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Opinión

A río revuelto

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 03.12.2021
A río revuelto Caricatura de Balmaceda en el periódico satírico El Padre Padilla |
¿Cómo pensar a Chile desde un mundo que no sea portaliano ni antiportaliano? Desde los tiempos rancios del ministro de marras y de sus opositores pipiolos han pasado tantas, tantísimas vicisitudes. El tiempo aquel, podríamos decir, es nuestra prehistoria. Desde entonces ha ido madurando una apasionada voluntad democrática que ha prestigiado, que ha enaltecido nuestro convivir junto a los pueblos de la Tierra. Esa sensibilidad democrática es la que permite reconocernos próximos, prójimos. Desde los anhelos liberales de José Manuel Balmaceda en 1886 hasta el humanismo socialista de Salvador Allende en 1970.

Después de vivir el levantamiento social de 2019 que llevó a la apuesta por una nueva Constitución Política para Chile en el último mes la cosa se ha puesto impresentable o, al menos, de mal aspecto. Un antiguo UDI remozado empina un orden gastado y desgastado. Escudado tras un equívoco ‘frente’ social cristiano. En la onda de las Cruzadas. El hombre no manifiesta una particular sensibilidad histórica. Públicamente reconoció no haber leído a Mario Góngora. Intelectuales allegados a El Mercurio, vocero del conservadurismo santiaguino, festejan el ocaso del levantamiento de octubre. Una dama muy conspicua dice que tras la revolución francesa se impuso Napoleón y el militarismo. Tal cual. Para qué más. Estaríamos en modo napoleónico. Un rector portaliano dice que la historia verdadera no se compadece con las euforias pueriles, los aires adolescentes, la beatería juvenil. Con un lenguaje dignísimo del malhablado Diego Portales dice que no a las payasadas, las tonterías, los simplismos estúpidos. Vamos reuniendo palabras estentóreas, retumbantes. Desde otra punta, un Premio Nacional de Historia, antiportaliano, dice no creer en ningún candidato, y que nadie sino él comprende el sentido del tiempo. Vamos reuniendo palabras altisonantes.

¿Cómo pensar a Chile desde un mundo que no sea portaliano ni antiportaliano? Desde los tiempos rancios del ministro de marras y de sus opositores pipiolos han pasado tantas, tantísimas vicisitudes. El tiempo aquel, podríamos decir, es nuestra prehistoria. Desde entonces ha ido madurando una apasionada voluntad democrática que ha prestigiado, que ha enaltecido nuestro convivir junto a los pueblos de la Tierra. Esa sensibilidad democrática es la que permite reconocernos próximos, prójimos. Desde los anhelos liberales de José Manuel Balmaceda en 1886 hasta el humanismo socialista de Salvador Allende en 1970. Las guerras azuzadas por sus enemigos no consiguieron sino concederle más dignidad a sus miradas amplias y generosas por una vida justa en Chile. En los tiempos de una oligarquía señorial y antidemocrática, de cuño colonial, Balmaceda ofreció esperanzas a un mundo invisible e invisibilizado. “El pueblo entendió esa mirada buena de Balmaceda; hace de ello cuarenta años y se acuerda todavía de aquellos ojos cordiales”, escribió Gabriela Mistral. Casi un siglo más tarde, Salvador Allende ofreció una oportunidad a ese mismo pueblo de siempre, coincidiendo con una búsqueda espiritual generalizada en su momento. Se comprobaba y se exigía entonces el valor de la participación. “Paulatina y arduamente todos los chilenos quieren ser los protagonistas de su historia. Esta es la dimensión más ricamente humana de la progresiva democratización del país”, decían los obispos católicos del país, titulando su mensaje con una expresión mistraliana (Chile, voluntad de ser, 5 de abril de 1968). La dictadura de 1973 echó por la borda esa tendencia espiritual inequívoca.

Es indispensable pensar nuestro presente de 2021 a la luz de esta historia concreta. Los atolondrados periodistas que animaron y cubrieron el proceso electoral de este año nunca preguntaron a los candidatos por su visión de la historia de Chile. No había pasado. Tampoco, entonces, futuro. En estos días otro Premio Nacional de Historia logró enfrentar una entrevista sin aludir a ningún hecho histórico concreto. Olvidó los acontecimientos, esquivó su propio quehacer. Somos los herederos de una exigente y vibrante historia democrática. De carne y hueso. Y esta no es una mera experiencia política. Es una auténtica experiencia espiritual. Donde todos y todas nos reconocemos en diálogo. Pero no sólo del diálogo ‘dialéctico’, más propio de Occidente, que puede ser apenas un instrumento de poder, un medio puesto al servicio de la voluntad de poder. De lo que se trata es de un fecundo diálogo ‘dialógico’, donde los interlocutores se asumen todos como un “tú” verdadero e imprescindible, como seres humanos en comunicación personal entre sí y con la misma Tierra. A ver si así nos necesitamos, nos encontramos. Más allá del río revuelto (Raimon Panikkar, Culturas y religiones en diálogo, 2017).

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.