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Opinión

El mamarracho (o Cuando la democracia duele)

Por: Esteban Vilchez Celis | Publicado: 08.06.2022
El mamarracho (o Cuando la democracia duele) Carol Bown | Agencia Uno
¿Cómo es que Carol Bown considera a la aberrante Constitución de 1980 un texto seguramente serio y respetable, pese a ser una colección de tonterías y el decreto de un grupito de autócratas, pero un “mamarracho” lo que construyen muchas personas en un esfuerzo infinito de búsquedas de acuerdos y redacciones que recojan las posiciones de todos?

Carol Bown, convencional por la UDI, nació en 1978, en una época en que las brutalidades de la dictadura militar arreciaban. Se tituló de abogada en la Universidad Católica y, entre otras funciones, entre los años 2014 y 2018 fue directora de “formación” de la Fundación Jaime Guzmán.

En una reciente entrevista, calificó al borrador de la nueva Constitución como un “mamarracho”, enfatizando que los chilenos debemos rechazarla en el plebiscito de salida. Me pregunto por qué emplear la palabra “mamarracho”, tan despectiva y ofensiva, en lugar de señalar simplemente que le parece un texto “mal hecho”, que es el significado que a la expresión le asigna la Real Academia Española. Luego, recuerdo que su movimiento político fue el respaldo ideológico de un gobierno que mataba personas y luego las lanzaba al mar desde helicópteros; que torturó a más de 30.000 chilenos, incluyendo mujeres y niños, y que actuaba con un desprecio absoluto por la persona humana. Y, entonces, me digo que no debo hacer preguntas tontas.

Por supuesto, Carol Bown no consideraba un “mamarracho” a la Constitución de 1980, aunque ese texto es pródigo en aberraciones y ridiculeces. Su origen ya cuenta con toda la ilegitimidad imaginable. Se lee en el encabezado del Decreto Ley 3464, publicado en el Diario Oficial el 11 de agosto de 1980, que “La Junta de Gobierno de la República de Chile, en ejercicio de la potestad constituyente, ha acordado aprobar como nueva Constitución Política…”.  ¿Tendríamos que tomarnos en serio que un grupo de militares golpistas se auto asignen una “potestad constituyente”? Esto sí me parece ridículo, pero a Carol, abogada como yo, le debe parecer muy natural, seguramente.

Sigamos viendo el texto constitucional de 1980. Obviamente, sus redactores no fueron elegidos democráticamente. Tres entidades participaron en su elaboración: la Comisión de Estudios de la Nueva Constitución Política, presidida por el abogado Enrique Ortúzar (prueba, una vez más, de que el desprestigio de la profesión de abogado está dado por el hecho de que parecemos estar dispuestos a hacer cualquier cosa que nos pidan); el Consejo de Estado; y, cómo no, la Junta de Gobierno.

Veamos algunos de sus aspectos notables: hay senadores “designados”; el Presidente de la República puede disolver por una vez la Cámara de Diputados; el Consejo de Seguridad Nacional controla que la democracia no se haga demasiado democrática; existe la inamovilidad de los Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas, quienes serán los garantes de la institucionalidad (sí, los que hacen golpes de Estado garantizarían la futura democracia); se consagra el principio de subsidiaridad que, en buenas cuentas, significa que el Estado abandona sus obligaciones de proteger a las capas más débiles y desaventajadas de la sociedad; y, por cierto, los inolvidables artículos 8 y 24 transitorio.

El artículo 8º contenía una vergonzosa descripción para prohibir la existencia de partidos políticos o movimientos “totalitarios” o que se fundasen en “la lucha de clases”. Sólo se derogó en 1989. El artículo 24 transitorio era un auténtico engendro que permitía al Presidente de la República, entre otras cosas, detener personas sin control judicial alguno hasta por un total de 20 días (no digamos, en todo caso, que podemos enorgullecernos de la actitud de nuestro poder judicial durante la dictadura, como puede apreciarse, entre otros, en el libro de Lisa Hilbink).

Concedo que Carol sólo tenía dos años cuando se promulgó esta Constitución de militares que creían tener el poder constituyente y que atentaba de todas las maneras posibles contra los conceptos más básicos de la democracia. Pero, y estoy dispuesto a cualquier apuesta al respecto, seguramente Carol, como directora de formación en la Fundación Jaime Guzmán, nunca calificó a ese texto como un “mamarracho”, a pesar de estar efectivamente plagado de ridiculeces.

En cambio, hoy critica con virulencia el texto de la nueva Constitución. No dudo de que contendrá errores y cosas mejorables, pero el mérito de la Constitución que vendrá no se encuentra en la perfección de sus textos o instituciones, en el correcto uso del español o en el modo en que se emplean la gramática o la sintaxis. Su mérito, estimada Carol, es uno solo: es nuestra Constitución. Te recordaré que es el fruto del trabajo de 154 convencionales cuya elección democrática no está en cuestión y que, si es aprobada, será nuestra Constitución, aunque te duela.

Este gran mérito “democrático” de la nueva Constitución que viene es algo que ninguna de las Constituciones precedentes puede reclamar. Es la primera vez que el texto constitucional será la expresión de un pueblo completo, tanto porque sus redactores fueron democráticamente elegidos como porque tendremos un plebiscito transparente.

¿Cómo es que Carol Bown considera a la aberrante Constitución de 1980 un texto seguramente serio y respetable, pese a ser una colección de tonterías y el decreto de un grupito de autócratas, pero un “mamarracho” lo que construyen muchas personas en un esfuerzo infinito de búsquedas de acuerdos y redacciones que recojan las posiciones de todos?

Lo que pasa es que a muchos, Carol incluida, la democracia les duele. Les duele que las mujeres eternamente postergadas e invisibilizadas ahora hagan valer sus derechos; les duele que tantos indígenas que antes debían soportar sus penas y tristezas en el silencio, ahora orgullosos incidan en una constitución política; les duele que las disidencias y diversidades sexogenéricas eternamente objeto de burlas y discriminaciones, sean redactores de la carta fundamental; les duele, por sobre todas las cosas, ser una élite que, por primera vez, debe sentarse a mirar cómo otros redactan una constitución que, también por primera vez, no servirá para fortalecer sus privilegios, sino que los pondrá en duda y, de ser posible, acabará con ellos, pues será la justicia social el objetivo de esta nueva carta magna. Entiendo que les moleste que no se tomen demasiado en cuenta las posturas y deseos del grupo de privilegiados que representa la UDI popular, pero ese es precisamente el problema de pertenecer a un grupo de privilegiados: que sus intereses no son los intereses del país. Es el problema de no ser realmente “popular”.

A quienes siempre se han creído mejores, a pesar de no tener más mérito que haber acumulado capital a lo largo de siglos a partir del trabajo ajeno, les duele la democracia; a quienes se creen los únicos con derecho a una educación, a una salud o a una vivienda realmente dignas y que contribuyan a su felicidad, les duele la democracia; a quienes les parece que a los mapuches y a los demás pueblos originarios no hay que devolverles nada de lo que se les ha despojado, la democracia les duele; a quienes sólo entienden a la familia como constructo judeocristiano y detestan a homosexuales y lesbianas y otras diversidades sexuales, la democracia les duele; a quienes creen que los trabajadores deben estar dispuestos a dar todo por poco, la democracia les duele; a quienes han disfrutado de enormes ganancias con las cotizaciones de salud y laborales, la democracia les duele; a los que antes confiaban en que las amenazas a su privilegios se resolverían con personas muertas, desaparecidas, torturadas o exiliadas, la democracia les duele.

Ese es el problema real de Carol Bown y de la UDI. La democracia es una molestia, un desagrado. Se han metido al Congreso y a las instituciones del Estado una masa de hombres y mujeres que, en el fondo de su corazón y aunque nunca lo digan públicamente, desprecian. Seguramente, en sus noches ansiosas por perder poder, recordarán las palabras de Domingo Santa María: “Entregar las urnas al rotaje y la canalla, a las pasiones insanas de los partidos, con el sufragio universal encima, es el suicidio del gobernante” (citado por Felipe Portales en Los mitos de la democracia chilena. Desde la conquista hasta 1925, pág. 10).

En fin, Carol, eso es lo que te duele, ¿no? Tanto sufragio universal, tanta gente ordinaria –que para mí es extraordinaria y entrañable por su trabajo–, tanta democracia. Es el dolor de asistir al parto de una democracia que por fin se escapa del control de las élites y vuela sola para tomar la mano del pueblo, la que nunca debió soltar.

Si la gente entiende este conflicto real y su importancia, el Apruebo ganará con holgura en septiembre. Y confío en que así será. El texto siempre podrá mejorarse, pero al menos es la obra del pueblo, de hombres y mujeres decentes tratando de hacer lo mejor para construir un país más justo, donde imperen los derechos de todos y no los privilegios de unos pocos.

Yo, apruebo.

Esteban Vilchez Celis
Abogado.