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Opinión

Diderot, defensor del laicismo

Por: Rogelio Rodríguez | Publicado: 04.06.2021
Diderot, defensor del laicismo |
Tres siglos después de esa obra monumental que fue la Enciclopedia, la revolución del espíritu iniciada por Diderot y los demás valerosos pensadores ilustrados sigue chocando con oscuros muros. Aquí en Chile y en muchos lugares del planeta el fanatismo, la opresión y la intolerancia no abandonan todavía, vencidos, el campo de batalla. El mensaje sigue, entonces, vigente y estimulante en pos de construir sociedades verdaderamente laicas, justas, libres y solidarias.

Dos nociones contrapuestas pugnan al intentar entender los grandes acontecimientos históricos y sus protagonistas.  Se piensa, a veces, que es la historia la que hace a los hombres, que la historia toma este individuo o el de más allá de acuerdo a sus necesidades y que, ya no necesitándolos porque cambian las circunstancias, los va desechando tal como un cirujano coge y deja instrumentos a medida que va operando. Podría ejemplificarse esta noción con la Revolución Francesa, en que –como reza una frase recurrente– iba “devorando a sus hijos” a medida que ya no le servían. La otra noción plantea que son los individuos, y particularmente aquellos sujetos grandiosos, los que hacen la historia y que la hacen, precisamente, con lo que tienen de más individual, de más propio e insustituible. De acuerdo a esta noción, por ejemplo, no vamos a comprender nunca la Roma de Julio César si no comprendemos a los grandes hombres de esa época, en especial al mismo Julio César.

Cuando se piensa en la Encyclopédie –ese magnífico compendio ilustrado del saber producido en el siglo XVIII en Francia y conformado por 28 pesados volúmenes, que tanto alboroto causó durante los 25 años que duró su publicación tomo tras tomo, y que asumió la figura simbólica del triunfo del pensamiento libre y secular contra todas las fuerzas del Antiguo Régimen, Iglesia y Corona sumadas– la balanza se inclina ostensiblemente hacia la última posición. Porque –aunque para escribir los casi 73.000 artículos, complementados con una ingente cantidad de ilustraciones, que componen los volúmenes de este “Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios”, se contó con la participación de centenares de personas– la obra se asentó en los hombros tenaces de un pequeño grupo de individuos fácilmente identificable: el caballero De Jaucourt, D’Alembert, Rousseau, Voltaire, el barón d’Holbach y, en primerísimo lugar, Denis Diderot.

El empeño obstinado, la capacidad de trabajo y el coraje indomable de Diderot para llevar adelante este proyecto y muchos otros en pos del librepensamiento queda patente en la biografía de este philosophe que nos entrega Andrew S. Curran: Diderot y el arte de pensar libremente (Ariel, 2019). Lo presenta como un decidido impulsor de lo que hoy se denomina “humanismo secular” y que, en términos cívicos, se llama “laicismo”. En efecto, para Diderot la gente razonable tenía derecho a someter a la religión al mismo análisis que a cualquier otra tradición o práctica humanas. Así, desde esta perspectiva, la fe religiosa podía ser racionalizada, mejorada y, tal vez, incluso descartada.

El pensador ilustrado combatió sin descanso contra el conjunto de supersticiones, dogmas, injerencias sobrenaturales en lo legal y lo político, que perpetúan lo irracional en la sociedad y bloquean el predominio de la razón. Su enemigo era la Iglesia católica, institución poderosa en ese entonces como ahora y que ha significado, entonces y ahora, un confesado obstáculo a la libertad y al progreso de los seres humanos.

Pero, como genuino librepensador, Diderot con sus ideas no sólo se enfrentó a la intolerancia eclesiástica, sino que luchó también contra el prejuicio y la injusticia social. Un artículo suyo (publicado sin firmar) en el primer volumen de la Encyclopédie –sobre el tema de la autoridad política– comenzaba con la afirmación de que ni Dios ni la naturaleza han dado a nadie la autoridad indiscutible para reinar. Curran señala: “[Diderot] plantea la peligrosa idea de que el verdadero origen de la autoridad política deriva del pueblo, y que este cuerpo político no sólo tiene el derecho inalienable a delegar este poder, sino también a recuperarlo. Cuarenta años más tarde, durante la Revolución, los elementos más incendiarios de “Autoridad política” proporcionarían el armazón para el trigésimo quinto y último artículo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, que afirmaba no sólo la soberanía del pueblo sino el derecho a resistirse a la opresión y el deber de rebelarse”.

Así, también, para el philosophe el origen de la especie humana no tiene causa religiosa: todo lo que existe es el resultado de la actividad de la materia. Y abogaba por una educación libre, secular y experimental para los niños. Diderot estaba seguro de que el conocimiento no debía verse entorpecido por concepciones de mundo basadas en libros supuestamente sagrados, una educación librada de estas cadenas no sólo dignificaba al ser humano, sino que tenía un efecto necesariamente emancipatorio o transformador sobre el esclavizado y el ignorante.  Estaba convencido de que la educación podía ser el motor del progreso social y moral de una sociedad. Asimismo, hasta el final de sus días nunca abandonó su creencia en la bondad fundamental de la humanidad y en la posibilidad de una ética natural y universal.

Tres siglos después, la revolución del espíritu iniciada por Diderot y los demás valerosos pensadores ilustrados sigue chocando con oscuros muros. Aquí en Chile y en muchos lugares del planeta el fanatismo, la opresión y la intolerancia no abandonan todavía, vencidos, el campo de batalla. El mensaje sigue, entonces, vigente y estimulante en pos de construir sociedades verdaderamente laicas, justas, libres y solidarias.

Rogelio Rodríguez
Licenciado en Filosofía y magíster en Educación. Académico de varias universidades.