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La Universidad sale al pizarrón

Por: Miguel Orellana Benado | Publicado: 26.04.2022
La Universidad sale al pizarrón Casa Central de la Universidad de Chile |
En la próxima elección, la manecilla del barómetro se moverá hacia la estabilidad y el orden. Hasta donde alcanzo a discernir, tal es el anhelo de la inmensa mayoría de la sociedad chilena hoy. Vendrá el buen tiempo, y se alejará la tormenta. La Universidad es el barómetro de Chile.

Casi 3.700 profesores de la Universidad de Chile (en adelante, por razones que pronto quedarán claras, diré solo “la Universidad”) votaremos el 12 de mayo para decidir quién ejercerá de rector en el período 2022-2026. Me detengo aquí en un asunto de corte histórico, una dimensión que, hasta hace poco, era tratada con respeto, al menos en la periferia ilustrada de la sociedad. Pero que hoy pareciera importar cada vez menos a quienes forman y, también, a quienes son formados en la educación que se proclamó a sí misma “superior”.

El origen último de la institución universitaria chilena, su útero, es la comunidad de maestros y discípulos que los dominicos instalaron en sede conventual en 1622, en la Iglesia del Rosario, en la manzana al norte de la Plaza de Armas de Santiago (entonces, de Nueva Extremadura). Su fundamento jurídico fue una autorización pontificia para conceder grados académicos en filosofía moral y en teología otorgada a petición del Rey de España. En términos históricos, el 12 de mayo se dirimirá quién encabezará la Universidad cuando ésta inicie su quinto siglo. Aunque ella lo ha olvidado, motivo por el que también la sociedad chilena lo ignora (más allá de los distintos nombres), la continuidad tanto jurídica como pedagógica de la actual comunidad con su primera sede está clara.

El día señalado cuatro candidatos disputarán por la sucesión de los dos primeros rectores que la Universidad tuvo con su actual nombre. ¿Quiénes fueron ellos? Entre 1839 y 1843 el primer rector de la Chile fue un cura, y de los antiguos (es decir, “pelucón”), a quien hoy pocos recuerdan, un descendiente de conquistadores, abogado, doctor en Derecho, político y canónigo tardío, don Juan Francisco Meneses Echanes. Y el “mamahuevo” (vocativo coloquial con el que he oído tratarse a gritos a sus compatriotas en Chile), a quien la Enciclopedia Británica describe como “el padre intelectual de América del Sur”: me refiero al “incomparable” polímata caraqueño don Andrés Bello quien, luego de rendir examen ante una comisión presidida por Meneses, se graduó en 1836 de bachiller en Sagrados Cánones y Leyes en la entonces denominada Universidad de San Felipe del Estado de Chile, fue su segundo rector entre la instalación de 1843 y hasta su muerte en 1865.

Por primera vez, gran noticia, postulan a la rectoría dos destacadas y reconocidas académicas. Estamos en la era digital, un tiempo histórico nuevo. Por este motivo me permitiré mencionar detalles que, en la era clasista y machista que agoniza, eran considerados de mal gusto. En el orden alfabético, postula mi apreciada amiga y distinguida colega, la Dra. Rosa Devés Alessandri (72). Luego viene el postulante que también muchos apoyamos, el Dr. Sergio Lavandero González (62). Tercera, una destacada pionera del feminismo en Chile, la Dra. Kemy Oyarzún Vaccaro (76). Y, en cuarto lugar, el Dr. Pablo Oyarzún Robles (71), de cuya inteligencia privilegiada he tenido evidencia desde hace casi cuarenta años.

La Universidad pareciera estar remando en contra de su propia historia reciente: el rector Vivaldi ganó su primera elección con 62; su predecesor, el rector Pérez, con 63; y el rector Riveros con sólo 50. Y, también, contra la corriente vigente en la sociedad chilena, que recién eligió al Presidente más joven de su historia. En todo caso, esta señora (la Universidad), a pesar de sus cuatro siglos y su desmemoria, se está aggiornando, expresión italiana para “poniendo al día”.

La opción será “paritaria”. Dos mujeres contra dos varones. Pero, se preguntará el lector, ¿por qué importa esta elección? Respuesta: por razones históricas, es decir, políticas: de identidad, de pasado y de futuro. La Universidad, la educación, es el barómetro de la sociedad chilena. Prepara y anuncia el tiempo por venir, si éste será estable y bueno, o tormentoso y malo.

Aunque múltiples ejemplos de los siglos XVII, XVIII y XIX (cuando la institución universitaria chilena tuvo otros nombres) verifican esta tesis, daré sólo dos, tomados ambos del siglo XX. Primer ejemplo: hace cincuenta años, en mayo de 1972, durante la Unidad Popular (periodo esperanzador para muchos, atemorizante para otros, confuso para todos), enviada en gira de propaganda por la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, visitó Chile la primera mujer que salió de la Tierra y viajó por el espacio exterior, la coronel rusa Valentina Tereshkova. Esta proeza, un olvidado catalizador del feminismo, daba prestigio al Estado que la hizo posible.

Su gira incluyó visitar el Liceo Experimental Manuel de Salas, que era entonces la joya de la educación pública secundaria chilena y que dependía de la Universidad. Era la cuna de oro del progresismo pre-universitario: Vicente Bianchi, Susana Bloch, Adriana y Ana Bronfman, Humberto Maturana y Ricardo Lagos Escobar, entre tantos otros, estudiaron ahí en la primera mitad del siglo XX. En ese establecimiento fiscal, ubicado en el Palacio Torres en Ñuñoa, la Universidad llevó a cabo “experimentos pedagógicos”, que también olvidó, pero sin los cuales no se entiende cómo surgió la actual sociedad chilena, con sus luces y sus sombras tenebrosas.

El Liceo Experimental educó juntos por vez primera a varones y mujeres desde la infancia que se regían en el marco de la auto-disciplina; reemplazó los tradicionales libros de texto por guías preparadas por los profesores; concedió opciones de flexibilidad curricular a sus estudiantes; y les dio una formación ciudadana temprana con bases históricas. Cada curso elegía un presidente, un secretario y tesorero, y sesionaba los lunes en un “Consejo de Curso”.

Además, se votaba por un “Gobierno Estudiantil”, cuyo presidente tenía un cupo reservado en el Consejo de Profesores, la máxima instancia colegiada de gobierno del Liceo Experimental. Una mujer presidió el Gobierno Estudiantil ya a comienzos de los años 40. Setenta años más tarde otra mujer presidió la República. ¿Se fija? La Universidad fue el útero de los movimientos estudiantiles de secundarios. En la Federación de Estudiantes que financia han comenzado múltiples carreras políticas. Cada 18 de septiembre los alumnos representaban con solemnidad la instalación de la Junta Gubernativa que presidió ese día del año 1810 don Mateo de Toro Zambrano y Ureta, el primer criollo elegido Jefe del Estado por aclamación de los vecinos de Santiago. El Liceo Experimental, como la Universidad toda, era el corazón de la renovación progresista.

Sin embargo, ese año de 1972, cuando la Tereshkova visitó el Liceo Experimental, los estudiantes eligieron presidente a un “facho”, un alumno derechista, a quien llamábamos “el Negro” (en ese lejano tiempo, las redes sociales no existían y nadie temía ser “cancelado” por hablar así). Me refiero a mi amigo de infancia y primera juventud, hoy mi colega en la Facultad de Derecho de la Universidad, el destacado abogado de quiebras Nelson Contador Rosales.

La manecilla del barómetro se alejó del progresismo. Se movió hacia la derecha. Al año siguiente vino el golpe de Estado (una minoría, que pareciera estar en vías de extinción, prefiere aún hablar de “la Liberación Nacional”, “el pronunciamiento” o “la intervención militar”). Es decir, la sublevación de uniformados diseñada por el almirante José Toribio Merino Castro y que, en la undécima hora, instigado por su formidable mujer, fuera capturada por el general Augusto José Ramón Pinochet Ugarte. La Universidad es el barómetro de la sociedad chilena.

Segundo ejemplo: en 1987 Pinochet designó en la rectoría al viñamarino José Luis Federici, formado en la Facultad de Economía y Negocios como ingeniero comercial. ¿Su misión? Terminar de despostar a la corporación, sangriento proceso iniciado en 1981, cuando la dictadura militar civil cercenó sus sedes provinciales, como parte del degollamiento de la educación pública chilena. Estudiantes y profesores se rebelaron. Luego de un par de meses de protestas, tratando de salvar el puesto Federici argumentó que, si era removido de la rectoría, al año siguiente Pinochet perdería el plebiscito y saldría él de La Moneda. Y así ocurrió. La Universidad es el barómetro de la sociedad chilena.

En el contexto histórico, la próxima elección de rector revela su cabal significado. Los profesores saldrán al pizarrón. La pregunta que tendrán que responder es simple: ahora que la Universidad ha vuelto a La Moneda, ¿le convendrá a la Universidad que La Moneda esté también en la rectoría? Los tres postulantes septuagenarios a la Rectoría tienen, es obvio para quienes conocemos su trayectoria, gran sintonía con los egresados de la Universidad que hoy lideran la instancia que antes y con razón se denominó “el Supremo Gobierno”. Mucha gente en la Universidad cree que la candidata mejor aspectada es la Dra. Rosa Devés Alessandri.

Es mujer, una gran ventaja en los tiempos que corren. Y tiene la sangre azul, muy azul que, en un país donde los siúticos somos mayoría, es también una ventaja. Desciende de un rector de la entonces denominada Real Universidad de San Felipe de Santiago de Chile, quien luego fue el tercer decano de la (a la sazón) Facultad de Leyes y Ciencias políticas (hoy de Derecho) de la Universidad de Chile, don José Gabriel Palma Villanueva, el abuelo materno de su bisabuelo, El León de Tarapacá. Pero ella lleva ya más de veinte años en la administración universitaria superior.

Mientras era vicerrectora, y cuando fueron conocidos los resultados de la segunda vuelta, la Universidad autorizó que las dependencias de su Instituto de Estudios Internacionales se transformaran en la “Moneda Chica”. ¿Alguien cree que se hubiera hecho eso de ganar el ciudadano Kast? El triunfo de la Dra. Devés Alessandri aseguraría la continuidad de los actuales equipos directivos, en los que hoy destaca un hermano de S.E., el actual Patrono de la Universidad.

¿Votará por la Dra. Devés Alessandri un electorado inteligente y maduro cuando esté bien informado? Su inmensa mayoría son “ancianos” (quiero decir, personas mayores de 45, que es hoy la mitad de la vida) ¿Les atraerá desempeñarse como lacayos de los briosos treintañeros, a quienes llevó al Palacio de La Moneda la primera revolución que tuvo Chile en la era digital (según otros, “el estallido social” o “la revuelta”) y el filoso sentido de la oportunidad política que distingue a su líder? Lo dudo mucho.

El principal rival de la Dra. Devés Alessandri, el Dr. Lavandero González, sería un rector para la Universidad. De modo tan sobrio como digno combina experiencia y excelencia en investigación, docencia y administración con otro factor fundamental: tener aún la energía para formar y liderar los nuevos equipos que se necesitan. Con él la Universidad podría abordar sus desafíos y alcanzar sus metas. Sergio Lavandero tiene una década menos que el menor de sus competidores.

Avalan también su postulación una cordialidad de trato y la descomunal capacidad de trabajo que lo caracterizan. Ha dado prueba de esta última a lo largo de treinta años, organizando equipos de personas diversas, de cuya colaboración surgen creaciones que obtienen reconocimiento internacional en ciencias y en medicina. Obtuvo por concurso, hace años ya, un medio tiempo en el Southwestern Medical Center de la Universidad de Texas en Dallas. ¿Alguien podría creer que llegó tan lejos por su origen social, por las conexiones que hizo durante su tiempo en el Instituto Nacional, o por el partido político en que milita?

El Dr. Lavandero ofrece transformar la Universidad. Tal proceso supondría muchas cosas. Menciono sólo algunas. Denunciar las “fake-news” hoy vigentes en la educación “superior” chilena respecto de sus orígenes y recuperar para la Universidad su memoria institucional, su historia y, de esta manera, su prestancia ante la sociedad chilena. Y, crucial, volver a poner en el corazón de su tarea formativa la dimensión moral: el pluralismo y el buen trato entre sus integrantes, en especial los más desmedrados, que es una obligación moral básica de quienes tuvieron la fortuna de nacer inteligentes. El trato que en una sociedad reciben sus integrantes más débiles la retrata de cuerpo entero.

Toda educación genuina tiene por objetivo último promover el encuentro entre las personas que es respetuoso, productivo y, cuando corresponda (y de las formas apropiadas), alegre y festivo. La comunidad universitaria (maestros, estudiantes y personal de colaboración) tiene que ser un ejemplo de esto para la sociedad a la que sirve. El Dr. Lavandero, sexagenario temprano, sería un rector para la Universidad, un lujo cuando despunta su quinto siglo.

En la próxima elección, espero, la manecilla del barómetro se moverá hacia la estabilidad y el orden. Hasta donde alcanzo a discernir, tal es el anhelo de la inmensa mayoría de la sociedad chilena hoy. Vendrá el buen tiempo, y se alejará la tormenta. La Universidad es el barómetro de Chile.

Miguel Orellana Benado
Doctor en Filosofía del Humor (Oxford), profesor asociado de Filosofía de la Moral en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Autor de los libros "Allende, alma en pena", "La academia sonámbula" y "Educar es gobernar", entre otros.