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Opinión

Columnistas temerarios

Por: Pablo Geraldo | Publicado: 16.12.2021
Columnistas temerarios Pablo Ortúzar y Sylvia Eyzaguirre |
Las posiciones del columnismo de derecha fueron inequívocas durante los peores días del gobierno de Piñera. Su juicio acerca de lo que estaba pasando, de la gravedad del abuso policial, y su incapacidad de actuar como dique de contención frente a las violaciones generalizadas de los derechos humanos provenientes del gobierno de su sector fueron la principal advertencia de que no podíamos contar con ellos a la hora de la verdad. El cerco sanitario que no fue frente a la candidatura de Kast terminó de echar por tierra, sin aún existían, las ilusiones de una derecha alejada definitivamente del pinochetismo. Sea cual sea el resultado de la elección, realizar un balance de lo ocurrido resultará fundamental para abrir la posibilidad de que, ahora sí, tengamos al fin una derecha democrática en Chile.

Pensadores temerarios se titula el polémico libro que el liberal estadounidense Mark Lilla publicó en 2001. Se trata de una crítica casi convincente a lo que denomina “la tentación de Siracusa”, es decir, la tentación que al menos desde Sócrates enfrenta todo pensador: la de sucumbir ante la seducción del poder, volviéndose acrítico y servil frente a gobiernos tiránicos. Ya sea por oportunismo o soberbia, la tentación del intelectual es proyectar en un gobierno de este tipo la esperanza de que sus fantasías teóricas se realicen en el mundo.

A través de perfiles biográfico-intelectuales de figuras como Heidegger, Benjamin, Foucault o Derrida, Lilla ilustra el naufragio de aquellos pensadores del siglo XX cuya sofisticación argumental (bordeando a veces oscurantismo) no fue, sin embargo, capaz de distinguir entre democracia y tiranía cuando el dilema se presentó nítido delante de sus ojos. De allí que Lilla se refiera a este grupo como “intelectuales filotiránicos”.

La venidera segunda vuelta presidencial ha dado lugar a nuestra propia miniatura de este drama, acumulándose ejemplos de “columnistas temerarios”, quienes, sin el genio de las figuras descritas por Lilla, comparten sin embargo su incapacidad de orientarse políticamente y posicionarse de manera inequívoca en defensa de la democracia cuando la situación así lo demanda. Hay incluso quienes toman como ofensa personal y afrenta a su autonomía la simple pregunta por su postura para esta elección.

Una coalición variopinta de autodenominados liberales y conservadores “buena onda”, derechistas súbitamente reconvertidos en nostálgicos de la Concertación, unidos a pinochetistas de cepa como el propio Kast, se han puesto detrás de la candidatura de la ultraderecha. Sus voceros e “intelectuales” (las comillas son de rigor) nos deleitan cada fin de semana con columnas que buscan convencernos de que Kast no representa el peligro para la democracia que muchos temen mientras que, por otro lado, la candidatura de Boric sí representaría el riesgo de una deriva autoritaria. Hay una reconocible división del trabajo entre columnistas: cada cual presiona una única tecla, pero en su conjunto constituyen una orquesta compuesta por sus centros de estudios, que ejecutan un concierto de manera bastante ordenada.

Lo que tienen en común estos “columnistas temerarios”, además de sus fuentes de financiamiento, es que su pensamiento se caracteriza por un doble movimiento, a la vez contradictorio y complementario: negar la distinción de lo distinto, mientras afirman la diferencia de lo idéntico. Dependiendo de la situación, y a conveniencia, nuestros pensadores recurren al artilugio de negar diferencias fundamentales para insistir en que dos cosas que parecen distintas son, en verdad, iguales, mientras otras veces se sirven del movimiento contrario para afirmar que dos cosas evidentemente iguales son en realidad distintas.

Detengámonos en un ejemplo de hipostasiar lo distinto. En el marco de nuestra coyuntura electoral, los columnistas en cuestión suelen sostener que las dos candidaturas presidenciales son extremos equidistantes de un justo medio político (representado por ellos, por supuesto); si la sombra de Pinochet (y Bolsonaro, y Trump) se extiende sobre la candidatura de Kast, la sombra de Castro (y Chávez, y Maduro) se extiende sobre la de Boric. Jugar al empate es el deporte favorito del grupo (“venga de donde venga”). Nada importa que la dictadura en cuestión sea local o foránea, que la cercanía de unos se haya traducido en colaboración y directa complicidad, y la de otros en meros saludos a la bandera, o que el liderazgo de un proyecto recaiga sobre un recocido apologeta de torturadores en lugar del más moderado de su coalición.

El segundo movimiento, “afirmar la diferencia de lo idéntico”, se traduce en antojadizas distinciones fundamentales sobre cuestiones consideradas intransables cuando se trata de acusar al sector contrario. Así, dicen, todos los políticos serían irresponsables y populistas, con ansias de poder y dispuestos a involucrarse en la más burda demagogia y clientelismo para obtener votos, todos los partidos serían corruptos y sus dirigentes mediocres; sin embargo, sólo un sector lo sería intrínseca e irremediablemente, como un sello inscrito en sus propias ideologías y, porqué no decirlo, en sus personas. Quizás el mejor ejemplo de esto sea el tristemente célebre ex anarquista y actual cosplayer de profeta veterotestamentario Pablo Ortúzar, quien destaca por emplear apelativos como “monstruos morales” para sus adversarios, mientras pide moderación y subir el nivel del debate.

El columnismo de la derecha criolla se ha vuelto incapaz de distinguir una interpelación de una funa, una funa de un linchamiento, y un linchamiento de una dictadura. Sylvia Eyzaguirre en su polémica con Pablo Simonetti nos ha regalado sólo el más reciente y ridículo de los ejemplos. Resulta además llamativo que el repositorio de metáforas a las que echan mano los columnistas de la “nueva derecha” para describir la insoportable realidad de ser públicamente cuestionados provenga, precisamente, de su propia tradición, lejana y no tanto, de filiaciones tiránicas (especialmente de las aberraciones cometidas en nombre del cristianismo y la seguridad nacional). Sin un dejo de ironía acusan a sus adversarios políticos de fanatismo, persecución, inquisición y dictadura. Así, se acumulan las referencias al “fanatismo religioso del octubrismo”, la “neo-inquisición progresista”, la “dictadura de las mayorías” o la “dictadura gay”, para no mencionar el tristemente célebre mote de “feminazismo”.

Sus metáforas se estiran hasta el límite de la imaginación, no habiéndose visto semejante exageración desde la Segunda Guerra Mundial. Mientras tanto, hacen malabares (con más convicción que talento) para esquivar el bulto de las persecuciones que apenas anteayer ellos mismos encabezaron, y las cruzadas que esperan emprender y para las cuales están activamente reclutando fanáticos en redes sociales. Así, hablan felizmente de gobierno militar, y al igual que ayer hablan de los “excesos” cometidos en el intento por mantener el orden público, mientras abren espacio y proveen de respetabilidad a un candidato que visita y promete indultos para Krassnoff y otros criminales de la dictadura.

El columnismo echa mano a un sinfín de referencias inconexas y a un repentino impulso de precisión conceptual para defender su trinchera. Así como ayer nos indicaban que hablar de la “dictadura de Piñera” era una aberración, hoy sostienen que José Antonio Kast no puede ser descrito propiamente como nazi. Sin duda, ni Piñera es un dictador, ni Kast es propiamente un fascista. Omiten hacerse cargo, sin embargo, de dónde provienen y qué rol juegan dichos apelativos en el discurso político, que están bastante lejos de ser pura conveniencia o exageración de campaña.

Palabras equívocas, pero que designan fenómenos reales. Frente a ello, nuestros columnistas prefieren perseguir las palabras y perderse en el laberinto de los significados, en lugar de asir la realidad para mirarla de frente. Mientras en Chile cada semana teníamos nuevos casos de mutilación ocular, los columnistas temerarios matizaban obscenamente la violencia policial. Mientras el gobierno consideraba la posibilidad de “ir más allá del Estado de Sitio”, los columnistas temerarios acusaban a la oposición de querer derrocar al gobierno por hacer uso de sus facultades constitucionales para frenar la barbarie.

Vale la pena reiterar el punto, porque en esto se juega la posibilidad de una futura, aún imaginaria, derecha democrática en Chile: Piñera no es un dictador, pero su Presidencia ha sido algo mucho peor que un mal gobierno. Las generalizadas violaciones a los derechos humanos, el uso político de la prisión preventiva, y la descarada intervención electoral de las últimas semanas, han erosionado al máximo la legitimidad institucional. Por otra parte, el “fascismo” de Kast, en tanto heredero y profundizador de Piñera, quiere denunciar un peligro real de regresión autoritaria, con persecución a opositores y centros de detención clandestinos, una Presidencia que inauguraría un camino de deterioro abrupto y quizás irreversible para la democracia.

Cabe preguntarse, por último, a qué pulsión responde el afán de corregir el lenguaje ajeno que denuncia un horror real aunque malnombrado, perpetrado por los aliados que ostentan el poder (“Piñera dictador”), mientras se acude a formulaciones y comparaciones derogatorias (“dictadura gay”, “feminazismo”) para denunciar peligros imaginarios provenientes de grupos socialmente marginados.

Hacia el final de su libro, Lilla cita una importante distinción en el carácter filotiránico de intelectuales alemanes y franceses: mientras los primeros pecaron de poca política, escondiéndose en la unidad mística de la lengua y la nación, los segundos se politizaron a tal punto que experimentaban la democracia liberal como una insoportable tiranía. Nuestros “columnistas temerarios” son a la vez lo uno y lo otro. Ven a un pueblo telúrico y olvidado en lo que son los esfuerzos concertados de la más peligrosa ultraderecha, al mismo tiempo que proyectan los terrores de una dictadura en las luchas emancipadoras de grupos históricamente oprimidos. Así, cuelan el mosquito y se tragan el camello.

Las posiciones del columnismo de derecha fueron inequívocas durante los peores días del gobierno de Piñera. Su juicio acerca de lo que estaba pasando, de la gravedad del abuso policial, y su incapacidad de actuar como dique de contención frente a las violaciones generalizadas de los derechos humanos provenientes del gobierno de su sector fueron la principal advertencia de que no podíamos contar con ellos a la hora de la verdad. El cerco sanitario que no fue frente a la candidatura de Kast terminó de echar por tierra, sin aún existían, las ilusiones de una derecha alejada definitivamente del pinochetismo. Sea cual sea el resultado de la elección, realizar un balance de lo ocurrido resultará fundamental para abrir la posibilidad de que, ahora sí, tengamos al fin una derecha democrática en Chile.

Pablo Geraldo
Sociólogo. Estudiante de posgrado en la Universidad de California.