Avisos Legales
Opinión

Evaluación escolar: una materia pendiente

Por: Roberto Bravo | Publicado: 01.07.2021
Evaluación escolar: una materia pendiente |
Como hemos cambiado varios procesos y prácticas al interior de nuestros centros educativos, producto la crisis sanitaria, es momento de revisar lo que pasa con la evaluación en nuestras escuelas y colegios. Sobre todo, porque tiene que ver con la construcción del modelo de persona que queremos: aquel sujeto ciudadano que se forma en nuestras aulas. Porque cuando la evaluación se desarrolla separando a los estudiantes por filas, resolviendo pruebas de alternativas, por ejemplo, estamos, consciente o inconscientemente, desarrollando prácticas que promuevan un tipo de alumno. Uno que es silencioso, individualista, donde no tiene oportunidad para equivocarse, dado que sólo se trata de la alternativa A o B, entre otras.

Escribir detrás de una goma de borrar. Insertar un trozo de papel con fórmulas matemáticas dentro de un lápiz pasta. Rayarse las palmas de las manos con ideas y apuntes. Dejar escrito el día anterior un resumen de lo que iba a entrar en la prueba. Estas eran sólo algunas de las tantas técnicas que se utilizaban cuando no habíamos estudiado para algún examen o prueba en el colegio, arriesgándose a copiar para poder pasarlas. Sin lugar a dudas, y con el paso del tiempo, muchas de estas prácticas probablemente han cambiado y modernizado. Me pregunto: ¿qué estará pasando con la copia por estos días de pandemia? “Hay que pedirles que conecten dos cámaras a los alumnos, para ver que no tengan nada a mano y así no copien”, escribía una profesora en el chat de una conferencia online sobre evaluación. “Sí o sí deberán ir presencialmente a rendir la prueba al colegio, aunque no estén yendo regularmente”, comentaba más abajo un profesor de Química en la misma conferencia. Prácticas que, por engorrosas o poco viables que sean, probablemente ayudarían a disminuir el tema de la copia en tiempos virtuales. Sin embargo, ¿será este el tema de fondo?

Debido a la pandemia, los establecimientos educacionales han tenido que generar distintas respuestas para continuar con los procesos de enseñanza y aprendizaje en este escenario tan complejo que estamos viviendo. Escuelas y colegios tuvieron que repensar las lógicas sobre las cuales basaban sus prácticas pedagógicas y los formatos en los cuales estas se desarrollaban. Se vieron forzados a incorporar nuevas tecnologías al interior de sus salas y cambiar las tareas educativas que solían solicitar a sus estudiantes. Cambiaron nuestras salas. Cambiaron nuestras pizarras. Cambió la forma de responder y subir material. Pero algo se resiste a cambiar: la forma en cómo evaluamos a nuestros estudiantes y lo que entendemos por este proceso.

Esto es un problema de larga data. En estos últimos años,  escuelas y colegios han introducido metodologías activas al interior de sus aulas: trabajo colaborativo, aprendizaje basado en proyectos, clase invertida, etc. En donde es común ver estudiantes trabajando en pequeños grupos en sus clases, con un rol mucho más activo y protagónico, pero, al momento de ser evaluados, volvemos a sentarlos en filas separadas, en silencio y distanciados entre sí. Es bastante extraño y contradictorio cuando uno lo piensa. Por ejemplo, les pedimos que resuelvan problemas en conjunto, desarrollen habilidades para el siglo XXI a través del trabajo colaborativo, pero cuando tenemos que pasar al momento de la evaluación, es como si todo lo anterior dejara de existir, y volvemos rápidamente a las prácticas de siempre. A esas que nos “funcionan” o que pensamos que son inevitables.

“La evaluación tiene tanto peso en el sistema educativo chileno que, modificándose esta, inevitablemente empezamos a cambiar el resto”, dice Teresa Flórez, académica de la Universidad de Chile. Es cierto, pero algo siempre nos detiene. Quizás tendrá que ver con los sistemas estandarizados de rendición de cuentas. Aquella sombra constante que nos impide cambiar e innovar con seguridad.

Del mismo modo como hemos cambiado varios procesos y prácticas al interior de nuestros centros educativos, producto la crisis sanitaria, es momento de revisar lo que pasa con la evaluación en nuestras escuelas y colegios. Sobre todo, porque tiene que ver con la construcción del modelo de persona que queremos: aquel sujeto ciudadano que se forma en nuestras aulas. Porque cuando la evaluación se desarrolla separando a los estudiantes por filas, resolviendo pruebas de alternativas, por ejemplo, estamos, consciente o inconscientemente, desarrollando prácticas que promuevan un tipo de alumno. Uno que es silencioso, individualista, donde no tiene oportunidad para equivocarse, dado que sólo se trata de la alternativa A o B, entre otras. El foco no debería estar en preguntarse cómo hacemos para que no copien: la verdadera pregunta debería ser cómo repensamos los instrumentos y escenarios de evaluación para levantar y acompañar los logros de aprendizaje, y no sólo cuánto recuerdan y pueden reproducir de lo dicho por el profesor. Porque las notas no cuentan toda la historia detrás del aprendizaje de nuestros estudiantes.

La pandemia vino a dejar en evidencia muchas problemáticas en educación, pero también nos ha brindado una tremenda oportunidad. Hoy podemos repensar aquellas prácticas más enquistadas en nuestras escuelas, especialmente los formatos en los cuales evaluamos a nuestros alumnos. Es la oportunidad de avanzar de manera decidida, en la correcta implementación del Decreto 67, por ejemplo. Porque tal como expresó Neus Sanmartí, química y académica española, “si no cambia la evaluación, no cambia nada”.

Roberto Bravo
Director de Red Educativa, Capítulo Maule.