdrá la nueva Constitución. Si no se nos caen las lágrimas ante cada bingo buscando recolectar dinero para comprarle medicamentos a un niño, el proceso constituyente habrá sido en vano. Si no somos capaces de unirnos en contra de los femicidios y el maltrato infantil, entonces todo este proceso habrá sido sólo cosmético. Si no despertamos nuestro deseo de leer y aprender, para entender y conversar con información, nuestra política seguirá siendo infantil y dominada por élites.

Debemos sanar no sólo las leyes de este país, sino a nosotros mismos. Debemos entendernos como una familia enorme, que vive por la solidaridad y no por el lucro. Ese es el cambio más importante y la lucha más imprescindible. Si no nos transformamos, no seremos capaces de transformar a Chile. Cambiemos la Constitución, sin duda, pero, con ella, no olvidemos cambiar nosotros. Ese es nuestro homenaje a nuestros muertos, nuestros desaparecidos, nuestros exiliados y nuestros tuertos y cegados de hoy.

Esteban Vilchez Celis
Abogado.