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Las expectativas

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 16.01.2022
Las expectativas |
Por tratarse de una candidatura que decía representar al “nuevo Chile”, y que tuvo que batallar contra la adversidad de una primaria, una primera y una segunda vuelta presidencial, las palabras y promesas de campaña de Gabriel Boric generaron altas expectativas y están muy presentes en la memoria de las personas. Uno recuerda robustos anuncios de reformas estructurales, como aumentar los impuestos a los más ricos para mejorar las condiciones de los más desposeídos, ampliar la red de protección social y mejorar los salarios de los que menos ganan. El nuevo gobierno generó altas expectativas relacionadas con las condiciones materiales del Chile actual.

La expresión “condiciones materiales de la existencia” fue inaugurada por Marx como criterio de análisis opuesto al idealismo de la época (socialismo utópico y anarquismo) y su pretensión de que son las ideas las que rigen y conducen la vida social. Marx sugirió que la clave de la vida social era la forma en que los humanos trabajan y el resultado que obtienen por ello, por eso dijo que “una época nunca se proponía a sí misma más problemas que los que era capaz de resolver”. El marxismo contemporáneo (Laclau y compañía) sigue suscribiendo ese principio de que las condiciones materiales de la existencia son fundamentales para comprender la forma en que las sociedades cambian y formulan sus preguntas y desafíos. Por eso cualquier marxista, o alguien que suscriba las ideas de Marx, nunca se limitaría a moralizar la vida social para asignar sentido a las rebeliones populares.

La post marxista Chantal Mouffe sugiere que, a pesar de que en la actualidad los teóricos políticos anuncian la desaparición de lo político, lo que sucede actualmente es que lo político se expresa en un registro moral; las diferencias se plantean en términos morales y, en lugar de una lucha entre “izquierda” y “derecha”, se trata de una lucha entre el “bien” y el “mal”. Es esta paradoja entre las condiciones materiales de existencia y la moralización de la vida social la que aparece en el centro de la discusión política del conglomerado Apruebo Dignidad, domicilio donde conviven el Partido Comunista y el Frente Amplio. Y se trata de una paradoja política y cultural que se deja ver en las dos dimensiones que hoy caminan en paralelo, cuales muñecas gigantes que van lanzando pétalos de expectativas materiales y simbólicas por las calles del país: la Convención Constitucional y el gobierno de Gabriel Boric.

Por un lado, la Convención, desde su instalación, se ha sentido con la misión de representar los reclamos y las demandas de octubre de 2019 desde las razones normativas que intentan dibujar una concepción más o menos ideal de una sociedad política a partir del cambio de una Constitución y sus normas. Es decir, para esa instancia, la razón normativa sería suficiente para apaciguar el malestar de la sociedad actual. Por otro lado, llega el primer gobierno del Frente Amplio, algo que de seguro ningún joven militante, en sus sueños del verano pasado, hubiera imaginado (que, en enero de 2022, se estaría probando trajes ministeriales).

Por tratarse de una candidatura que decía representar al “nuevo Chile”, y que tuvo que batallar contra la adversidad de una primaria, una primera y una segunda vuelta presidencial, las palabras y promesas de campaña de Gabriel Boric generaron altas expectativas y están muy presentes en la memoria de las personas. Uno recuerda robustos anuncios de reformas estructurales, como aumentar los impuestos a los más ricos para mejorar las condiciones de los más desposeídos, ampliar la red de protección social y mejorar los salarios de los que menos ganan. El nuevo gobierno generó altas expectativas relacionadas con las condiciones materiales del Chile actual.  

No cabe duda que el vertiginoso cambio en las condiciones materiales ha generado un conjunto de cambios culturales, un conjunto de transformaciones en la subjetividad de los chilenos y chilenas. Es evidente que el país actual, forjado al calor translúcido del capitalismo acelerado, vive mejor que hace 30 años, vive más que hace 30 años y siente una autonomía y una desesperanza que no experimentaba hace 30 años. Se trata de un nuevo país que carga una mochila con expectativas crecientes, donde se mezclan aspiraciones materiales y simbólicas.

He ahí el desafío del nuevo gobierno, lidiar con las expectativas de un sujeto que no perdona cuando ve que su “cuarto de libra” demora más de lo habitual. Ni pensar en que ese sujeto, dadas las condiciones ambientales de la economía (inflación, falta de inversión, desvalorización del mercado de capitales, merma en la capacidad de consumo de las personas) y de la política (lo que pudiera ser un traumático epílogo de la Convención Constitucional) tenga que retroceder en sus condiciones materiales de existencia y, por ende, postergar sus anhelos culturales. Eso, definitivamente, sería una tragedia, tanto para el gobierno, como para la Convención. Por lo mismo es que uno de los principales desafíos del nuevo gobierno debiera ser el de saber domeñar las expectativas de un país ansioso y recordar aquella recomendación del viejo Marx: una época no debe proponerse más problemas de los que es capaz de resolver.

Cristián Zúñiga
Profesor de Estado. Vive en Valparaíso.