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Opinión

La realidad no es lo real

Por: Jaime Coloma | Publicado: 27.03.2021
La realidad no es lo real Antonia Orellana rebate a Arturo Zúñiga |
Otro ejemplo de esto es lo ocurrido en el programa de TVN “El país que queremos”, donde la candidata a la Convención Constitucional Antonia Orellana confrontó las “bondadosas”, “sensibles” y “empáticas” palabras de un sorprendido Arturo Zúñiga, que sin tener útero (y desde una evidente mirada “compasiva” y “dramática”) “siente” el supuesto dolor que tienen todas las mujeres al enfrentarse a un aborto. Orellana, además de decirle que no hable por ella, hizo un juicio interesante que también nos confronta justamente a esa parcialidad de la realidad donde un cierto discurso histórico (desarrollado por Jaime Guzmán) criminalizó y moralizó negativamente la idea de abortar y esto termino naturalizándose a tal nivel que un alto porcentaje de personas dan por hecho cosas que no son “reales”, negando incluso la historia del país.

El psiquiatra y psicoanalista Jacques Lacan relativiza la idea de realidad y por ello desarrolla una de sus dinámicas teóricas sobre la construcción del discurso y el lenguaje. La idea de que la realidad no es lo real es simple; de alguna manera lo real sería aquello que es, que se sostiene en una mirada objetiva, sin emociones ni elementos propios anexos a su descripción. Simplemente es. Sin embargo, la realidad es más compleja ya que se da en una construcción propia de cómo observamos e interpretamos ese “real”. Esto evidentemente quiere decir que la idea de objetividad se desdibuja y nos vamos construyendo en torno a nuestros procesos identitarios y de socialización, pues esa fantasía de “objetividad” en verdad es una ilusión. Esto no quiere decir que busquemos tratar de construir espacios comunicacionales donde observemos un hecho y tratemos de describirlo objetivamente, como nos venden en general ciertos espacios noticiosos en la televisión o ciertas noticias tratadas en la radio o prensa escrita.

Ejemplos hay varios y aquí expondré sólo algunos. Hace unos días nos sorprendimos con un video angustiante que, a través de un audio, se nos representaba el maltrato a un niño en una casa de acogida del Sename. Esto levantó las alarmas, una vez más, y puso en los medios la problemática sobre el trato a la niñez en nuestro país. Se suma a ello, el hecho del asesinato de dos niños en diferentes portonazos en comunas de la capital y la desaparición y muerte de otro en el sur de Chile. Por lo mismo me preguntaba si al Estado realmente le importa la infancia y si en verdad vemos las problemáticas diversas en su total magnitud y la tratamos de entender.

Durante años se realizó un programa de televisión que partió en dictadura (la Teletón) donde, a partir de un show, un espectáculo, se le pedía a la gente que colaborara con una causa que protegería a niños minusválidos. Esta instancia “solidaria”, si bien juntaba dinero, nunca logró establecer una real conciencia respecto a un segmento de nuestra sociedad que a partir de una limitación se ve muchas veces invisibilizado e incluso maltratado por todos nosotros. Es más: los días posteriores al programa de televisión, la sociedad chilena vuelve a su normalidad y se olvida del tema pasando probablemente a otra instancia de preocupación expuestas en los medios.

La idea de construir y validar una sociedad que se sostiene en el consumo de contenidos y que produce estos en torno a una supuesta demanda termina siendo parte de lo que planteo en primer lugar: “la realidad no es lo real” y por lo mismo debemos tratar de observar el campo total de ésta cuando la pensamos. Hoy por hoy los medios establecen miradas específicas que se sostienen en torno a necesidades no vinculadas al real ejercicio del periodismo o la comunicación. Ese tan necesario rol social de la prensa se perdió a partir del espectáculo y de fortalecer la falta de memoria. Lo inmediato, la moda, se tomó los contenidos y estableció un escenario difícil de romper, que de manera soterrada va construyendo dinámicas culturales y encuadres sobre lo total, lo que no nos permite observar con profundidad y perspectiva el entorno.

Otro ejemplo de esto es lo ocurrido hace unos días en el programa de TVN “El país que queremos”, donde la candidata a la Convención Constitucional Antonia Orellana confrontó las “bondadosas”, “sensibles” y “empáticas” palabras de un sorprendido Arturo Zúñiga (también candidato, ex subsecretario de Salud), que sin tener útero (y desde una evidente mirada “compasiva” y “dramática”) “siente” el supuesto dolor que tienen todas las mujeres al enfrentarse a un aborto.  Orellana, además de decirle claramente que no hable por ella, establece un juicio interesante que también nos confronta justamente a esa parcialidad de la realidad donde un cierto discurso histórico (desarrollado desde 1989 por Jaime Guzmán) criminalizó y moralizó negativamente la idea de abortar –ya que esta práctica estaba absolutamente normalizada en Chile desde los años 30 hasta ese año (1989)– y esto termino naturalizándose a tal nivel que un alto porcentaje de personas dan por hecho cosas que no son “reales”, negando incluso la historia del país. Pensemos y vayamos un poco más allá. Hace un tiempo un comunicador de televisión hizo noticia por hacerse la vasectomía. Lo publicó en sus redes sociales y fue ampliamente aplaudido por sus pares y algunos medios. Pero una mujer en edad fértil, si quisiera hacer lo mismo, generalmente el médico o médica tratante le diría que no, que está en edad de procrear, que se está privando de la posibilidad de ser madre y eso sería desde algunas perspectivas el único y real fin que se debe tener al ser mujer. Pensemos incluso lo que implica esto, ya que muestra la mirada social respecto al cuerpo, el deseo y la sexualidad femenina. La idea de que una mujer no quiera tener hijos, y sí quiera disfrutar de una sexualidad plena, es cuestionable, no así si lo hace un hombre; se establece entonces una mirada valórica respecto al placer femenino y el placer nuestro. Esto incluso tiene implicancias, no sólo culturales, sino que también económicas, ya que termina limitando al género femenino en sus posibilidades de desarrollo laboral y de plena libertad. Por supuesto que nada de esto se expone en un medio.

Como podemos ver, las construcciones de realidad se van desarrollando desde distintas perspectivas y se establecen por razones ideológicas vinculadas a lo político y también a lo religioso. A pesar de esto, nos acostumbramos a un relato despolitizado e higienizado que nos obliga a guardarnos emociones y funcionar en ese supuesto oasis del que hace más de un año nos habló el actual Presidente, entendiendo que es mejor no pensar ni referirse a ciertas cosas y guardarse las frustraciones y rabias porque –según hemos visto– a partir de muchas industrias culturales la queja es mala y no vende, aunque sea válida.

Si vamos un poco más allá, podemos observar cómo esa suerte de muletilla en la que se transformó el “no lo vimos venir” sólo describe la miopía de todos y todas respecto al otro u otra. “No lo vimos venir” porque estamos encerrados en nuestras burbujas y desde ahí no funcionamos con algo básico e inherente a nuestra especie: lo gregario. Somos animales sociales que viven naturalmente en comunidad por lo que esa suerte de individualismo en la que nos fuimos conformando como sociedad desde lo cultural establece una negación de otras realidades y también de lo “real”, afectando probablemente nuestras emociones y conductas de manera poco proactiva.

Es así como podemos observar que algunos medios funcionan en torno a una construcción de la realidad específica, donde en torno a una cierta mirada se esconden y niegan otras realidades, estableciendo una concepción del mundo que no se condice con las vidas, historias y visiones de muchos compatriotas; generando frustraciones y verdades parciales que sólo terminan afectándonos de manera negativa. Ello nos obliga a seguir buscando soluciones externas sin constatar las posibles realidades del problema. Como se puede ver, no sólo no existe una sola “realidad”, sino que es imposible observar al resto a partir de una mirada y una historia única.

Jaime Coloma
Licenciado en Estética, magíster en Comunicación. Panelista de televisión.