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Opinión

El miedoso: la personalidad colonial de Chile y América

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 30.12.2022
El miedoso: la personalidad colonial de Chile y América Mural de González Camarena |
Así se construyó la historia colonial en Chile y América, desde la conquista europea hasta nuestro presente. El miedo del blanco perfecto, el modelo empaquetado del colonizador europeo, que controla y detiene la historia a su favor. Sobre todo, de género masculino.

El miedo es una emoción que paraliza, obstruye la acción, el movimiento, la vida. Miedo: desconfianza, cobardía. El miedo incluso a uno mismo: extralimitarse, desbordarse, perder el control, el éxtasis.

Así se construyó la historia colonial en Chile y América, desde la conquista europea hasta nuestro presente. El miedo del blanco perfecto, el modelo empaquetado del colonizador europeo, que controla y detiene la historia a su favor. Sobre todo, de género masculino.

El muralista Jorge González Camarena apuntó a esta figura cuando diseñó la pareja original de América Latina en su mural de la Universidad de Concepción en 1965. Un hombre sin rostro, enrejado. Ahí está el origen de toda una historia. La fortaleza aparente del individuo, autoritario, preceptor y viril. El individuo con miedo a ser despojado de su singularidad: el rico aterrado con la pérdida de su riqueza. El autoritario con miedo a ser sacado de su pedestal: el poderoso devastado por el atentado a su poderío. El bienpensante con miedo a ser destronado de su cátedra: ser tratado de ignorante, tonto, indocto. En fin, el caballero con miedo a ser despojado de su masculinidad: ser tildado de poco hombre.

Estos son los miedos históricos del sujeto colonial, del individuo eurocéntrico en Chile y América. La actitud alelada del blanco o blanqueado que no experimenta ni disfruta, para decirlo con una terminología cristiana, la comunión de los santos. El que no se incorpora a la generosa comunidad, como dice Pablo de Tarso, donde “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer” (Gálatas 3, 28). Donde no rigen los binarismos epistémicos, étnicos, sociales y de género. La sabiduría popular no le tiene especial respeto al miedo. “El miedo abulta las cosas”, “Aquel que más posee, más miedo tiene de perderlo”, “Cuando dejes de tener miedo, empezarás a disfrutar”, “Andar cagado de miedo”.

El historiador Jean Delumeau hizo una reconstrucción del miedo en Occidente entre los siglos XIV y XVIII (El miedo en Occidente: una ciudad sitiada, 1978). En 400 años el miedo europeo acompañó el proceso de construcción del sujeto moderno. Los colonizadores combinaron los temores del Viejo y del Nuevo Mundo ante los ‘agentes de Satán’, los idólatras y musulmanes; los judíos; y las mujeres: las tres principales adversidades de su proyecto civilizador. Este susto europeo modula el lenguaje del gobernador de Chile Antonio de Acuña, en 1655: “[Todos] los indios naturales deste reino se habían convocado para hacer alzamiento contra la gente española y armas de Su Majestad, pretendiendo hacerse dueños de la tierra y borrar de ella el nombre español y cristiano” (H. Contreras, Aucas en la ciudad de Santiago. La rebelión mapuche de 1723 y el miedo al otro en Chile central, 2013). La reacción de la élite chilena de 1973 fue la reedición de lo mismo: el miedo a la descomposición del Occidente cristiano (F. Timmermann, La producción e instrumentalización política del miedo en la concepción cristiana y nacionalismo de la declaración de principios de la Junta de gobierno: Chile, 1974).

El miedo de la oligarquía colonial lo describe Joaquín Edwards Bello, cronista privilegiado de la élite blanca del siglo XIX: “Cuando regresé a Valparaíso, después de mis viajes por lejanas tierras, la primera impresión que me inundó fue de miedo, de miedo inefable, profundo. Cada calle, cada rincón me trajo recuerdos de miedo, mezclado a veces con travesuras y primeros amores (…). [Miedo] a que me vieran con un sombrero feo; miedo a pasar en compañía de un desconocido; miedo a los exámenes; miedo a llegar tarde; miedo a que me viera el profesor; miedo a llevar libros. Miedo, miedo, miedo. Miedo orgánico, miedo social, de adentro. Todo el siglo pasado estuvo lleno de miedo. La mamita vegetó inundada de miedo; del miedo explosivo, portador de un rostro beligerante y feo; miedo a perder la situación; miedo a tener hijos feos; miedo a las veleidades del dinero; miedo a los parientes pobres; miedo al qué dirán; miedo a la servidumbre”.

Hermógenes Pérez de Arce, abogado editorialista de El Mercurio, reprodujo ese miedo orgánico de la élite blanca. Temió que la Unidad Popular acabaría con el… ¡homo sapiens! (Comentarios escogidos, 1973). Tras la derrota de Pinochet en 1988, el empresario Ricardo Claro Valdés cruzó los dedos para que los chilenos no cometieran ningún descalabro, ninguna imbecilidad. ¿Vislumbraría el magnate algún temerario cambio constitucional?

La consecuencia aciaga del espíritu colonial consiste en transmitir y proyectar su miedo al conjunto de la sociedad. Así lo hizo el artilugio virreinal católico con sus misiones, sermones y tandas de ejercicios espirituales a los fieles e infieles vasallos de la Corona. La cultura del miedo se desbordó en el siglo XX deteniendo el movimiento de la historia en favor de una digna y feliz convivencia del conjunto de la humanidad. La clase media europea miedosa y conservadora terminó atrapada en la ideología nazi hacia 1940. En Chile el miedo se propagó por todo el territorio sometido al desconocimiento sistemático de los derechos humanos hacia 1980. En ese clima del terror redactó la Constitución Política Jaime Guzmán (Erich Fromm, El miedo a la libertad, 1942; Patricia Politzer, Miedo en Chile, 1985).

¿Cómo liberarse del miedo, de la cobardía paralizante?

Existe una experiencia histórica universal que trasciende los límites de la moral colonizadora en Chile y América. Explícitamente el amor se vive como un conjuro del miedo, como una apertura a la libertad sin límites de la comunicación humana. Así se afirmó en el Mediterráneo en el siglo I de nuestra era: “No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira al castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud del amor” (1 Juan 4, 18). El amor dicho y hecho con la fuerza y el colorido de las lenguas y culturas de la Tierra. Cada una con su mística, enseñándose mutuamente. En nuestra América las humanidades indígenas, africanas y del Mediterráneo ibérico y semita -siempre invisibilizadas- han venido construyendo durante siglos la etnogénesis de un convivir sin fronteras. Afirmado y defendido a pesar de los pesares y prescripciones coloniales: el revés feliz del pánico satánico del blanco perfecto.

Estas humanidades saben cotidianamente lo que reconoció por milagro un sobreviviente de Auschwitz: “El amor constituye la única manera de aprehender a otro ser humano en lo más profundo de su personalidad” (Viktor E. Frankl, ‘El sentido del amor’, en El hombre en búsqueda de sentido, 1946).

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.