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Opinión

Apruebo Dignidad: cómo y hacia dónde

Por: Rodrigo Mallea y Leonardo Jofré | Publicado: 14.09.2021
Apruebo Dignidad: cómo y hacia dónde |
Requerimos de la definición de apuestas políticas (tácticas y estratégicas) que vayan más allá de la simple disputa electoral, pues de lo contrario se corre el riesgo de la atomización permanente al no existir un proyecto común definido, o que dicho proyecto sea visto como una iniciativa meramente electoral, sin la generación de movimientos de masas politizados. O peor: podemos efectivamente serlo. En ello, debiésemos dar un ejemplo de construcción: convocar a personas independientes y organizaciones sociales a formar parte de ellas, territorializando su discusión, permitiendo síntesis comunales, regionales y nacionales. Un futuro Congreso de Apruebo Dignidad. Nuestro proyecto no debe ser de cúpulas, debe ser de bases.

La reciente elección de Gabriel Boric como el candidato presidencial de Apruebo Dignidad es un hito de relevancia para la política de izquierdas post dictaduras. No sólo es primera vez que desde entonces un declarado político del sector –en una alianza amplia pero que se define desde la misma vereda– logra un nivel de protagonismo electoral tan relevante mediante el voto ciudadano, sino que también logra posibilidades ciertas de ser gobierno.

El camino para construir el pacto no ha estado exento de tensiones, tensiones que nacieron prematuramente durante el proceso de campaña del plebiscito constitucional. Interpelaciones desde el centro y la centroizquierda concertacionista hablaban de la “responsabilidad” como un imperativo ético despolitizado, donde la unidad de toda la oposición –sin mediar programa, sin mediar ideas– era usada como herramienta de extorsión, y quienes no estuvieran por ella –nos acusaban– seríamos cómplices de una abrumadora derrota electoral frente a la derecha. En medio de esta presión, que también caló en sectores progresistas, se erigió Apruebo Dignidad: proyecto que tendió puentes entre Chile Digno, el Frente Amplio y organizaciones sociales. En ello es precisa la sinceridad: no es que existiera acá, en ese entonces, una concordancia programática declarada. Pero es que no tenía la misma obligatoriedad: la mayoría de quienes conformamos estos espacios provenimos de las mismas luchas, lo que –caricaturescamente, pero no por ello menos cierto– se expresa en el continúo encuentro en espacios, a veces con las mismas caras, pero con distintas banderas.

El pacto se erigió así, entonces, en una apuesta presidencial con la ya referida exitosa primaria. Ello nos llena de desafíos que deben superar lo electoral. Así, no hablamos de sólo la fusión de programas presidenciales –donde de seguro habrá más coherencias que disimilitudes– sino de construir un proyecto político a mediano y largo plazo, tarea hoy ausente pero necesaria, y que no puede perderse de vista pese a la coyuntura eleccionaria.

¿Cuáles son, entonces, aquellas necesidades? Primero, requerimos de la definición de apuestas políticas (tácticas y estratégicas) que vayan más allá de la simple disputa electoral, pues de lo contrario se corre el riesgo de la atomización permanente al no existir un proyecto común definido, o que dicho proyecto sea visto como una iniciativa meramente electoral, sin la generación de movimientos de masas politizados. O peor: podemos efectivamente serlo. En ello, debiésemos dar un ejemplo de construcción: convocar a personas independientes y organizaciones sociales a formar parte de ellas, territorializando su discusión, permitiendo síntesis comunales, regionales y nacionales. Un futuro Congreso de Apruebo Dignidad. Nuestro proyecto no debe ser de cúpulas, debe ser de bases.

En ello, la conformación de espacios comunes que se materialicen en organización desde la lucha sectorial y territorial es un imperativo. Un gobierno no sólo se basa en su buena gestión funcionaria y política, sino en la activación de los pueblos socializando el programa y sus concreciones, como también defendiéndole.

De la misma forma, requerimos de esfuerzos militantes que permitan superar internismos que nos hagan perder el norte. Nuestra militancia está en nuestros partidos o movimientos, pero debe primar, frente al desencuentro, nuestra militancia en la izquierda. La lógica de la mera acumulación resulta muchas veces un espejo de la competencia como principio tan característico del modelo neoliberal.

No menos relevante es combatir la elitización de la política dentro de nuestras orgánicas y pactos. Cuando la representación política recae de forma mayoritaria en grupos que han sido históricamente privilegiados, se produce la desafección de buena parte de quienes por mucho tiempo han esperado una identificación propia en la política. De la misma manera, es preciso evitar que los espacios particulares o comunes se transformen en verdaderas oligarquías que cuidan más sus intereses que los del proyecto, como también que sólo puedan hacer política quienes sostengan la capacidad económica o puedan prescindir del trabajo remunerado y/o de cuidados. Establecer correctivos es un imperativo si se desea una consecuencia entre el programa y su materialización.

A nivel más político-coyuntural, debemos asumir que la disputa de las condiciones materiales también se genera mediante el plano subjetivo, interpelando conciencias. Se ha dicho, en ese plano, que la candidatura de Gabriel Boric ha buscado el centro político. Ese centro político, de carácter difuso, ya no se representa con una orgánica en particular, sino más que nada con una idea de moderación –de forma y/o fondo– frente al cambio. Establecer mayorías sí pasa por sumarle, pero no es irrelevante la manera en que aquello se hace.

Debe disputarse dicho centro, pero no asimilando sus posiciones para conquistar su voto, sino construyendo un relato coherente que establezca la necesidad y gradualidad de los profundos cambios y, por cierto, tensionando en sus contenidos hacia un proyecto de izquierda. Se trata de disputar el sentido común, no adecuarnos en sus elementos centristas electoralmente a él. Así, y pese a la ambivalencia mostrada por ciertos sectores, los resultados electorales –sobre todo de la Convención Constitucional– muestran claramente el declive de la derecha y la ex Concertación, favoreciendo a listas que representan mayoritariamente a procesos sociales (movimientos sociales), de sectores aletargados por la política institucional (ex Lista del Pueblo) o de expresiones sociales e institucionales como Apruebo Dignidad. Incluso con un PS con una clara mayor votación que sus socios históricos. Si bien aquello malamente podría ser tomado como definitorio, ignorarlo sería una lectura interesada a favor de posiciones más conservadoras.

En esos elementos de disputa, resulta clave volver a poner en el centro a los pueblos de Chile como evocativo identificatorio. En ello, interpelar a la clase trabajadora desde la precariedad del trabajo en nuestro país con elementos cotidianos que permitan también su identificación. Cruzar ese relato necesariamente con las identidades postergadas que representan sus luchas desde el feminismo, los pueblos originarios, las disidencias sexo-génericas, las personas con discapacidad, entre otras. Articular una interseccionalidad que no olvide el elemento de clase, pero jamás se rinda frente a la ortodoxia de no comprender las luchas que por décadas se han levantado frente a otras maneras de opresión y dominación.

Vemos el serio riesgo de lo que podría ser un proyecto determinante para los pueblos de Chile que termine por sucumbir frente a las desconfianzas que han marcado el camino de las izquierdas en Chile. Desconfianzas no sólo entre orgánicas, sino hacia el campo popular y los pueblos movilizados. Mucho hablamos de que fueron las masas movilizadas quienes abrieron el proceso constituyente, pues entonces debemos materializar eso en nuestra política como alianza: construir no sólo con sus actores claves, sino desde tales.

Rodrigo Mallea y Leonardo Jofré
Abogades e integrantes del Comité Central de Convergencia Social.